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Blogs / Educación
Escuelas en red
Coordinado por Rodrigo J. García

Cuando enseñar significa transformar

Un grupo de docentes decidió reinventar una escuela que parecía destinada a desaparecer; dos décadas después, el centro es un ejemplo de participación, sostenibilidad y aprendizaje compartido

¿Cuál es el valor moral de la educación como práctica social? ¿Consiste en formar personas que se adapten pasivamente a lo establecido o en impulsar la libre expresión de la identidad? ¿Debe la educación desarrollar la conciencia crítica? ¿Favorece, como constructo social, la jerarquización y el ejercicio del poder de unos sobre otros o afianza la cooperación?

Profundizar en esta dimensión ética y en cómo se expresa en la práctica docente exige responder a estas preguntas. La docencia suele entenderse como una tarea ocupada en transmitir conocimientos de distintos campos del saber humano. Sin embargo, queremos ir más allá y explorar su sentido moral, tal y como se concreta en experiencias reales, en este caso, la del Colegio Público Nuestra Señora de Gracia, en Málaga.

A partir del curso 2003/04, un grupo de docentes decidió hacer frente a la situación de un colegio que, en su entorno, era considerado un centro “gueto” y cuya desaparición empezaba a ser valorada por la administración. Hoy es una escuela reconocida por su coherencia formativa y su compromiso con la mejora educativa, valorada por las familias hasta el punto de contar con lista de espera.

Maribel Gaviero, antigua madre del centro, lo recuerda así: “En 2003 nos tocó escolarizar a nuestro hijo mayor y nos desanimamos al ver el colegio que nos había tocado: sin patio infantil, sin espacios de juego ni de educación física. Pero su tutora, Rosa Caparrós, nos pidió un voto de confianza. Nos prometió que el nuevo equipo docente estaba decidido a cambiar las cosas y a luchar por el bienestar de nuestros hijos. Así fue. Durante los doce años que mis hijos estudiaron allí vimos cómo el colegio se transformaba. Hoy, después de tantos años, solo puedo dar las gracias. Para nosotros será siempre un orgullo decir que pertenecemos a la familia de ‘El Gracia’.”

Antes de esta transformación, el colegio Nuestra Señora de Gracia tenía serios problemas de matrícula, convivencia y aprendizaje. Los conflictos entre el personal del centro y las familias eran frecuentes, y las escenas de tensión en aulas y pasillos, habituales. La calidad de los aprendizajes se resentía y muchos estudiantes se mostraban alejados de las tareas escolares.

La tarea docente, como práctica social, corría el riesgo de perder sentido y olvidar su propósito esencial de humanizar y estimular la vocación y la comprensión del significado de ser persona.

Un proyecto para reinventar la escuela

La inestabilidad del claustro era una dificultad añadida. Algunos docentes solicitaron traslado, otros se jubilaron. Seis maestras y dos maestros solicitaron voluntariamente ocupar esas vacantes. En aquel momento, la administración educativa andaluza permitía esta posibilidad, algo que hoy sería imposible.

La adscripción al centro requería elaborar un proyecto de mejora que debía ser aprobado por la administración, quizá como último intento antes de su cierre. El Gracia escolarizaba alumnado procedente de un barrio del centro histórico y de otro de viviendas sociales cercano. Partiendo de esta realidad, este grupo de docentes comenzó a soñar una escuela diferente que diera respuesta a las necesidades educativas y sociales del alumnado, las familias y el vecindario.

Cada semana se reunían con algunas certezas y muchas incertidumbres, para definir el proyecto educativo que aún hoy sigue siendo el motor de la vida del centro. Lo llamaron La ilusión de vivir y crecer en compañía. Querían construir un espacio de bienestar y acogida que ofreciera nuevas posibilidades de presente y de futuro a toda la comunidad educativa.

El proyecto se estructuró en torno a cuatro grandes áreas de mejora interrelacionadas: la convivencia y el clima escolar, la identidad y la autoestima del alumnado, un currículo que los ayudara a reconocerse como sujetos históricos capaces de transformarse y transformar su entorno, y la apertura del centro a su comunidad, fieles al deseo de reconocer el papel que ésta desempeña en la educación de los más jóvenes.

