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LA DIRECTORA DEL FMI

Christine Lagarde machaca con ‘charme’

Acumula más poder y cobra más que sus predecesores al mando del FMI Cobra 53.720 dólares más que DSK, pero su contrato le insta a cumplir unos estándares éticos Su pareja, a la que ve una semana al mes, dice ocuparse de su “PIB (placer interior bruto)”

Christine Lagarde, al móvil en su coche oficial, en 2009 en París.
Christine Lagarde, al móvil en su coche oficial, en 2009 en París. MARTIN BUREAU (AFP/GETTY)

Cuando, el pasado mes de julio, Christine Lagarde, la elegida para dirigir el Fondo Monetario Internacional en Washington, se disponía a ocupar su cargo, una duda recorría las conversaciones de los 24 miembros del comité ejecutivo de esa institución. ¿Cómo dirigirse a ella? ¿Señora? ¿Directora? ¿Directora gerente? ¿Madame Lagarde? Iba a ser la primera mujer en ocupar ese cargo, en una época tremendamente tumultuosa para la economía mundial en la que el Fondo se había convertido en una suerte de prestamista y defensor de la austeridad mundial. Finalmente, ella misma sugirió Madame Directora, como se la llama ahora.

PIB: placer interior bruto

Cuando Lagarde residía en París, solo se veía con su pareja, Xavier Giaconti, los fines de semana. El empresario de origen corso dirige una sociedad inmobiliaria en Marsella, donde a la directora del FMI le encanta practicar submarinismo. Desde que ella se mudó a Washington, mantienen una intensa comunicación vía SMS y se ven al menos una vez al mes. Ambos tiene dos hijos de anteriores matrimonios. Bromeando con la prensa, el empresario dijo ocuparse del "PIB, placer interior bruto" de la jefa de la economía mundial. En la imagen, la pareja en una cena de gala en el Elíseo en junio de 2009.

Madame Directora lleva, a sus 56 años, toda la vida siendo la primera mujer en hacer algo. Fue la primera mujer, y la primera persona no norteamericana, en dirigir el prestigioso bufete de abogados Baker & McKenzie de Chicago. También fue la primera mujer en servir como ministra de Economía y Finanzas en el Gobierno de Francia. Y ahora es la primera mujer que preside la economía mundial, al mando del FMI, acumulando un poder del que ninguno de sus predecesores ha gozado. Diseña paquetes de rescate. Impone reformas draconianas. Exige que se cumplan sus requisitos de austeridad.

Lo cierto es que el ascenso de Christine Lagarde a dama de hierro de la economía mundial hubiera sido imposible sin la caída a tumba abierta de su predecesor en el cargo, un hombre en sus antípodas, Dominique Strauss-Kahn, a quien el diario Le Journal du Dimanche apodó como “le grand seducteur”, el gran seductor. Después de la sobriedad y discreción de Rodrigo Rato al frente del FMI, en aquellos años ya olvidados de bonanza económica, Strauss-Kahn se colocó Washington por montera y vivió en la capital estadounidense con la actitud de un tiburón financiero de los años ochenta y los aires decadentes de un bon vivant.

Sus excesos le llevaron a ser detenido después de un oscuro encuentro sexual, nunca aclarado, con una limpiadora en el hotel Sofitel de Manhattan. Aquella polémica pasó y Strauss-Kahn quedó en libertad, pero su imagen quedó para siempre manchada por las dudosas sombras de su ajetreada vida sexual. Esta misma semana fue interrogado en Lille (Francia) en relación con una red de prostitución. Su presencia en el Fondo es ya un pálido recuerdo. Hoy Washington es de Madame Lagarde.

El 15 de mayo del año pasado, la nueva directora del Fondo se hallaba de fin de semana junto a su pareja, el empresario marsellés Xavier Giocanti, cuando recibió una alerta informativa: “DSK arrestado en el aeropuerto JFK de Nueva York acusado de agresión sexual”. Lagarde había decidido recientemente que aspiraría a sucederle, pues Strauss-Kahn había expresado en reiteradas ocasiones su voluntad de abandonar el Fondo para disputarle la presidencia francesa a Nicolas Sarkozy representando al Partido Socialista francés. Aquella salida se iba a convertir, finalmente, en un descalabro por la vía rápida, y Lagarde se dispuso a obrar con rapidez.

