En el último suspiro
La remodelación del Gobierno, tantas veces solicitada por dirigentes del PSOE y tantas veces negada por el presidente del Gobierno, ha llegado en el último suspiro, a solo ocho meses de las elecciones generales. Da la impresión de que Zapatero solo se ha decidido a hacer cambios después de optar, primero, por agotar la legislatura (algo a lo que se comprometió esta semana en el Congreso) y con la aparente intención de que los nuevos ministros "animen" un final de etapa bastante agónico.
En este sentido, la incorporación del investigador Bernat Soria, una personalidad muy conocida y con gran proyección mediática, como ministro de Sanidad, y de Cesar Antonio Molina, un gestor muy experimentado, convencido de que es importante comunicar lo que se hace, como ministro de Cultura, confirman ese mensaje fundamentalmente extravertido.
Algunos de los nombramientos tienen, además, una potente interpretación electoral. Por ejemplo, el de la hasta ahora vicepresidenta del Congreso Carme Chacón, que es candidata a figurar como número uno en la lista del PSC por Barcelona y que con su recién estrenada condición de ministra adquiere nuevo peso. Además, se soluciona así el problema protocolario que hubiera significado colocarla por delante de Joan Clos, ministro de Industria y número dos en esa lista.
Es poco probable, sin embargo, que Chacón, con una fuerte vocación política, contemple el ministerio de Vivienda como su destino final para la próxima legislatura, caso de ganar las elecciones de marzo. La cartera de Vivienda esta casi desprovista de competencias reales y las pocas con las que cuenta han sido ya utilizadas, por no decir consumidas, por la ministra cesante, Maria Antonia Trujillo, sobre todo con la elaboración de la nueva Ley del Suelo. Lo lógico sería que ese ministerio terminara por desaparecer y que Chacón aspirara a una futura cartera con más competencias.
La salida de Jordi Sevilla de Administraciones Públicas era uno de los descartes más seguros por su progresiva desconexión con el presidente del Gobierno. Es conocido que Zapatero considera como condición indispensable para sus ministros "sentirse personalmente cómodo" con ellos, algo que últimamente no se producía con Sevilla. La cartera que ahora ocupa Elena Salgado tiene unas características extrañas porque es muy potente administrativamente, pero ha quedado, en la práctica, desposeída de relevancia política al reservarse la propia presidencia del Gobierno todo lo relativo a la reforma de los estatutos. En los meses que quedan parece que la tarea más importante de Salgado será impulsar las transferencias previstas en los nuevos acuerdos, especialmente en el catalán. Falta por saber el destino de Sevilla, al que se le sitúa tanto en el Partido Socialista de Valencia, como incorporado a tareas parlamentarias significativas.
La euforia, el estado de ánimo propenso al optimismo, que invade a los socialistas ha disparado las cábalas internas sobre nuevas combinaciones ministeriales en una eventual nueva legislatura, algo que hasta ahora no se contemplaba con tanta naturalidad. Las apuestas más significativas giran siempre en torno a las dos vicepresidencias del Gobierno, teóricamente sujetas a la política de paridad, y a la permanente candidatura para una de ellas de Jesús Caldera. El ministro de Trabajo ha sido confirmado en su cartera, pero se considera rescatado en primera línea política por su nombramiento como jefe de la próxima campaña y por su incorporación a las restringidas reuniones de los lunes en la Moncloa.
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