Democracia y aprendizaje en comunidad

Inician su andadura centrando las energías en la mejora del clima de convivencia. La participación, la escucha y la colaboración se consideran actitudes y comportamientos esenciales. El trabajo en equipo se convierte en la base estructural del funcionamiento del centro, con la asamblea como eje central y con el equipo docente, las comisiones y el equipo directivo encargados de gestionar las decisiones acordadas. Apostaron por una profundización democrática en las relaciones y por una mayor implicación de las familias y del resto de agentes educativos en la vida del colegio.

Las decisiones de la asamblea no se votan, se adoptan por consenso y las propuestas acordadas son creaciones colectivas. Las responsabilidades de los distintos planes, proyectos e iniciativas (ecoescuela, biblioteca o Charlas con café), se comparten en comisiones mixtas integradas por docentes y familias. En lugar de cerrar el centro a la participación, huyendo de los posibles conflictos, optan por abrir espacios de diálogo basados en el cuidado y apoyo mutuo.

Entre las iniciativas más consolidadas destaca Charlas con Café, un espacio de encuentro entre familias y profesorado, con participación del alumnado y la colaboración de personas invitadas, en torno a un desayuno, y sobre una temática acordada: alimentación, ciberacoso, educación afectivo-sexual, uso de móviles o resolución de conflictos. Virginia, una de las madres participantes, lo expresa así: “Esa charla con café es ese sabor familiar de pan tostado y café que te regala con cariño amigo este cole tan especial y que te sabe escuchar”.

Un currículo vivo y arraigado en la experiencia

Se propusieron, además, fortalecer la cohesión del equipo docente y construir un currículo centrado en experiencias significativas que ofreciera posibilidades a todo el alumnado para comprender y actuar en el mundo, a partir de su experiencia. Abandonaron los libros de texto y elaboraron materiales propios acordes con la metodología de proyectos de trabajo. La distancia cultural con el currículo tradicional hacía recomendable el uso de recursos más cercanos y menos formales. El entorno se convirtió en un escenario formativo privilegiado.

A partir de esta nueva mirada, surge el Currículum del más, con el que fomentan el acceso directo a la cultura, planificando y preparando pedagógicamente visitas a museos, espacios científicos, librerías y encuentros con profesionales. Sentaron las bases para que el colegio se conciba hoy como una ventana al mundo, a la cultura, al arte, al conocimiento y a un contexto que va mucho más allá de los límites del barrio.

Los aprendizajes se vinculan a las circunstancias de su realidad y a su significado en el presente y el futuro. Estudian, por ejemplo, las implicaciones del fast fashion en el planeta o el interés de los patrones geométricos del patrimonio artístico de Málaga. Conectan sentido, funcionalidad y la realidad que los rodea.

Cuidan especialmente el reconocimiento de los logros, sustentados en los intereses del alumnado, y el despertar del deseo y la curiosidad por seguir aprendiendo. En las asambleas de aula se aborda la vida del grupo, se gestionan conflictos, se consensuan las normas y se planifica el trabajo diario. Junto con los proyectos de investigación de aula, interaula y de centro, las aulas de arte y de teatro sustentan el núcleo de la propuesta curricular.

Consolidar una identidad educativa compartida

La consideración de la infancia y el valor moral de la educación son la base de esta transformación. Valoran las diferencias como un componente enriquecedor de las relaciones interpersonales, la enseñanza y los aprendizajes. Crean escenarios donde se respetan los ritmos e intereses individuales y donde cada niño y niña siente que se le escucha, se le mira, se le respeta y se le cuida.

Esta visión se refuerza con la creación de la Coordinadora de Alumnado, integrada por representantes de cada grupo-nivel y dos docentes. En este espacio se debaten y consensuan propuestas relacionadas con la vida del centro y la organización de sus espacios.

La tarea de educar se considera una responsabilidad compartida por todas las personas que habitan el centro. Cualquier docente puede intervenir en la resolución de un conflicto, aunque no afecte a su grupo. Lo que significa saber estar en el centro, expresarse y actuar con coherencia.

En el quehacer diario colaboran de manera voluntaria familiares, estudiantes universitarios, maestras jubiladas y vecinos del barrio. Apoyan al profesorado en actividades de aula, talleres, salidas o tareas organizativas que sostienen buena parte de la vida escolar. Esta apertura al entorno ha ampliado las posibilidades educativas y consolidado el sentimiento de pertenencia.

