¿Corrupción? Sí pero no pero sí

- "Si mi padre fuera diputado, bueno, pues nos daríamos la gran vida".
- "Así que te gustaría que tu padre fuera corrupto…"
- "¿Corrupto? No, no tiene nada que ver con la corrupción, las cosas son así, siendo diputado tienes acceso a mucho dinero y tienes que compartirlo con los tuyos, todos lo hacen".
- "¿Cómo que no? Eso es corrupción"
- "Ay", mirada condescendiente, "tú no lo entiendes porque no eres de aquí".
Monedas y billetes de chelines kenianos (Foto: Genvessel / Flickr)
Esta conversación -que cito de memoria- con una chica de Nairobi a la que llamaremos Sarah muestra doblemente la naturalidad con la que muchos kenianos asumen la corrupción imperante en su país y cómo los que pueden ven más que legítimo intentar aprovecharse de ella.
Sarah es joven, con estudios universitarios y tiene un buen trabajo. Pertenece a la clase media-alta keniana. Y me atrevo a afirmar que sus palabras representan el sentir de gran parte de la población de Kenia sobre la corrupción.
Según Transparencia Internacional, Kenia ocupa el puesto 154 de los 182 países de su clasificación mundial de corrupción. Obtiene una puntuación de 2,2 en una escala de 0 (más corrupto) a 10 (menos). La corrupción impregna el día a día del trato de los kenianos con la administración pública. Desde pequeñas transacciones a robos multimillonarios por parte de ministros, pasando por casi cualquier encuentro con la policía de tráfico.
Es tan natural que funciona en ambos sentidos y los propios políticos también la sufren. Hace unos días, el periódico local The Standard contaba cómo los votantes exigen pagos a los políticos que se presentan a las elecciones y cómo les siguen exigiendo una vez son elegidos diputados. No es sólo Sarah la que piensa que los que tienen acceso a mucho dinero tienen que compartirlo con los suyos.
De hecho, cuentan las malas lenguas -y también las no tan malas- que cuando se aproxima la época de elecciones en Kenia, los billetes de 50 chelines (unos 45 céntimos de euro) desaparecen de la circulación: los políticos los recolectan para repartir dinero en sus circunscripciones en todo el país. Aunque con el aumento en la inflación, se espera que para las próximas elecciones -previstas para diciembre o marzo de 2013-, los billetes que cueste encontrar sean los de 100 chelines.
Aunque una vez llegan al poder, y además de -qué remedio- tener que compartir, los políticos kenianos aprovechan bien el tiempo. Si te disgusta la corrupción política en España, atención a dos de los últimos grandes escándalos en Kenia. En enero de 2009 salió a la luz que oficiales del Gobierno habían vendido ilegalmente reservas públicas de maíz y se habían embolsado unos 3,9 millones de euros. Pero es que es aun peor: parte de este maíz lo guardaba el Estado para proporcionar comida de emergencia en el caso de que la sequía u otras circunstancias provocaran el hambre en parte del país. Tal y como ocurrió el año pasado.
Más tarde, en diciembre de 2009 una auditoría del Tesoro reveló que faltaban unos 21 millones de euros del Ministerio de Educación. Y de nuevo es aun peor: ese dinero era parte del fondo que proporcionaba educación primaria gratuita a más de 8 millones de niños kenianos.
¿Puede haber algo más miserable que robar el dinero para la educación de los niños y las reservas de comida destinadas a paliar el hambre de los que no tienen recursos?
La prensa keniana, que goza de mucha libertad, se harta de destapar y de informar sobre este tipo de robos a gran escala. Pero sin que ocurra gran cosa y sin que los autores suelan pasar por el juzgado. Al contrario que en otros países de la región, los kenianos son libres de quejarse públicamente de (casi) todo lo que quieran. Pero al igual que en otros países de la región, por el momento es sin consecuencias: aún no ha habido ningún juicio por ninguno de los dos casos.
"¿No es extraño que cada investigación realizada tras las auditorías siempre produzca resultados favorables (para los implicados)?", se preguntaba en un editorial el otro gran periódico del país, el Daily Nation. "Nada irrita tanto a los contribuyentes como la idea de que su dinero se pierde rutinariamente y que las pruebas son manipuladas y las personas involucradas quedan sin castigo. Se trata de impunidad en su peor versión y socava la confianza de los ciudadanos en las instituciones del Estado".
Pero más allá de estos grandes escándalos, la mayoría de los kenianos viven la corrupción de una forma más inmediata y cotidiana. Kitu kidogo, que en swahili significa "algo pequeñito", es la frase protagonista en la corrupción a pequeña escala. Un funcionario que no encuentra tus papeles los tendrá al alcance de la mano si le das kitu kidogo. El tiempo de espera en el hospital se reducirá mágicamente con kitu kidogo. Un policía que no quiere dejar pasar tu coche lo dejará libre de inmediato a cambio de kitu kidogo. A cambio de un soborno pequeñito.
El popular cantante Eric Wainaina canta Nchi Ya Kitu Kidogo, que -conociendo la expresión- se podría traducir como 'Un país de sobornos'
De nuevo la naturalidad: como ciertamente muchos funcionarios no cobran sueldos decentes, los ciudadanos entienden que les pidan dinero. Ellos harían lo mismo. Y el Estado hace la vista gorda y entiende esta corrupción a pequeña escala como una compensación a su escasez de recursos para pagar los salarios de los trabajadores públicos. Aunque como cuento más arriba, más que carecer de recursos ocurre que los que gobiernan el Estado dan a estos recursos un uso más personal: los envían a sus propios bolsillos.
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