Descanso visual en Santiago


FOTOS: Héctor Santos -Díez
“No somos los primeros ni seremos los últimos”. Los arquitectos Elizabeth Abalo y Gonzalo Alonso explican que en su Hotel Moure, en Santiago de Compostela, conservaron unas cosas, modificaron otras, corrigieron algún error, eliminaron algún elemento e introdujeron algún otro para inventar una tercera vida al pequeño hotel de la calle Loureiros.
El albergue vive una tercera vida. Los padres de quien lo gobierna hoy lo compraron en 1974, pero encontraron libros de cuentas que se remontan al año 43. El hotel original pertenecía a la familia Moure. Y ese nombre han querido recuperar los dueños del Costa Vella y el Altair, en la misma calle, para el que será el primer negocio de su hijo. El cambio generacional se nota en la fachada.
Al nuevo establecimiento se entra rodando, por una rampa de hormigón, después de traspasar la puerta transparente de acceso en la que solo la palabra Moure –en verde claro- anuncia el hotel. No hay mostrador: una pequeña estancia sirve de despacho y acogida. Así, el huésped entra en una sala-corredor-vestíbulo que se percibe doméstica pero espaciosa, gracias a la claridad que llega desde el patio recuperado. Es ese elemento vertical, el que ventila e ilumina las estancias. En el perímetro de la sala de espera y desayunos, cajas de madera delimitan los espacios auxiliares de servicio: un office y el vestuario de los trabajadores. Pero, hacia el final de la estancia, en el centro de la planta, es el patio, recuperado y restaurado el que vuelca nueva luz y vida en el corazón del un hotel cómodo y limpio, desnudo y sin embargo acogedor. El Moure parece ofrecer aire como su mejor baza hotelera.
Cada fachada tiene dos habitaciones (en lugar de las tres previstas). Y son esos metros de más y la limpieza visual del establecimiento los que consiguen que el hotel respire y ofrezca un ambiente de descanso. Frente al aluvión de establecimientos que, en los últimos años, han apostado por sofisticar la experiencia de dormir en un hotel, este busca simplificarla. Parece querer ofrecer descanso, vida doméstica sin convivencia familiar.
Así, el pavimento del suelo diluye los límites ampliando visualmente los espacios. Las puertas correderas integran los armarios de las habitaciones y la falta de puerta en parte de los aseos gana espacio para la estancia. En un trabajo de interiorismo milimétrico, los arquitectos han ideado también los cabeceros de las camas, que se convierten en encimeras. Como en las viviendas históricas, la tercera planta del hotel conserva las galerías en fachada, convertidas en ampliaciones de las habitaciones, pero independizadas como mirador, formando una doble piel. Lo mismo sucede en la última planta abuhardillada: el ingenio y las restricciones espaciales han producido soluciones ingeniosas, como un cuarto anexo, de techo bajo, para quienes viajan con niños.


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