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Columna
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¡Gracias!

Cuando pienso que con la pasta que soltaré en junio colaboro a la indemnización de Rodrigo Rato se me saltan las lágrimas

Merced a la rápida y contundente actuación del Gobierno de Rajoy, que en cuanto llegó al poder nos despejó el horizonte europeo, ahora que se avecina la declaración del IRPF podemos sentirnos orgullosos e ir con nuestros dineros a las arcas públicas con los intestinos muy altos.

Antes teníamos la relativa seguridad de que parte de nuestros impuestos irían a parar a mimar a una pandilla de delincuentes: atención a dependientes, ídem a mujeres maltratadas, guarderías gratuitas, seguimiento de pacientes aquejados de VIH/Sida, cuidados médicos sin cargo a inmigrantes incluso en el caso de haberse quedado sin la documentación pertinente, medicamentos con cargo a la Seguridad Social para los enfermos armados con la pertinente receta, y, lo que es el colmo, ¡la Sanidad y la Educación pública mismas!

Hoy podemos tener la rotunda convicción de que con nuestro IRPF estamos contribuyendo a sanear la Banca —últimamente, pronúnciese Bankia—, apuntalando así, con un garbo y una gracia que nos desbordan, el Estado de Su Bienestar. Cuando pienso que con la pasta que soltaré en junio colaboro a la indemnización de Rodrigo Rato se me saltan las lágrimas, y van a dar en el mar, que es el ahogarse. ¿Quién le hubiera dicho, hace una década, a esta hija del Barrio Chino, que acabaría cayendo tan alto?

Miras atrás y te das cuenta de que toda tu vida has estado haciendo el canelo, ayudando a cruzar la calle a viejecitas, cuando habrías podido hacer lo propio acompañando a los banqueros a pasar de una esquina de Serrano a otra. Qué forma tan lamentable de perder el tiempo. Es de esperar que el funesto francés que ha surgido de las urnas en las recientes elecciones —afortunadamente, sólo en Francia— no nos amargue este fantástico devenir en retroceso.

(En la declaración, no olviden señalar la casilla “otros fines”).

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