Detrás de Eurovisión
Azerbaiyán, una dictadura, acoge el festival mientras Europa finge ignorarlo
Esta noche se celebra el LVII festival de Eurovisión. Aparecerá alguna figura señera, como la de Engelbert Humperdinck. No es un entorno propicio para canciones joviales el de Bakú, capital de Azerbaiyán, con un régimen dictatorial sin respeto por las libertades o los derechos humanos. La represión, que ya era elevada y con varios crímenes políticos sin esclarecer, ha crecido desde que unos meses atrás diversos grupos de ciudadanos quisieron emular a la primavera árabe. La oposición es tan débil que se vuelve a hablar de disidencia.
El presidente Ilham Alíyev, hijo a su vez de un presidente salido sin transición de la era soviética, quiere utilizar el certamen de esta noche para lanzar al mundo una imagen de sí mismo y de su país que no se corresponde con la realidad. Si al menos esta edición de Eurovisión ayuda a algunos de los esperados 125 millones de telespectadores a fijarse en que detrás de tanto cartón piedra hay una dictadura, habrá servido para cobrar conciencia del verdadero tenor de ese sistema político.
Es cierto que la Unión Europea de Radiodifusión, responsable del festival, no tiene entre sus normas exigir credenciales democráticas al país donde se va a celebrar, que es el ganador del año anterior. Pero los europeos no están exentos de responsabilidad. Azerbaiyán es parte de la Política de Vecindad de la UE, y ya en 2001 ingresó, sin credenciales, en ese templo de los derechos y libertades que es el Consejo de Europa, que acoge a 47 países y 800 millones de habitantes. Alíyev ha sabido manipularlo bien.
Como denuncia un informe del think tank independiente Iniciativa de Estabilidad Europea sobre la "diplomacia del caviar", el régimen de Bakú se ha encargado de tratar a cuerpo de rey a la delegación de la Asamblea Parlamentaria de dicho Consejo, entre ellos el senador del PP por Valencia, Pedro Agramunt. Convenientemente, la delegación ha aplazado su propio informe sobre el régimen hasta finales de año. Alíyev sabe que cuando hay conflicto entre valores e intereses, los europeos suelen escoger estos últimos, especialmente si se trata de petróleo, gas o de inversiones de su cuantioso fondo soberano.
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