Lagarde aspiraba a suceder a Dominique Strauss-Kahn antes del escándalo que lo apartó del Fondo Monetario Internacional (FMI)

Había sido el ministro de Hacienda británico, George Osborne, quien había plantado la idea en la cabeza de Lagarde, en una cena dos días antes del arresto de Strauss-Kahn. “Si te presentas, recibirás nuestro apoyo”, le había garantizado. Cuando se abrió la veda, Angela Merkel, canciller alemana, le dio indicaciones similares. Solo había entonces un escollo que salvar: el de su propio jefe, Nicolas Sarkozy, que se resistía a ver marchar a una de sus ministras más populares.

Tanto el primer ministro británico, David Cameron, como Merkel intercedieron telefónicamente para convencer a Sarkozy. Era la candidata ideal, según le dijeron, formada en un Gobierno, como el de todos ellos, conservador. Se trataba, además, de una conversa al credo del libre mercado, ideal para defender una de las fortalezas del neoliberalismo. Finalmente, con Lagarde, Francia se mantendría al mando de la institución, tal y como ha sucedido durante más de la mitad de su existencia.

La junta directiva del Fondo la preseleccionó finalmente para el puesto, junto al gobernador del Banco de México, Agustín Carstens. Este último era un candidato que parecía ser más bien de adorno para evitar una competición de Lagarde contra sí misma. “Yo no me equivoco”, había dicho Carstens en una conferencia. “Esto es como comenzar un partido con el marcador en cinco a cero”. Carstens intuía que el puesto era de Lagarde y solo de ella. Y no se equivocaba. Fue declarada ganadora el 28 de junio.

Lagarde, a su llegada al edificio Justus Lipsius de Bruselas, donde se celebran las sesiones del Consejo Europeo, el pasado 23 de octubre.
Lagarde, a su llegada al edificio Justus Lipsius de Bruselas, donde se celebran las sesiones del Consejo Europeo, el pasado 23 de octubre.JOHN THYS (AFP)

La frugalidad no es para los que mandan sobre la economía mundial. Lagarde luce Chanel y no se separa de su bolso Hermès. Cuando era ministra en Francia, en sus visitas oficiales solía bloquear algunas horas para una actividad a la que en su agenda se refería crípticamente como “piedras”. No se iba de escalada. Se trataba de sesiones de compras de joyas, a las que la dama es muy dada.

Ahora cobra, en su nuevo puesto, 551.700 dólares (418.000 euros) anuales. De ellos, 467.940 corresponden a su salario, y 83.760, a gastos por traslado a Washington. Su contrato es de cinco años. Son 53.720 dólares más de lo que cobraba anualmente Strauss-Kahn. El Fondo no ha dado razones para ese aumento, pero recuerda que a la nueva directora se le ha añadido una cláusula en su contrato en la que se estipula que “observará los más altos estándares de conducta ética, de acuerdo con los valores de integridad, imparcialidad y discreción”. El FMI se cubre las espaldas, dada la humillante marcha de Strauss-Kahn.

Los pisos del edificio al que se ha mudado cuestan entre 1 y 3 millones de dólares

Cuando llegó a Washington, el pasado mes de julio, Lagarde alquiló un apartamento de una habitación en 3303 Water, uno de los edificios más caros de la capital, frente al río Potomac, en el exclusivo barrio de Georgetown. El precio estimado del alquiler en ese inmueble, que tiene gimnasio y piscina en la última planta, con vistas al río y los monumentos federales, es de unos 5.000 dólares mensuales.

Recientemente compró un apartamento en el West End de Washington, una exclusiva zona más cercana al edificio del FMI. El edificio, de nombre 22 West, se halla cerca del hotel Ritz y del exclusivo gimnasio LA Sports Club. Los apartamentos cuestan allí, aproximadamente, entre uno y tres millones de dólares. Que Lagarde haya decidido quedarse en la ciudad y no acudir a uno de los adinerados suburbios de Maryland, como Bethesda o Potomac, da también una idea de su resistencia a la americanización en la que han caído otros líderes extranjeros cuando se han mudado a Washington.

Esta es, de hecho, la segunda ocasión en que Lagarde reside en Washington. Algo que se nota en su dicción: su inglés es perfecto, con claro acento británico, pero sobre él se posa cierto deje norteamericano en algunas palabras aprendidas cuando era solo una adolescente. En 1974 estudió un año, con una beca, en la exquisita y selecta escuela secundaria Holton Arms de Bethesda, en las afueras de la capital. Allí también estudió la esposa de John Kennedy cuando era Jacqueline Bouvier. No puede haber mayor indicación de la distinción y el abolengo de esa refinada escuela de señoritas.

