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Columna
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La puntería

El rasgo principal de los gobernantes de hoy es la evasión física y el eufemismo verbal

Manuel Rivas

 Parece que está de moda dispararse a los pies. Lo digo como imagen simbólica, y no como chiste, que sería estúpido. Gila nos enseñó a detestar esa clase de humor basado en la burla de la desgracia ajena, sobre todo en su monólogo sobre las fiestas populares en las que el disfrute es el maltrato animal. Se empieza arrancando cabezas de pollo y se acaba descabezando a algún vecino. El relato de Gila culminaba con un tremendo disparo a los pies de la historia: “Bueno, me habéis matado al hijo, ¡pero lo que me he reído!”. Se aplica mucho en el periodismo, lo de dispararse a los propios pies, cuando perdemos las preguntas esenciales. Al mundo financiero, con los ahorros de todos enterrados bajo los cimientos del delirio. A esa Justicia que ignora la gran fosa del crimen, la red social de los muertos antifascistas. A esa Iglesia oficial, en la que algún predicador arcebizco se permite tirar la primera piedra por televisión. Y, en fin, la política. El gobierno Zapatero confundió el optimismo con la suspensión de la realidad. Frente a cualquier catástrofe, hay dos imperativos inmediatos de gobierno: la presencia física y la verdad como discurso. Esa fue la marca electoral de Rajoy, pues el programa era un enigma en construcción. Asombra ver como en tres meses se cansa uno de los propios pies. El rasgo principal de los gobernantes de hoy es la evasión física y el eufemismo verbal. Para enterarnos de lo que nos espera, conviene leer a De Guindos en el Volksblatt de Liechtenstein o a Montoro en The Himalayan de Katmandú. Aunque para estar el ajo, nada como Aznar en el Delfos Oracle: “Importa poco quien fabricó el hacha con tal de que corte”. Eso si, en El Correo Mercantil de España y sus Indias, podemos consultar la declaración del ministro Soria desde Varsovia sobre el asunto petrolero en Argentina. Un modelo diplomático de disparo a los pies.

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