La guerra olvidada
La de Sidi Ifni fue una guerra tan absurda como anacrónica
Cuando me asomé por vez prime a Sidi Ifni a fines de los setenta del pasado siglo, la imagen de deterioro y abandono que ofrecía al visitante venido de la península no se me olvidará nunca. La presencia española en el enclave, desde su ocupación en 1934 hasta la retirada en 1969 después de dos guerras sangrientas, se reducía a un puñado de recuerdos melancólicos: el escudo franquista al pie de la escalera que conducía del antiguo casino militar de la playa al centro de la ciudad; los rótulos de las calles que ascendían a ésta con los nombres de oficiales gloriosamente caídos en acto de servicio; la vasta fachada de un simbólico cine Alcázar; la oficina de correos y la iglesia convertida en Tribunal; la ex plaza de España, rebautizada Hassan II, cuya rotonda, con fuentes de azulejos y jardines sombreados, reproducía fielmente el urbanismo colonial del norte del Protectorado.
En el edificio principal de la plaza, sede del Gobierno del enclave y luego consulado efímero, no penetré sino años más tarde con mis compañeros del equipo de rodaje de Alquibla. Allí, el tiempo, misteriosamente, parecía haberse detenido. Una bandera polvorienta yacía tirada en un pasillo. Archivos y papeles desperdigados cubrían las estanterías y escritorios de los despachos. En lo que debió de ser el salón principal, hallé un periódico amarillento en el que una gallarda pluma de la época prevenía a los lectores de los peligros y trampas de la democracia, “antesala del comunismo”. Aquella casa encantada conservaba aún los retratos de Franco y del fundador de la Falange, como en los buenos tiempos. La población hispana había desertado del lugar e imaginé al héroe de Pedro Páramo vagando de noche por las calles de Comala en busca del padre desaparecido.
En mi camino de vuelta a casa manifesté a Alfonso de la Serna, entonces embajador en Rabat y autor luego de la obra de referencia Al sur de Tarifa, mi deseo de dar voluntariamente clases de español durante un trimestre, para incitar a otros a seguir mi ejemplo, si el Estado me procuraba los medios necesarios: un edificio modesto y material escolar. De la Serna me explicó que ello era imposible en el contexto político del momento. Pasaron los años pero no murió la idea: hace unos meses, el Instituto Cervantes de Casablanca anunció la apertura de un aula de español para los ifneños, con lo que mis viejos sueños se han visto cumplidos. En el lapso transcurrido, la levantisca y bella ciudad se ha extendido y modernizado y no faltarán jóvenes deseosos de recuperar una lengua perdida con miras al cercano pero difícil sueño canario.
La legendaria relación de España con lfni se remonta a 1476, cuando el navegante Diego García de Herrera, a partir de Canarias y en nombre de los Reyes Católicos, instaló una pequeña fortaleza en la costa sahariana que denominó Santa Cruz de mar Pequeña. La factoría y el fuerte sucumbieron en 1524 a los asaltos de las tribus vecinas y el episodio cayó en el olvido por espacio de más de tres siglos. En el tratado de paz hispano-marroquí que puso fin a la llamada Guerra de Tetuán o cruzada de O’Donnell, el sultán concedió a España el establecimiento de pesquerías en las zonas que controló antiguamente, pero sus límites no fueron trazados sino en 1912, en el convenio secreto con Francia que fijaba las fronteras entre los dos países en el marco de un Protectorado del que solo recogimos las migajas del banquete. Deberían transcurrir aún 22 años para que el Tercio ocupara en abril de 1934 el territorio ifneño otorgado por Francia. A partir de esta fecha, Ifni, Tarfaya y el Sáhara pasaron a depender, como parte del Protectorado Zona Sur, del Alto Comisariado de España en Tetuán.
El documental de Nonio Parejo es el retrato de un viaje en el tiempo
Tras la independencia de Marruecos, reconocida a regañadientes por Franco, Ifni, Tarfaya y el Sáhara español sufrieron la acometida del llamado Ejército Marroquí de Liberación, pero la acción coordinada hispanofrancesa, la llamada Operación Huracán o Écouvillon, derrotó a aquél y a los combatientes de las tribus vecinas mediante el despliegue de una escuadra de 130 aviones y de 14.000 soldados. Diez años después, Sidi Ifni, proclamado por Franco, como el Sáhara, “provincia española” en pleno proceso de descolonización, es decir, en un contexto internacional adverso, sufrió de nuevo las consecuencias de una guerra tan absurda como anacrónica. Centenares de reclutas fueron enviados a defender la patria contra el secular enemigo marroquí y muchos perdieron la vida en una empresa cuyos recuerdos perduran en quienes se vieron envueltos en ella.
Escribo esto a propósito del documental de Nonio Parejo, titulado precisamente La guerra olvidada, retrato de un viaje en el tiempo de alguien enviado a combatir un enemigo lejano en una tierra que no es la suya. Cuarenta años más tarde, se embarca en el transbordador de Tarifa y desde su llegada a la otra orilla recorre el país vecino tratando en vano de acomodar su memoria a la realidad que contempla. Imágenes del Sidi Ifni de hoy se entreveran con las evocadas en fotografías en blanco y negro sin que logre ajustar unas con otras. Los planos se suceden a un ritmo rápido, intercalados con intervenciones de excombatientes que denuncian la inutilidad de una guerra que no significaba cosa alguna para ellos. Los retratos de jóvenes sonrientes posando ante la cámara ocultan la verdad de una empresa perdida de entremano, de unos engañosos comunicados triunfales y de las ceremonias solemnes del entierro de héroes. La técnica del mixer de Nonio Parejo contrapone planos, estampas de ayer y de hoy, las poses marcianas de los reclutas enviadas a novias y familias y la expresión amarga de los sobrevivientes de la aventura, menos nostálgicos que desengañados. Nada resume mejor el Ciclo de Cine “Memoria histórica” celebrado en Nador con la participación de historiadores, diplomáticos y cineastas en el que se proyectó La guerra olvidada que las palabras de Alfonso de la Serna en Al sur de Tarifa.
“Como si fuera África un gran mapa en blanco, los europeos empezaron a trazar sobre él rayas divisorias de reparto, sin tener demasiado en cuenta el riesgo, comprobado en nuestros días, del desgarro de tejidos humanos e históricos, de etnias y culturas que fueron ignoradas a la hora de componer ese mapa. Pero África no era un espacio vacío, una res nullius, abierta al primero que en ella desembarcara. Hoy, África, y con ella la comunidad internacional, están sufriendo las consecuencias de los criterios coloniales”.
Juan Goytisolo es escritor.
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