Las aficiones de Lagarde

A Madame Lagarde le gusta el submarinismo, el yoga y la jardinería. Y mantiene una casa en Rouen, en Normandía. Ahora vive apartada de ella a causa de su nuevo trabajo. Añora, según ha dicho en varias entrevistas, la oportunidad de acudir allí a pasar un fin de semana y cuidar de su huerto. No fuma. No come carne. No bebe. Una de las pocas excepciones a la última regla la hizo el día que le ofrecieron formalmente el puesto de directora del FMI. Entonces, sin grandes aspavientos, paró brevemente en un bar del aeropuerto y se tomó una copa de champán, a su salud. Fue un discreto placer, en consonancia con su estilo.

Cuando estudió en la academia Holton Arms, Lagarde era la rebelde adolescente francesa que, como no podía ser de otro modo, fumaba. La familia con la que residía en Washington, los Atkins, le permitía hacerlo en su habitación. Solo podía beber un bote de refresco al día. Debía volver a casa a medianoche. A veces se escapaba de la escuela a mediodía, con alguna compañera, para ir a comer al Burger King. Era la única indulgencia en la cultura y gastronomía estadounidense que se permitía la joven inconformista.

Compaginaba sus estudios en Holton Arms con una beca en la oficina del congresista republicano William Cohen. Era 1974, otro tiempo. En la Casa Blanca mandaba Richard Nixon, que dimitiría en agosto. El congresista Cohen tomó parte activa en la investigación del escándalo del espionaje al Partido Demócrata en el Watergate. Rompió con su partido y pidió la recusación del presidente. En su oficina, en el Capitolio, Lagarde se ocupaba de responder a los correos de los electores de habla francesa originarios de Canadá, pero residentes legales en Maine. La mayoría escribía para expresar su opinión sobre el presidente. Allí, Lagarde vio quebrarse las más altas esferas de la política mundial, donde ella tiene ahora un papel protagonista.

El lema de la escuela Holton ­Arms, en la que Lagarde pasó un año, es Inveniam viam aut faciam (“encontraré un modo, o yo misma lo crearé”). Es toda una declaración de intenciones, idónea para resumir la vida de Lagarde, nacida en París el 1 de enero de 1956, en el seno de la familia Lallouette, muy católica y muy burguesa. Tenía tres hermanos, menores que ella. Su padre, que era profesor universitario, murió cuando ella tenía 17 años. Aquel mismo año, como avezada nadadora, tomó parte en los campeonatos nacionales de natación sincronizada, que su equipo ganó. Luego pasó por Washington brevemente y regresó a Francia.

Conoció a su actual pareja hace 30 años, cuando ambos estaban casados

De vuelta a su país estudió derecho y ciencias políticas. Intentó ser aceptada, en dos ocasiones, en la Escuela Nacional de Administración de Francia, donde se han formado algunos de los más exitosos altos funcionarios de aquel país. Fue rechazada en ambas ocasiones, así que Lagarde se aplicó ese lema de Holton Arms: si no encontraba un modo para ascender en política, crearía el suyo propio.

En 1981 ingresó en la división francesa del bufete estadounidense Baker & McKenzie, fundado en Chicago. En 1999 pasó a dirigir la firma. De allí dio el salto, seis años después, a la política, como ministra de Comercio primero y de Agricultura después. En 2007, el presidente francés, Nicolas Sarkozy, la eligió como ministra de Economía, cargo que ocupó hasta que tomó el mando en el FMI.

Su marcha del Gobierno no fue todo lo triunfal que ella esperaba. La fiscalía francesa abrió el año pasado una investigación por su implicación, como ministra, en un litigio que enfrentó al empresario Bernard Tapie, afín a Sarkozy y al Gobierno, y al banco Crédit Lyonnais, que había sido nacionalizado. El caso llevaba abierto desde 1993. Ella lo puso en 2008 en manos de unos jueces arbitrales que ordenaron que el Estado indemnizara a Tapie con 240 millones de euros.

