Fiesta mayor
Las fiestas de los pueblos y de los barrios duplican la población y ensanchan las calles para nuevos usos en el plazo breve de unos días y solo durante una semana. Esa transformación arquitectónica, y hasta urbanística, encierra una lección que muchos municipios españoles realizan anónimamente y, hasta que llega la banda de música, en silencio.
En el barrio madrileño de Chueca, y en la Gran Vía vecina, el arquitecto Sergio Sebastián Franco tuvo la idea de atenuar la iluminación de la calle para vestir la ciudad de fiesta. Así, dejó caer en algunas de las calles y plazas piezas circulares de plástico coloreado transparente, opaco o translúcido dotadas con partículas fotoluminiscentes es decir: con partículas que reaccionan ante una fuente de luz. Así, los círculos coloreados que -como una falsa celosía recortaba el cielo y decoraban las vistas- y que el arquitecto llamó Confeti, no consumían ninguna energía: reaccionaban con la iluminación habitual de las farolas de las calles. También respondían a la luz que salía del interior de las viviendas, la que se escapaba por las ventanas y la propia del sol durante todo el día.
Pero había más. Este sistema de iluminación y decoración festiva sostenible trabajaba también durante el día. La falsa celosía de confeti producía sombra cuando había sol y coloreaba el falso techo de brillos en movimiento sin ningún consumo eléctrico.
Así, con una ingeniosa buena idea, un acontecimiento temporal también adquirió dimensión espacial, movimiento y alegría para celebrar las fiestas del año. Pero además, fue capaz de enviar un mensaje: se puede deslumbrar sin arruinarse, es posible sorprender sin gastar y la fiesta sabe mejor si el despilfarro en realidad no es tal.
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Babelia
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