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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Una imprudencia muy cara

Un lavacoches catalán pasa 21 meses entre rejas, acusado de pertenecer a la Camorra y de dedicarse al narcotráfico

SOLEDAD CALÉS

Mientras algunos delincuentes consiguen eludir la cárcel a pesar de haber obtenido condenas en firme, un humilde lavacoches de Montgat (Barcelona) ha pasado nada menos que 21 meses en prisión por una torpe imprudencia. Extraditado por España a petición de la justicia italiana, Óscar Sánchez, de 45 años, fue juzgado y condenado a 14 años por pertenecer a la Camorra napolitana y dedicarse al narcotráfico. Durante todo este tiempo, Óscar Sánchez ha proclamado su inocencia, pero nadie le creyó. Al fin y al cabo, todos los presos suelen declararse inocentes. En su caso, los rastros convencieron a los jueces de su culpabilidad. Tenían interceptado su móvil y había pruebas que demostraban cómo participaba en los negocios de la droga.

El problema es que Sánchez decía la verdad. No era culpable. Ni siquiera era suyo el teléfono que figuraba a su nombre. Tampoco, obviamente, la voz que la policía escuchaba interceptando sus mafiosas llamadas. Solo la insistencia y las pruebas periciales, que han demostrado que aquella voz no era la del catalán, han logrado poner en libertad a Sánchez, que ayer aterrizó emocionado y libre en Barcelona.

Óscar Sánchez ha pasado casi 21 meses en dos cárceles italianas. Asegura haber vivido un tormento; haber sufrido todo tipo de vejaciones por parte de sus compañeros de prisión. El suyo es un caso de error judicial que quizá sea algún día reparado con una indemnización adecuada a la pesadilla vivida. El auténtico mafioso, el que había suplantado su identidad, el que usaba un teléfono a su nombre y hablaba con sus compinches era, según cree ahora la justicia italiana, un uruguayo llamado Marcelo Roberto Marín que, obviamente, sigue en libertad.

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Lo que le ha ocurrido a Sánchez le podía haber sucedido a cualquiera, pero él puso las cosas muy fáciles. Hace ocho años vendió por 1.400 euros su DNI y una tarjeta de débito a una mujer. Se trataba, le dijeron, de ayudar a un indocumentado. Sánchez ha debido arrepentirse muchas veces de participar en un imprudente negocio que tan caro le ha costado. Ayer, a su regreso a España, confesó: “La experiencia me ha servido para aprender a decir no”.

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