El funcionario, los átomos y el cafelito
Consideraba Albert Einstein, que era más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio. Me viene a mientes este aforismo, a tenor de las opiniones que algunos políticos, empresarios e insignes columnistas vierten periódicamente sobre los funcionarios. Si atendemos a la definición de prejuicio, según la RAE: opinión previa y tenaz, por lo general desfavorable, acerca de algo que se conoce mal, los funcionarios lo padecen diariamente.
Mal conocen la realidad de la Administración y de los empleados públicos quienes generalizan y lanzan sarcásticos juicios, sin molestarse en contrastarlos. Si lo hicieran, descubrirían que las Administraciones, sus trabajadores y los sindicatos han trabajado con firmeza para modernizarla. Una muestra, el Estatuto Básico del Empleado Público, con propuestas para mejorar la productividad. Por cierto, este texto aún se encuentra pendiente de desarrollar completamente.
Pero el tópico es pertinaz, regresan a él, una, otra y otra vez, conscientes de conectar con ciertos miedos e intolerancias. Esta insistencia por anclar a la Función Pública en el decimonónico “vuelva usted mañana” de Larra hiede a estrategia para desprestigiar lo público.
Tal vez, esconde un interés por abrir las puertas al sector privado, desesperado como está por encontrar nuevos mercados. En cualquier caso, juzgar sin argumentos reales conduce a la demagogia y eso no conviene. Qué pensarían si nos dedicáramos a pregonar que los políticos son todos iguales, “unos corruptos movidos exclusivamente por el lucro”. Seguramente, nos pedirían más responsabilidad y rigor.— Montserrat Haro Redondo.
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