La fascinación que ejerce Lagarde ha trascendido a la prensa de moda, que analiza su vestuario para vislumbrar rasgos de su personalidad. Sorprendió sobremanera un pañuelo de seda rosa sobre una chaqueta de traje negro. La francesa lució ese accesorio (en la imagen) en su primera rueda de prensa como jefa del FMI, el 6 de julio del pasado año, junto a un broche en forma de pequeña rosa. Bajo ambos vestía una chaqueta sastre oscura. Su pelo caía lacio, inmaculadamente blanco, sin tinte alguno. Era una declaración de intenciones: una nueva distinción cosmopolita había llegado a la gris capital de EE UU, de la mano de la primera mujer al cargo de la economía mundial. Lagarde es en sí misma una escuela de estilo: trajes chaqueta ajustados, con preferencia por el ‘tweed’ de Chanel y por el negro; toques de color con pañuelos de seda; el icónico bolso Kelly de Hermès; piezas de aire ‘retro’, diseñadas por Armand Ventilo en París, y algún que otro traje de Austin Reed, una marca británica que vende prendas formales, altamente resistentes, a precios económicos. Rebelde y parisiense, Lagarde ha reinventado, según los expertos, el atuendo de negocios: viste con trajes, pero no imita a sus predecesores varones. Ha evitado radicalmente la feminización extrema. No se parapeta en la imagen de dama que merece deferencia por la supuesta debilidad femenina frente a los hombres, ese mito machista. Ella es ahora la que manda, a la cabeza de la institución encargada de rescatar a economías en quiebra. Según ella misma explicó en una reciente entrevista con ‘Financial Times’, “cuando vine a América, en el pasado, vi a muchas mujeres trabajadoras en los años ochenta y noventa que siempre se vestían como hombres, y eso tuvo una influencia en mí para nunca caer en ello”.

En su largo ascenso, Lagarde no sacrificó su vida familiar para subir en el mundo del derecho y los negocios. Como Margaret That­cher, se casó pronto, en la veintena, y tuvo dos hijos, Pierre-Henri y Thomas, cuando tenía 30 y 32 años. A diferencia de Thatcher, que permanecería la mayor parte de su vida junto a su marido, Denis, Lagarde se divorció y se volvió a casar, para divorciarse de nuevo. Desde 2006 sale con el empresario francés Xavier Giocanti, que reside en Marsella y la visita en ­Washington, como norma, una semana cada mes.

Ambos se conocieron en los años ochenta cuando enseñaban en la Universidad de Nanterre. “Fue un encuentro hermoso”, dijo Giocanti en una entrevista con Paris ­Match en 2010. “Los dos fuimos muy corteses, y nada más. Sobre todo porque ambos estábamos ya casados con otras personas”. En 2006, cuando ya era ministra, Lagarde efectuó una visita a Marsella, donde se reencontró con Giocanti. “Tuve que empezar entonces de cero. Ambos éramos ya libres, pero había pasado mucho tiempo”, añadió el empresario.

Ella trabajaba en París. Él, en Marsella. Se encontraban los fines de semana. Pensaban casarse, pero según dijeron ambos a Paris Match, lo pospusieron por una razón que solo alguien con las responsabilidades de Lagarde podía aducir: la crisis financiera no les dejó tiempo. ¿Y cómo mantienen el contacto? “Somos grandes usuarios de los mensajes de texto”, dijo Giocanti.

Hasta el estallido de la crisis financiera en 2007, el FMI era una institución sin etos, creada en 1945 para estabilizar los tipos de cambio de divisa y reinventada en los años ochenta como un gran prestamista a economías endeudadas, defensora de principios como la austeridad del Gobierno y el control a la baja del suministro de dinero por parte de los bancos centrales.

Fue en realidad Strauss-Kahn, hombre de personalidad hiperbólica, quien decidió involucrar al Fondo en las negociaciones del rescate de Grecia y quien lo convirtió en un juzgado implacable que debería asegurarse de que ese maltrecho país cumpliera todos los duros requisitos de austeridad impuestos sobre él. Eran días inciertos. Parecía que Grecia y el euro fueran a caer al abismo. Pero antes cayó Strauss-Kahn, y Lagarde ocupó, triunfante, su puesto de dura patrona del libre mercado mundial.

Dicen quienes la conocen bien que una de sus aficiones es coleccionar caricaturas de ella misma, que coloca en su despacho. Su favorita es una en la que aparece vestida de cuero, con medias de rejilla, dominando a un banquero. Esa es parte del estilo de Lagarde, desenfadado en su gravedad. Trajo a Washington un estilo propio de la rive droite parisiense, que, entre pañuelos de color pastel y collares de perlas, oculta vaporoso a una de las mujeres que más poder han tenido sobre la economía mundial en la historia.

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