Shanghai: la dificultad del espectáculo


“Son muchos los proyectistas (y los políticos) que han confundido ruido con espectáculo”. El espectáculo es difícil. Salirse de la norma y mejorarla exige ser artista.
También el catalán Pep Llinás se declara “más crítico con los arquitectos perezosos que con las grandes construcciones mediáticas”. Y añade: “A mí me gusta mucho cómo trabaja Gehry, y cuando veo alguna de sus obras pienso: yo nunca tendré valor para hacer algo así. Admiro a la gente capaz de asumir riesgos. Porque son los grandes riesgos los que también generan fracasos estrepitosos. Es jugarse el todo o nada a una carta”.
En medio de este debate, una Exposición Universal podría ser el lugar apropiado para el espectáculo arquitectónico si uno de los espectáculos más constructivos es el de la experimentación. Benedetta Tagliabue, autora del pabellón español en Shangai, es consciente del componente comunicativo de la arquitectura y de cómo, en ocasiones, como en una Expo, la voluntad de transmitir un mensaje debe anteponerse a otros objetivos.
Su idea para levantar el pabellón español en Shanghai era reivindicar el mundo artesano que parece que China, y también todos nosotros, ya no queremos ser y de cuya pérdida tanto se va a resentir la arquitectura. Tagliabue nos ha llevado hasta el que considera el edificio más sugerente de la Expo: el pabellón británico que firma Thomas Heatherwick, un inglés de 40 años.
El truco de Heatherwick es que además de pertenecer al RIBA pasó por el Royal College of Art antes de fundar su estudio, en 1994, “para construir proyectos extraordinarios”. Escenógrafo, escultor, sastre y mueblista, además de arquitecto, es capaz de proponer una entrada blanda para el Hospital de St. Thomas de Londres o edificios rocosos como el Centro de Comunicaciones que ha ideado para Hereford. Imaginativo y siempre sorprendente, sus propuestas son de alto riesgo. Algunas veces, como en la estación eléctrica de Teesside, consigue convertir un problema en una atracción. Pero otras, como en el interior de la tienda para Longchamp que firmó en Nueva York, Le Maison Unique, un pliegue complica la vida. Y desdibuja las ideas. Sólo el que corre riesgos se equivoca.
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