Chula de playa
En qué cabeza cabía hasta hace nada que una advenediza como Sara Carbonero le robara la portada de la biblia rosa al bebé de Carlita, una Goyanes Lapique de toda la vida
Esta es la segunda y última versión de este artículo, porque en cuantito lo liquide, desenchufo. Estaba yo ya en la autocaravana rumbo a la playa habiendo entregado en tiempo y forma un fino análisis de la separación de Paloma Segrelles, júnior, y Emilio Álvarez, cuando me llama mi jefe hecho una hidra, me comunica que procede a levantármela –la columna, yo en lo otro no me meto– y que ya estoy enviando otra cagando leches. Y todo porque se llamaba Crónica de un divorcio anunciado, no me digas que eso no es un título original, y no la moda esa de poner obviedades entre paréntesis para dárselas de ingenioso, como si los lectores fueran tontos. Que está muy trillado, dice el colega, sabrá él lo que es un trillo y para lo que sirve. Total, que aquí estoy, en el mesón Juanito de La Roda, con doce de los míos camino del destierro por la terrible estepa castellana –polvo, sudor y hierro–, dale que dale a la tecla, que decía Manuel Machado, una también tiene sus lecturas.
Me ha dejado con la mosca detrás de la oreja, mi oráculo. Que a ver si renovamos el repertorio, que los nuevos vienen pisando fuerte y que hay que ganarse el puesto a pulso, me espeta. ¿Qué te apuestas a que cuando vuelva me ha hecho la cama la becaria de las gafas de pasta? La veteranía, según en qué medios, ya no es un grado. Solo tienes que ver el ¡Hola! de esta semana. En qué cabeza cabía hasta hace nada que una advenediza como Sara Carbonero, criada en Corral de Almaguer, Toledo, le robara la portada de la biblia rosa al bebé de Carlita, una Goyanes Lapique de toda la vida afincada en Miami Beach. Dirás que eso es progreso social, la democratización de la fama, el milagro de la educación pública, de acuerdo. El hecho de que Sara esté como un tren y salga en microbiquini en las Islas Vírgenes de la mano de un tal Iker Casillas, declarado santo en vida, es secundario.
La que no se anda con rodeos es Carmen Martínez Bordiú, la nietísima de Franco. Otra a la que se le ha carbonizado el arroz de un día para otro. Con los viajes de lujo asiático que se ha pegado por el globo a costa de la cabecera, verse arrumbada a páginas interiores para vendernos su sexto aniversario con José Campos en un hotelito de Santander no debe de ser plato de gusto. Que este no es su año, reconoce, pero el que está de inmejorable ídem es su maridito, para mí que esa panza y el contrato de imagen que tiene con Natur House constituyen un clarísimo conflicto de incompatibilidades. Y es que las cabras tiramos al monte. Mira a Caritina Goyanes, la hermana de Carla, otra que ha debido de coger todos y cada uno de los kilos que se quitó con la dieta Dukan. Por algo lo llaman efecto rebote, por el cabreo que te agarras al ver que lo único que has perdido es tiempo.
Una cosa te digo, Caritina, quien no se consuela es porque no quiere. En Cuore viene una galería de famosas al sol con lorzas, celulitis, mangas de murciélago y rodillas con visera incorporada que te pone la autoestima por las nubes. Ahora, para subidón, subidón, las pintas de Penélope de paseo por Madrid con Javier y Leo. Yo no seré estrella de Hollywood, ni musa de Woody Allen, ni embajadora de L’Oréal, ni nada, pero no salgo así ni a tirar la basura en el cámping Las Vegas de La Manga. Porque yo lo valgo.
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