La lámpara no se quiere ir
Ahora que las nuevas fuentes de luz se esconden en el mobiliario y la arquitectura, ahora que leds y fluorescentes se camuflan y no se dejan ver, las lámparas de techo quieren reivindicar su papel plástico y escultórico no como cáscara de la luz sino como diseñadoras de espacios.
Es cierto que el techo suele ser el lugar más despejado. Sobre todo cuando arquitectos e interioristas ponen cuidado en ocultar todas las instalaciones (detector de humos, alarma, climatización) con las que con frecuencia le toca cargar. Frente a un suelo plagado de mesas, sillas y comensales, el techo aparece como el lugar apropiado para ubicar una escultura. Es el vacío, el sitio que nada ni nadie puede llegar a tapar. Así, cada vez son más los diseñadores, interioristas y empresarios dispuestos a reivindicar el papel de las antiguas pantallas como artífices del diseño de numerosos locales de moda.
Fue el caso el malogrado Maze Grill de Merlbourne, uno de los restaurantes del poderoso chef británico Gordon Ramsey que menos duró abierto: apenas un año. Coronando la torre del Hotel Metropol de Merlbourne, el diseño del local era tremendamente sobrio –comparado con la mayoría de los locales de Ramsey: del Savoy Grill de Londres a los otros tres Maze en Doha, Nueva York o Londres-. El pavimento era liso, las paredes de muro cortina, las mesas y las sillas clásicas en madera oscurecida, pero la altura del local era excepcional y domando, decorando y destacando esa altura, las lámparas actuaban como la pieza clave de la decoración.
Con las pantallas lacadas en negro, para ceder protagonismo a otros aspectos del interior, o con tambores coloreados para acapararlo, diseños como los de Ramsey y Dumas demuestran que no será fácil jubilar las lámparas. Sirven para algo más que para esconder las bombillas y dirigir su luz.
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Babelia
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