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La muerte vino del cielo

El desprendimiento de cornisas y el derrumbe de edificios mató en la calle a nueve personas, todos españoles, en un municipio con el 20% de inmigrantes

La muerte llegó desde el cielo en forma de lluvia de piedras provocada por la sacudida desencadenada en dos terremotos que llevaron el dolor a Lorca (Murcia) en la tarde del pasado miércoles. La tierra se movió y algunos edificios escupieron la muerte porque se derrumbaron o sufrieron desprendimientos de sus cornisas. Los lorquinos vivieron la pesadilla más grave que nunca habían conocido.

Las nueve víctimas del terremoto de Lorca murieron sobre las aceras de la calle de la ciudad a consecuencia de los cascotes y desprendimientos desencadenados por el balanceo de los edificios durante algunos segundos. Nueve lorquinos (cuatro mujeres, cuatro hombres y un niño) murieron por el seísmo más grave que ha sufrido España en las últimas décadas.

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Antonia Sánchez Gallego, Juana López Canales, Emilia Moreno Moreno, Pedro José Rubio Corbalán, Juan Salinas Navarro, Domingo García Urrea, Rafael Mateos Rodríguez, María Dolores Montiel Sánchez y el niño Raúl Guerrero Molina son las nueve víctimas de este seísmo. Lo que sigue son retazos de sus historias.

Rafael, empresario y deportista. Al filo de las siete de la tarde del miércoles, Rafael Mateo, de 50 años, charlaba a la puerta de su tienda de zapatos con un amigo jubilado y otro joven que hizo un receso en su marcha cicloturista por la ciudad. De súbito, sobre la acera del local ubicado en la confluencia de las calles Puente de Gimeno con los Voluntarios, en el barrio de San Cristóbal, llovieron cascotes procedentes de la terraza del inmueble de cuatro pisos. Rafael, su amigo jubilado y el joven ciclista fallecieron en el acto. "Era un gran empresario y un gran deportista, amante sobre todo del fútbol y de la bicicleta", relató una vecina. "Mi tío era un luchador siempre en guardia para defender su negocio", añadió un familiar del fallecido. Rafael deja mujer y dos hijos mellizos. El empresario fallecido combinaba su actividad de venta directa en la tienda con puestos ambulantes en los mercadillos de la comarca.

Juana, "una mujer muy luchadora". Seis manzanas más hacia el norte, ya en el barrio de San Diego, el terremoto segó la vida de Juana Canales, una mujer de unos 50 años. Juana salía de la peluquería Rosa, ubicada en la calle Galicia, cuando de repente los desprendimientos de piedras de los edificios de la zona provocados por el terremoto acabaron con su vida. "Era una mujer muy luchadora, siempre en el negocio de la hostelería, cuyos inicios se remontan a un restaurante a la entrada de Lorca", dijo una vecina. "Ahora regentaba una bodega con su marido en el casco urbano de la ciudad", explicó una vecina. Juana deja dos huérfanos de unos 30 años y ambos discapacitados físicos. A unos metros donde el terremoto acabó con la vida de Juana, en la calle Olcina, los equipos de rescate hallaron el cadáver de otro hombre de 44 años.

El ensanche de Lorca, es decir, los barrios de San Diego y San Cristóbal, han acumulado más de la mitad de las víctimas mortales del seísmo. En el extremo sur de la ciudad, en la joven barriada de La Viña, el terremoto se cobró la vida de otras tres personas. Antonia Sánchez era una de ellas.

Antonia murió pero salvó a sus dos hijos. La mujer caminaba por la calle Infante don Juan Manuel acompañada por su hijo y su hija, de uno y tres años, en el momento en que se desplomó un inmueble de seis plantas. El aluvión de cascotes enterró a Juana, pero su instinto maternal salvó a sus dos pequeños, que guareció sobre su cuerpo. En los aledaños de esta calle también perdió la vida un hombre de 37 años.

La cornisa mató al pequeño Raúl. A unos doscientos metros del fatídico punto donde falleció Antonia, la tragedia se cebó con el niño Raúl Guerrero, de 13 años. El pequeño se encontraba a la puerta del bar La Viña, en el número 8 de la carretera de Granada, cuando se desprendió la cornisa del edificio y cayó a plomo sobre el pequeño. Raúl falleció en el acto ante el dolor de su madre y su abuelo paterno, Ginés. El pequeño Raúl era conocido popular y cariñosamente el barrio como el nieto del tío del puro, en alusión a la afición a este tipo de tabaco de su abuelo. Ginés evocaba entre lágrimas a su nieto. "Era fantástico, buen estudiante y un deportista nato, le gustaba mucho el fútbol y la natación". "Era un chico normal, como cualquier otro de su edad", añadió con el rostro compungido su abuelo.

Emilia, madre y embarazada de ocho meses. A las faldas del castillo de Lorca en el barrio de San Pedro, el seísmo enterró de golpe los sueños de Emilia Moreno. La joven de 22 años, embarazada de ocho meses y madre de una niña de tres años, reposaba sobre un muro. De repente, la pared cayó sobre la espalda de Emilia, quien quedó aplastada entre los escombros. La joven víctima del terremoto vivía con su pareja Herminio en casa de su suegra. "Era una mujer muy vital, y guapa", comentó una vecina de la barriada.

Un niño juega en un campamento instalado en Lorca para acoger a las personas que se han quedado sin hogar tras el terremoto del martes.
Un niño juega en un campamento instalado en Lorca para acoger a las personas que se han quedado sin hogar tras el terremoto del martes.JON NAZCA (REUTERS)

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