Leer la ciudad
La ciudad de las calles revueltas y de los interiores también revolucionados, del orden y del desorden, de la felicidad y la desdicha, del trabajo y el ocio, de las oportunidades y la miseria, de la pobreza y de la opulencia, de la vida y de la muerte, de los trabajadores y de los poderosos, de los niños y los ancianos, de la observación y la acción, de la cárcel y del encierro voluntario... Hace casi un siglo que Frans Masereel realizó las xilografías que componen La Ciudad, una fascinante novela gráfica que uno no se cansa de observar y escudriñar. Además de un artista del grabado en madera, Masereel (Blakenberge, Bélgica, 1889-Avignon, Franca, 1972) fue burgués y pacifista. Vio muchas caras de varias urbes. Vivió en París, defendió a la Unión Soviética y promovió la creación de una Biblioteca Alemana de la Libertad para salvar las obras degeneradas del juicio y la destrucción a manos de los nazis.
Masereel trabajó para periódicos como La Feuille y publicó otras novelas gráficas como Un fait divers (1920), Souvenirs de mon pays (1921) o La idea (1920), publicada por la Editorial Iralka en 1995, una obra que relata cómo las ideas nacen desnudas, de la mente de un pensador, y cómo en la calle son perseguidas por unos y por otros, interesados en aprovecharse de ellas o en destruirlas. Ilustró además obras de Tagore, Oscar Wilde o Victor Hugo. También su obra fue considerada arte degenerado por los nazis.
La ciudad apareció en 1925, en pleno periodo de entreguerras. Fue publicada por Iralka y, rescatada ahora por la editorial Nórdica en una edición cuidada, íntima y accesible (9 euros), esa ciudad imaginada sigue resultando tan real como hipnótica y tan cercana como certera. De la misma manera que artistas como Art Spiegelman o Seth la han considerado "parte de la historia secreta de los cómics", pasear por las páginas de esa urbe es reencontrarse con la esencia de lo que fue la modernidad y hoy es la sociedad. Los pocos coches, los trajes largos, los bombines o el hollín no desdibujan el retrato de nuestro propio escenario vital. Algo ha cambiado en las ciudades, pero sus moradores seguimos siendo los mismos.
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