La ofensiva planetaria del presidente 'Lula'
Las relaciones entre Brasil y Estados Unidos son de doble cara, distintas pero compatibles. La excelente relación que el presidente Lula (que dará paso el 1 de enero de 2011 a su sucesora y delfín Dilma Rousseff) tenía con el republicano George Bush (hijo) se ha visto incluso reforzada con la accesión a la Casa Blanca del demócrata Barack Obama. Ese entendimiento se extiende a todos los terrenos visibles y no tanto como la cooperación en la lucha anti-terrorista, especialmente en la zona de Sao Paulo donde, sin que se reconozca oficialmente, hay células durmientes de Al Qaeda bajo estricta vigilancia de las autoridades. Y todo ello no impide que el Departamento de Estado califique a Lula como "el presidente más anti-norteamericano" de la historia de Brasil.
El ex obrero metalúrgico que ha gobernado el país los últimos ocho años, y que deja la presidencia con índices de más del 80% de apoyo ciudadano, tiene 'una cierta idea' de Brasil. Cree que el país está llamado a ser o es ya una gran potencia, y no solo de ámbito latinoamericano. Y en esa tesitura ha efectuado casi 200 viajes al extranjero; se ha ofrecido como mediador en el conflicto árabe-israelí; ha sido decisivo en la creación de estructuras que operan al margen de Estados Unidos y la OEA, como UNASUR, agrupación de Estados de América del Sur; desde su instalación en el G-20 ha hablado con frecuencia en nombre no solo de Iberoamérica sino de todo el mundo en desarrollo; y, muy notablemente, ha sido, junto con el líder turco Tayip Recep Erdogan, interlocutor de Teherán en el contencioso nuclear con Estados Unidos. Ambos mandatarios obtuvieron del presidente Ahmadinejad un acuerdo para el enriquecimiento de uranio en Turquía de forma que, sobre el papel al menos, se garantizara que el país chií no utilizase el mineral para fabricar bombas nucleares. Washington ignoró, sin embargo, la gestión aduciendo que los volúmenes de uranio que así se exportaran serían insuficientes para garantizar nada. Pero la cuestión de fondo es la de que Brasil se ha convertido en un agente autónomo que contradice los lineamientos del superpoder.
Esa política exterior mundializada se ha expresado también con los acuerdos de compra de armamento y cesión de tecnología militar con Francia, que harán de Brasil la mayor potencia militar de la América no anglosajona; y en el espacio latinoamericano Lula llevó la voz cantante junto con el venezolano Hugo Chávez en la ofensiva política contra el golpe militar que derrocó a Manuel Zelaya -converso del chavismo- en junio de 2009, condenando así a un relativo ostracismo a su sucesor, el presidente Porfirio Lobo; mostró su intenso disgusto por la concesión de bases militares colombianas para uso de Estados Unidos, todo lo que no le había tampoco impedido suscribir acuerdos de cooperación militar con la gran potencia del Norte, pero sin que ello implicara la presencia de soldados norteamericanos en el país.
Brasil que ha obtenido la celebración del Mundial de fútbol en 2014 y los Juegos en 2016, en gran parte como homenaje a su nueva estrella universal, ha lanzado en las últimas semanas una gigantesca operación de adecentamiento urbanístico y mejora de la seguridad ciudadana con un asalto masivo de policía y ejército a las favelas que rodean y penetran en Río, no solo de cara a aquellos acontecimientos deportivos, sino para montar un gran escaparate ante el mundo de la potencia en construcción. Y, pese a todo ello, Lula asegura que no tiene planes de volver a la presidencia. Pero tampoco de retirarse.
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