Sobre el armario
Javier Krahe está perseguido por un anacronismo
Hay un chiste que sitúa a unas religiosas frente a una pareja de policías que acude ante la denuncia de las monjas: delante de su convento se están produciendo actos deshonestos. Los policías no alcanzan a ver nada. ¿“Que no ven nada? Pues súbanse al armario”. Ahora una organización jurídica que tiene el nombre de Tomás Moro se subió a un armario para contarle a un juez, que ha aceptado su relato, que Javier Krahe, el cantante madrileño, ha blasfemado contra Cristo. El cantante no hizo nada; lo que se le imputa está en un filme que se hizo sobre él… en 1977, cuando España estrenaba ciertas irreverencias y este país caminaba lentamente, pero ilusionadamente, para alejarse de una moral que tenía a la Iglesia católica, y al cristianismo oficial, como el único credo elemental y obligatorio de la población. Años después, en 2004, el filme fue mostrado en un programa sobre Krahe de Canal +; la directora del programa, Montserrat Fernández, también está incriminada. Entonces se subieron al armario los seguidores de Tomás Moro y le señalaron al juez la naturaleza de la ofensa.
En una carta del escritor Miguel Tomás y Valiente que firmaron otros personajes de la cultura, las artes y la ciudadanía en general, se manifiesta el anacronismo de la persecución, además de la naturaleza contumaz de la misma. No es solo anacrónica porque ha pasado el tiempo suficiente como para que el sistema judicial lo hubiera sobreseído del todo (ya ha sido sobreseído el caso varias veces), sino porque es especialmente anacrónico todo el proceso en una sociedad que se proclama laica y que además ha de ahondar en el laicismo para que la Iglesia cobre la relevancia que ha de tener: jugar su papel desde su sitio, permitiendo que los que no creen lo mismo tengan igual libertad que los que profesan lo contrario.
Si la Iglesia recibe estas ayudas de los que se suben al armario y las acepta estará encerrada en la torre desde la que no se oye nada. Dice Miguel Tomás y Valiente en su carta que la Iglesia ha de estar dispuesta a escuchar el desafío disidente y la irreverencia. No beneficia a la institución religiosa la actitud de los que se suben al armario para gritar su susto.
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