¿Qué pueden esperar los países pobres del próximo G20?
Ayer se celebró en Madrid un encuentro poco habitual. Convocados por la Embajada mexicana y la ONG Intermón Oxfam, una serie de analistas y organizaciones de la sociedad civil tuvimos la oportunidad de discutir con los gobiernos de México y España las prioridades del desarrollo en la próxima Cumbre del G20, que tendrá lugar en Los Cabos (México) los días 18 y 19 de junio. La ocasión resultó interesante por varias razones, y la menor de ellas no fue el inaudito esfuerzo de diálogo y transparencia realizado por un país organizador de esta cumbre.
El G20 puede ayudar a resolver una de las paradojas que lastran la lucha contra la pobreza: a pesar de la hiperinflación de organismos internacionales, la lista de prioridades que están institucionalmente 'huérfanas' sigue siendo desoladora. Asuntos tan importantes como la gestión de la crisis de precios alimentarios o la innovación para crear medicamentos contra la malaria carecen de un espacio eficaz para ser resueltos. El G20 -que agrupa a un número crítico de economías desarrolladas, emergentes y en desarrollo- puede ayudar a llenar estos vacíos impulsando y coordinando el trabajo que hacen los gobiernos, las instituciones internacionales y otros grandes actores.
La próxima Cumbre de México incluye un asunto que ilustra bien este argumento: la crisis alimentaria que condena a cerca de 1.000 millones de personas a vivir con hambre. La receta ya no es un secreto para nadie. En el corto plazo, la prioridad es poner freno a la volatilidad acelerada de los precios de los alimentos, interviniendo sobre factores determinantes como la producción de biocombustibles, las injerencias comerciales o la especulación financiera. En el plazo más largo, se trata de garantizar la financiación de una nueva revolución agraria que no solo incremente la producción de alimentos en las regiones que más lo necesitan, sino que lo haga sin cruzar líneas rojas ecológicas, como la emisión de CO2 o el abuso del agua.
¿Por qué el G20, cuando se trata de una institución sin ’dientes’, sin capacidad coercitiva? Porque todos aquellos que tienen el poder de regular y orientar el sistema alimentario están invitados a esta reunión. Un acuerdo entre EEUU, la UE y las economías emergentes, por ejemplo, permitiría aprobar las reglas de la Organización Mundial del Comercio que eviten la restricción de las exportaciones cuando se encarecen los alimentos. Este factor ha actuado como gasolina sobre el fuego de las escaladas de precios. Los mismo se podría decir de la especulación con productos financieros derivados que multiplican la volatilidad de alimentos básicos como el trigo o el maíz: son los reguladores de las bolsas de Londres o Chicago los que se sientan en la mesa del G20.
Pero mejor que no echen a volar sus expectativas. Como ya ocurriera en el caso de la Cumbre de Cannes y en la reciente reunión del G8, los líderes globales demuestran una incapacidad preocupante para hacer más de una única cosa al mismo tiempo. La crisis financiera y económica que afecta a las regiones desarrolladas ha saturado la agenda hasta el punto de impedir que las crisis de la pobreza o el clima asomen la cabeza de algún modo relevante. Lo que es más importante, se ignoran las profundas vinculaciones que existen entre unas y otras. Si en Cannes quedó arrinconada la propuesta francesa de impulsar la Tasa a las Transacciones Financieras, nada hace pensar que la seguridad alimentaria vaya a correr mejor suerte en esta ocasión.
¿Contribuirán los héroes españoles a salvar la agenda del desarrollo en la reunión? Tampoco se ilusionen demasiado. De los pocos representantes del Gobierno que se pasaron ayer por la Embajada de México, ninguno ofreció un plan de trabajo excesivamente detallado. Y no creo que lo estén escondiendo. Precisamente porque España carece ahora de los presupuestos de la ayuda que le permitieron sentarse en el G20 por primera vez, el Gobierno debería hacer un esfuerzo por mostrarse activo en el debate transparente de ideas. Tal vez así consigamos enterarnos de algunos misterios,como por ejemplo que la representante del Ministerio de Agricultura pusiese el grito en el cielo con la especulación de alimentos (un asunto en el que tiene una influencia nula) y sin embargo eligiera no hablar sobre las insensatas políticas de biocombustibles que ellos sí promueven en Europa. Sutilezas de la haute politique, supongo.
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