_
_
_
_
África No es un paísÁfrica No es un país
Coordinado por Lola Huete Machado

Una tarde en el hipódromo en Bamako

Pocos días después del golpe militar de Malí, mi amiga Oumou me llevó a las carreras de caballos en Bamako, siguiendo con esa vida cotidiana normal que comentábamos en un post anterior. Era domingo por la tarde, y se hacía lo que cualquier otro domingo por la tarde. El hipódromo, además de nombre de barrio, es una enorme y polvorienta pista de carreras oculta por colinas hasta tal punto que da la sensación de que te encuentras en un valle natural y no en el centro de una urbe hacinada como Bamako. En uno de los cerros se encuentra el Palacio presidencial, el mismo que unos días antes se convirtió en escenario de combates entre los golpistas y los soldados leales a ATT, el Presidente; desde donde sonaron los disparos en toda la ciudad hasta altas horas de la noche.

Las entradas para las carreras cuestan 500 CFA francos (0,75€) para las gradas cubiertas, el precio de un plato de arroz y carne, y es un poco más barato para el resto de asientos (ver calendario). Dentro del hipódromo cientos de niños reventaban las gradas, una tropa variopinta de muchachos jóvenes vistiendo camisetas cutres y sandalias de plástico. Se veían algunos hombres mayores sentados con los brazos cruzados y un plato de carne a la parrilla a sus pies, a la espera de los hambrientos clientes y chicas, bien flacas, vendiendo esas bolsitas de agua fresca colocadas en un recipiente de metal o plástico que lleva bien equilibrado sobre su cabeza. El sol se sumergía ya bajo la línea del cielo, produciendo una cálida luz que convertía la tierra roja en aún más rojo intenso.

Cuando los caballos y sus jinetes comenzaron a entrar en el ensilladero, Oumou y yo nos acomodamos en las gradas cubiertas. Una hilera de hombres con boubous (túnicas) y sus mujeres se sentaron junto a nosotros en sillas de plástico. Compramos latas de Coca-Cola y luego apareció un amigo de Oumou, impresionante, con en un traje verde de magnífica seda almidonada, y señaló a su caballo que se llamaba como ella. Oumou parecía divertida. A pesar de que había pasado toda su vida en Bamako, era la primera vez que asistía a las carreras, un pasatiempo de domingo por la tarde muy popular allí, aunque no tanto como los es en Sudáfrica o Mauricio, verdadero negocio con sus apuestas habituales, siempre emocionante deporte, hermosos caballos... Mi visita era para ella una oportunidad de ver un lado de la ciudad que aún no conocía.

Los hermosos caballos comenzaron a desfilar con sus jinetes encaramados sobre sus magros flancos. Uno de los jinetes llevaba una camisa roja, pantalones ajustados blancos y calcetines a rayas rojas y blancas estirados hasta las rodillas. Su caballo, un moteado blanco, tenía el símbolo de diamante negro marcado en su pata trasera, y su cola se había sumergido en un tinte negro, de negro tan intenso, que su mitad inferior parecía tililar con en el viento cálido.

Otro jinete llevaba una camiseta amarilla con estrellas negras, pantalón blanco, medias azules y blancas y zapatos finos de algodón. Su caballo, también blanco, tenía su cola blanca teñida en henna para que el extremo brillara en un rojo profundo. Este caballo resopló y tiró de las riendas, los pies del jinete colgaban casi hasta el suelo. Otro llevaba un pedazo de tela verde y plata de oropel alrededor de su cuello; un jinete, zapatos de color rosa brillante... Aquello era un verdadero desfile de moda.

En el momento en que la carrera se puso en marcha, la gente a nuestro alrededor saltó de sus sillas como en estampida y corrió hacia la parte delantera del pie para aplaudir a sus caballos favoritos. Un grupo de jóvenes había traído tambores, incluyendo un tama o tambor parlante, que un hombre sostenía bajo el brazo y apretaba para conseguir un ruido que parecía recorrer de arriba a abajo la escala de sonidos. El resto de ellos tamborileaba como si del aliento de los caballos mismos se tratara. Cuando los animales corrieron hacia la línea de llegada, cientos de espectadores en las gradas salaron al campo, al igual que habían hecho los cientos de personas sentadas mirando desde el otro lado. Inmensas nubes de polvo se levantaban sobre el suelo y era difícil respirar.

Cuando los corredores cruzaron la línea de meta, los grupos de niños se abrazaron unos a otros jubilosos, bailaban en círculos y daban volteretas en la arena. Uno corrió por la pista empujando un juguete que había hecho con un neumático de caucho. Algunas mujeres jóvenes con trajes bonitos y peinados cuidadosamente elaborados se reían y abrazaban. Los más mayores se implicaban en los acalorados debates sobre quién debería haber sido descalificado y cual era el competidor que lo había hecho mejor. Todos estaban muy emocionados, sobre todo nosotras, porque el amigo de Oumou, Champión, había ganado la carrera.

Cuando el hipódromo se despejó, Oumou y yo nos fuimos a los establos para reunirnos con jinetes, propietarios y animales. Los primeros viven en los terrenos cercanos al hipódromo en casas baratas de hormigón y chapa construidas por los dueños que también pagan por su manuntención. Ser empresario de caballos de carreras es un negocio muy costoso, decía un amigo de Oumou, maliénse bien amable, que se alzaba por encima de mí con su chandal brillante. "Tengo siete o más caballos" me dijo, "pero nunca se puede ganar suficiente dinero para su sustento. Lo hago porque los amo".

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_