Conmoción en el kilómetro cero
Centenares de madrileños se vuelcan a donar sangre en la Puerta del Sol nada más conocer la noticia de los atentados
Varios centenares de espontáneos y de donantes habituales formaban, pasadas las 10.30 horas, una larguísima fila, ordenada y extrañamente silenciosa, desde la Puerta del Sol, subiendo por Arenal y que llegaba prácticamente a la Plaza de Callao. Frente a la esquina con Preciados, entraban uno por uno en el autobús habilitado para las donaciones. El Ayuntamiento, además, ha puesto a disposición de los ciudadanos otros dos autobuses de línea que conducen gratuitamente a los interesados al Centro de Transfusiones de Valdebernardo.
La "indignación" que ha sentido Carmen, madrileña de 32 años, nada más escuchar la noticia de los atentados, la ha empujado a vestirse "sin darse siquiera una ducha" y ha movido sus pasos "desde Legazpi hasta el kilómetro cero". Miguel Ángel llevaba a su mujer al metro, cuando ésta recibió pasadas las 8.30 una llamada de una amiga desde Santa Eugenia. Fueron a buscarla y vieron "el desastre total", "el tren destrozado y mantas tapando cuerpos". Ella se quedó allí, con su amiga, y él condujo hasta Sol para ofrecer "sangre y lo que haga falta".
El conductor de un autobús advierte a otro de que las reservas "son suficientes por hoy". Su voz se mezcla con el ruido de las campanas dando las 11. Pero no se mueve un alma. "Si me dicen que no done hoy, volveré mañana", promete Lola, preguntando a su alrededor si ya hay manifestaciones convocadas en la capital. Más que rabia, siente "dolor". Espera que la participación electoral el domingo sea "masiva" y confía en que los partidos políticos se mantendrán "unidos".
'Shock'
El estado de shock sólo se ve interrumpido por un par de hinchas del Bayern de Munich que, ajenos a la tragedia, acaban de levantarse y salen de la pensión de la Puerta del Sol en la que se han alojado dando gritos a otro compañero que ha quedado en la habitación y que les saluda desde la ventana. Todavía creen que la eliminación de su equipo es la noticia del día. Hay quien hojea el periódico, como buscando explicaciones a la tragedia, pero los diarios esta mañana parecen lejanos, como escritos hace años.
A Antonio le llamaron del Centro de Donantes para pedir su colaboración. "Ya lo había escuchado por la radio", pero le costó mover un músculo. "Porque esto es muy fuerte", "es una tragedia distinta que no olvidaremos los españoles", explica con los ojos llorosos. En su opinión, se reforzará el partido del Gobierno en las legislativas del 14-M, "pero es lo de menos".
En una cabina telefónica, una mujer saca temblorosa del bolso una libreta de direcciones. Se toma su tiempo. Detrás de ella, esperan dos guineanos y una peruana: "Necesitamos dar un recado", piden con impaciencia. "Para ver si mi sobrina está bien", explica ella. "Dése prisa", por favor. El móvil no funciona, las líneas están colapsadas. Icíar, de 41 años y "harta de tantas muertes inútiles en un país democrático", esperará en Sol a ver "qué pasa". Si no le permiten dar sangre, puesto que no tiene carné de donante, se irá a Valdebernardo. Deja 35 céntimos en el teléfono, para que el siguiente llame a sus familiares y amigos.
Demanda cubierta
Poco a poco los voluntarios van asumiendo que por hoy no hace falta más sangre y la cola comienza a disgregarse. Algunos se dirigen directamente a la puerta central del autobús y a los dos guardias de seguridad para pedirles explicaciones. Ellos tampoco lo tienen muy claro. Creen, pero no lo saben seguro, que sigue haciendo falta sangre, pero que no hay más recipientes para recogerla. Una mujer que lleva toda la mañana pendiente de la radio les desmiente: las autoridades ya han dicho que no se done más. Varios voluntarios se enfadan y preguntan por un responsable. Dos chicas no se resignan a no colaborar. "Vamos a Plaza de Castilla", dice una de ellas, que ha escuchado que también allí hay otro autobús.
Solidaridad y un civismo insólito. A las 11.30 parece que el tiempo se hubiese detenido, a pesar del gentío y la celeridad con la que las noticias, por la radio, dan cuenta de la magnitud del desastre. "125 muertos", cuenta Elena. Los dos grupos que la flanquean en la cola (ella "está y se siente muy sola") repiten en alto el balance de muertos. "Es increíble", dicen las cuatro universitarias de Derecho situadas delante. "Y los que faltan", alertan dos chicos detrás. Llevan un rato junto al restaurante de comida rápida de Rodilla. "Esto no se mueve mucho", advierten las estudiantes en referencia a la cola de donaciones. "Pues dicen que han donado miles", se consuelan. Se miran, pero sin enfocar del todo, atentas a las informaciones de un pequeño aparato de radio que "siempre" lleva consigo una de ellas. "Esto no me lo esperaba", confiesa, "pero lo mismo me pasó el 11-S".
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