Cosa de hombres
En África el fútbol es cosa de hombres. Es muy difícil ver a las niñas dando patadas a un balón alrededor de una aldea o en la calle de una ciudad. Las mujeres africanas, normalmente, están muy ocupadas con los trabajos de la casa, mientras que los hombres pueden entrenar o escuchar los partidos en la radio o, si tienen dinero, ir al cine para verlos en la tele.
Equipo de fútbol femenino de Madina (Sierra Leona). Todas las fotos Chema Caballero.
Lo que no debería ser una sorpresa para nosotros es descubrir que existe un Copa África femenina, que también se juega este año; tendrá lugar el próximo mes de noviembre en Guinea Ecuatorial. No es la primera vez que hablamos de futbol y mujeres en este blog. No hace mucho os presentamos la experiencia de las Twiga Stars de Tanzania.
A mí me emociona ver la resolución y la fuerza que tienen las chicas africanas que quieren jugar fútbol.
Hace años, tras organizar los equipos masculinos y la liga en la zona de Tonko Limba, en el norte de Sierra Leona, decidí que era tiempo de preguntar a las chicas si también ellas querían tener sus propios equipos. Un grupo de la capital de la zona, Madina (3.000 habitantes) contestó afirmativamente.
La tarea de dar comienzo a un equipo de fútbol femenino en una zona rural de África no fue nada fácil. El primer obstáculo al que tuvimos que enfrentarnos fue el de encontrar tiempo libre para entrenar. Para los chicos nunca representó un problema. Ellos, normalmente, después de la escuela van a ayudar con el trabajo en las granjas familiares y para las seis de la tarde ya pueden estar en el campo dando patadas al balón.
Pero las chicas, tras terminar la faena agrícola, tienen que ir directamente a casa para ayudar en las tareas domésticas. Así, mientras los jóvenes se divierten con el fútbol y los mayores se sientan en los porches delanteros de las casas a jugar a las damas o a beber vino de palma, ellas se unen a las demás mujeres de la familia en el porche trasero para cocinar.
Un día que paseaba por el mercado de Madina me paré a hablar con algunas de las mujeres que allí vendían. Hablamos de todo un poco, como de costumbre: comentamos los últimos cotilleos de la aldea, la subida del precio del arroz… En medio a todo eso dejé caer que no me parecía justo que las niñas no pudieran jugar al fútbol por falta de tiempo, mientras que los chicos no tenían ningún impedimento. Ellas no dijeron nada, como mucho un “aw fo du” (qué se le va a hacer).
Lo inesperado surgió un par de semanas más tarde. Un sábado por la mañana temprano, oí mucho ruido y jaleo. Salí a la puerta de casa y me encontré a un grupo de chicas corriendo. Iban guiadas por un par de maestras y algunas de las líderes de las mujeres de la aldea. Ellas mismas se habían organizado y empezado los entrenamientos. Luego fue solo cuestión de buscar los momentos adecuados para que ellas practicasen: sábados por las mañanas y algunas tardes. Con el apoyo de las mujeres todo se resolvió.
Pero pronto se presentó otro problema aún mayor. Los ancianos de la zona se opusieron a que las chicas jugasen al fútbol. Ellos son los guardianes de la tradición y les molesta cualquier cambio que se produce, siempre lo interpretan como una amenaza a su autoridad. Buscaron diversas excusas para prohibir el fútbol femenino. La primera de ellas fue que eso era cosa de hombres y que, solo por eso las mujeres no podían practicarlo, si lo hacían sería una ofensa a los antepasados que habían dividido las tareas diarias entre los dos sexos. Luego, dijeron que las chicas solo quería jugar para provocar a los chicos y tener relaciones sexuales con ellos, es decir, las llamaban eso que muchas veces se suele llamar a las mujeres cuando deciden tomar iniciativas… Así encadenaban condenas y prohibiciones una tras otra.
Pero las propias mujeres, que habían tenido la iniciativa de apoyar a las chicas, fueron capaces de desmontarlas todas en una multitud de reuniones infinitas que se sucedían día tras día.
Entonces, los ancianos atacaron con lo que a ellos les parecía el argumento más contundente: que las chicas jugaban prácticamente desnudas porque llevaban pantalones cortos.
Esta vez fueron las mismas jóvenes las que encontraron la solución: ponerse encima de los pantalones una lapa, o tela que hace las veces de falda. Así se permitió que siguieran entrenando. Equipos femeninos empezaron a surgir tras el ejemplo dado por las pioneras de la zona y se formó una liga. Luego, cuando los ancianos vieron que no pasaba nada, que se divertían y que encima las futbolistas eran un orgullo para la aldea cuando ganaban, fueron perdiendo sus miedos a lo nuevo y empezaron a apoyarlas.
Es así como la fuerza y la valentía de unas cuantas mujeres hicieron posible un pequeño cambio en una zona rural y aislada de África.
Esta entrada no tiene ninguna pretensión especial. El post que escribí sobe Taylor y la CIA me había dejado un poco bajo de moral. De los comentarios que se recibieron parecía que todos nos damos por vencidos y que las cosas no se pueden cambiar. Por eso, aprovechando la CAN, os cuento esta historia que demuestra que cuando alguien se lo propone, en este caso las mujeres de Madina, se consigue cambiar la realidad que nos rodea, aunque sea muy despacio.
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