La imparable domesticación de la oficina
¿Puede una mesa de oficina contentar a todo el mundo? ¿Ser eficaz en un despacho y no molestar en casa? ¿Servir para los grandes y los pequeños negocios? ¿Representar a la vanguardia y tranquilizar con la estabilidad del clasicismo? El arquitecto Pedro Feduchi estaba convencido de que era posible conseguirlo. Y no era una simple corazonada. Profesor de Historia del Mueble en la Escuela de Arquitectura de Madrid, Feduchi es un creador todo terreno que, desde la restauración, el interiorismo, el diseño de muebles o el de exposiciones ha sabido analizar, y elaborar, los milímetros de la arquitectura. Así, el reto de la mesa de trabajo universal no era un simple capricho, era un convencimiento. Y el premio If que ha logrado su serie Tray (Imasoto) parece darle la razón.
La marcada personalidad es el primer atributo que suelen sacrificar los muebles polivalentes, los que aspiran a poder ofrecer varios usos o a poder emplearse en los más variados ambientes. Sin embargo Feduchi ha conseguido evitar esa pérdida. ¿Cómo? ¿Cómo imprimir carácter a un mueble que busca ser versáttil y adaptarse a cualquier contexto? Con ideas y con equilibrio. Con memoria, atención y cuidado más que con riesgo o inspiración.
Para hacer su apuesta de futuro, Fecuchi ha huido de las utopías y ha partido de la realidad. Así, ha tendido una mano al pasado y otra al presente. Las aristas redondeadas que emplea en los bastidores que sirven para separar sus mesas son de rabiosa actualidad. También hacen más amables las mesas. Sin embargo, el arquitecto ha apoyado esa decisión en el mundo conocido, cálido y con referencias que remiten a los grandes del diseño, de la rejilla tapizada a mano. Así, con una vela a cada polo temporal, Feduchi ha podido concentrarse en actualizar sin cortar las raíces. Solucionada la ubicación temporal del producto, ¿cómo consiguió domesticar y personalizar el mundo anodino y pragmático del espacio laboral?
Si llegó antes la combinación de materiales o las proporciones poco importa. La suma de ambos es lo que convierte estas mesas en memorables. La proporción es lo que domestica el sistema de apoyos. Anchos de 75 centímetros y largos de un metro y medio. Los materiales son los que lo acercan y hacen posible la convivencia entre delicadeza y función. La madera de haya maciza (procedente de bosques reforestados) con barniz mate en las patas o en los bastidores y el acero laminado en frío (pintado de blanco con pintura Epoxy secada al horno) para los sobres y los complementos: los cajones, los archivadores o las bandejas acercan el diseño funcional al campo de las emociones. Lo que hace que estas mesas funcionen como máquinas para despachos no se ve: desde la pintura de poliéster -para asegurar larga vida, muchos cierres y resistencia a los golpes en un mueble pensado para ser usado más que para ser mirado- hasta las canaletas para ocultar los cables. Y lo que convierte la serie Tray en un mueble domesticado es que además de verse puede tocarse (las proporciones, la madera de las patas o el trenzado de la rejilla). El difícil equilibrio entre eficacia profesional y calidez doméstica encuentra en la serie de mesas Tray aire fresco, un traje informal firmado por el sastre más serio.
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