El misionero exparacaidista que se opuso a un régimen dictatorial
"Dirán que ha sido suicidio: no os lo creáis", le dijo John Kaiser a un amigo poco antes de que su cadáver apareciera en un camino de tierra cerca de Naivasha, en Kenia. Kaiser había recibido un disparo en la parte de atrás de la cabeza. La Policía lo confirmó: había sido suicidio.
Es una de esas historias en las que la realidad supera a la ficción. El estadounidense John Kaiser, nacido en 1932, se unió al Cuerpo de Paracaidistas del Ejército -uno de los más duros- cuando tenía 22 años. No llegó a entrar en combate y seis años después, en 1960, y tras haberse licenciado en literatura inglesa, se fue a un seminario en Inglaterra. Estudió durante cuatro años, fue ordenado sacerdote y enviado como misionero a Kenia. Nunca antes había estado en África. Excepto por breves estancias en otros países, Kaiser permanecería en Kenia hasta el momento de su muerte en 2000, cuando un día de agosto se encontró su cadáver.
Cuando murió, tenía 67 años, había servido como sacerdote y misionero católico en Kenia durante los últimos 36 y era conocido por su testaruda lucha contra los crímenes cometidos por el régimen del entonces presidente Daniel Arap Moi.
Kaiser denunció repetidamente casos de abusos y violaciones de los derechos humanos por parte de las autoridades, desafiando también a la jerarquía eclesiástica, que le pedía que dejara de meterse en esos asuntos.
En un primer momento, fue destinando a la diócesis de Kisii, cerca del lago Victoria, poblada por gente que miraba con extrañeza a este hombre blanco grandullón que vivía solo, no se acostaba con mujeres e insistía en realizar por sí mismo duros trabajos físicos, además de ofrecer misas e intentar convencerlos de su extraña religión. Kaiser se movía en moto por los caminos de tierra y siempre tenía a mano su rifle, con el que cazaba para conseguir carne para compartir con la gente del pueblo.
En 1993, fue trasladado a la diócesis de Ngong, que lo destinó al campo de personas desplazadas de Maela. Este campo se había formado con los miles de personas huídas de la violencia tribal tras las elecciones de 1992, las primeras en las que pudieron presentarse varios partidos políticos. El vencedor había sido de nuevo Moi, en el poder desde 1978 y obligado en 1992 a organizar elecciones democráticas.
Durante el autoritario reinado de Moi, la corrupción y el pago de sobornos se convirtieron en algo cotidiano en Kenia. Además, una extensa práctica en asesinatos políticos convirtió a muchas personas opuestas al régimen en víctimas de sospechosos accidentes de tráfico o robos nocturnos. Otros corrían una suerte distinta y eran torturados en los sótanos de edificios gubernamentales. A pesar de todo esto, los kenianos votaron mayoritariamente por Moi en las elecciones, curiosamente incluyendo a un millón de personas que ya habían muerto y aun así consiguieron depositar su voto por él.
Trailer de la película 'The rugged priest', basada en la vida de Kaiser.
La violencia tribal de 1992 desplazó a miles de personas que además se quedaron sin sus tierras, que fueron a parar a gente cercana al Gobierno. Las condiciones de vida en el campo de desplazados de Maela eran terribles y la propia existencia del lugar se había convertido en una vergüenza para el Gobierno keniano. En diciembre de 1994, la policía desalojó forzosamente a los desplazados, hacinando a algunos en un estadio y repartiendo a otros en tierra de nadie. Kaiser protestó y fue arrestado.
Su experiencia en Maela marcó a Kaiser, quien recopiló arduamente testimonios y documentos que conectaban la violencia y los desalojos de estas personas con el acaparamiento ilegal de tierras por parte de altos oficiales. Además, y aunque sus amigos le pidieron que no lo hiciera, en 1998 testificó en la Comisión Akiwumi, que investigaba la violencia étnica y el cierre del campo. Allí acusó y nombró a dos ministros de promover la violencia tribal y de aprovechar para hacerse con la propiedad de las tierras tras la huída de sus propietarios. Kaiser dijo en su testimonio que la responsabilidad llegaba hasta el mismísimo presidente Moi.
Tras Maela, Kaiser fue destinado a Lolgorien y allí el año siguiente ayudó a conseguir asistencia jurídica para dos chicas que acusaban de violación a Julius Sunkuli, entonces ministro del Gobierno y mano derecha de Moi. La Federación de Mujeres Abogadas de Kenia presentó pruebas al Gobierno pero el ministro nunca llegó a ser acusado de las violaciones y una de las niñas abandonó el caso tras la muerte de Kaiser el año siguiente.
Por toda esta lucha, en marzo de 2000 la Law Society of Kenya concedió a Kaiser su Premio al destacado servicio en la promoción de los derechos humanos. Pero otros estamentos kenianos, los más cercanos al presidente Moi, no estaban tan contentos con el misionero. A finales de 1999 habían intentado deportarlo cuando expiró su permiso de trabajo. Finalmente, tras recibir presión por parte de la Iglesia Católica, de la embajada estadounidense y de grupos defensores de los derechos humanos, las autoridades renovaron el permiso de Kaiser, que pudo permanecer en Kenia hasta su muerte unos meses después.
Cuando murió, Kaiser llevaba nuevos documentos que quería presentar a la Comisión Akiwumi y además estaba previsto que unas semanas más adelante testificara contra el Gobierno de Moi en la Corte Penal Internacional.
La Policía declaró que se había suicidado, y eso a pesar de que un forense del propio Gobierno que estudió el cadáver, declaró que el disparo se había producido a unos 90 centímetros de la cabeza de Kaiser, lo que imposibilitaba la tesis del suicidio. El entorno de Kaiser y las autoridades estadounidenses no quedaron convencidos y un equipo del FBI fue enviado a Kenia para investigar las causas de la muerte. En una decisión que sorprendió a muchos, el FBI coincidió en que había cometido suicidio, algo con lo que el Gobierno de Moi se mostró de acuerdo y dio carpetazo al asunto.
En 2002, Moi perdió las primeras elecciones realmente democráticas en Kenia y el nuevo Gobierno reabrió el caso un año más tarde. En 2007, el tribunal declaró que la muerte de Kaiser había sido un asesinato, aunque también precisó que no había información para poder señalar a sospechosos y nadie ha sido llevado ante un tribunal por este crimen.
De hecho, éste es uno de las obras prohibidas que los libreros kenianos no pueden vender si no quieren tener problemas, ya que el expresidente Moi sigue vivito y coleando. Escrito por el ganador del Pulitzer y periodista del Los Angeles Times, Christopher Goffard, se lee como un thriller legal y político en el que se va desgranando la historia reciente de Kenia como marco de las batallas de Kaiser y Gathenji. Un thriller en el que los héroes y villanos son de carne y hueso y en el que, al contrario que en muchas novelas, los buenos no ganan al final.
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