Una escuela que crece desde dentro

Ha desaparecido la antigua imagen de escuela “gueto” y la comunidad educativa percibe El Gracia como lugar de conocimiento, seguro, deseado y reconfortante, donde se cultivan las buenas relaciones en una sociedad diversa.

“Hay algo que siempre hemos ido incorporando con el paso de los años en El Gracia: decimos que lo que funciona, crece”, explican Maribel Serralvo Zamora, directora del centro durante dieciocho años, y Gonzalo Maldonado Ruiz, maestro de educación infantil y antiguo voluntario del colegio.

Cuando les preguntan: “¿Qué ‘se hace’ en ‘El Gracia’?” les es difícil responder, “¿Sois un colegio Montessori?”, “¿Hacéis Comunidades de aprendizaje?”. “Como si la complejidad de un proyecto educativo pudiera reducirse a una etiqueta. En nuestro centro reflexionamos colectivamente para que el alumnado descubra el lugar que ocupa en el mundo”.

En cada aula, y a lo largo de la semana, el alumnado trabaja en parejas, pequeños grupos, desdobles o con la clase completa. La división en clases según edades puede tener sentido en determinados momentos, pero en otros se deben utilizar otros formatos y trabajar juntos, codo con codo, estudiantes de edades diferentes.

La conciencia ciudadana atraviesa el sentir del colegio. A comprar en el supermercado de su barrio, aprenden comprando y haciendo los cálculos matemáticos. La educación física pueden practicarla en las plazas y espacios públicos. El placer de la lectura pueden sentirlo sentados en un banco del parque, o para la emisión de un podcast utilizar las instalaciones de la radio comunitaria Onda color.

La escuela devuelve a la ciudad una imagen de acogida, de dignidad liberada de prejuicios anteriores.

En El Gracia, la educación en y para la sostenibilidad es otro de sus pilares. La relación con el medio natural se vive como algo cotidiano y no como “anexo” o de celebración en una efeméride. Iniciativas como la autoevaluación de las conductas ecológicas y su debate en las asambleas han llevado al colegio a ser reconocido como ecoescuela.

Cultivar una mirada crítica y una lectura compleja sobre los fenómenos sociales que les afectan, les ha servido para mantener una firme defensa de la igualdad de género. Esta mirada ecológica, crítica, ética y ciudadana es parte esencial de su proyecto educativo.

Puertas regaladas: aprender dejando huella

Una iniciativa singular de participación colectiva y de promoción de valoresecosociales ha sido el proyecto Puertas regaladas.

Se sustenta en la metodología de proyectos de trabajo y nace del deseo común de actuar ante temáticas ecosociales y, al tiempo, embellecer el centro con manifestaciones que muestren esa vocación comunitaria.

Lo que en un principio comenzó siendo un regalo de un grupo de aula a otro (una especie de “amigo invisible” formativo), ha evolucionado hasta convertirse en un proyecto de indagación, estudio y creación en torno a temas ecosociales.

Su desarrollo sigue varias fases. En la primera, de estudio e investigación, el colegio acuerda una temática común, como mujeres en la ciencia y la literatura, necesidades de nuestro barrio y Málaga, nuestra huella ecológica, las buenas prácticas medioambientales o nuestro bosque urbano (espacio que, desde la pandemia se ha convertido en un aula más). Cada grupo-aula construye su propia interpretación, busca información, lleva a cabo la lectura, estudia y comparte reflexiones. Toda esta información es origen de otros muchos proyectos de trabajo a lo largo del año.

En la segunda fase, de creación, el alumnado plasma artísticamente los aprendizajes más relevantes. Viene después la fase en que cada grupo instala su creación plástica en la puerta del aula. Finalmente, la fase de exposición, en la que el alumnado muestra su trabajo públicamente, mediante representaciones, canciones o explicaciones orales. Rellanos y pasillos se transforman en salas de exposiciones.

En pequeños grupos los alumnos se sientan en torno a la puerta protagonista mientras los creadores explican el proceso seguido, los aprendizajes logrados y el sentido de su obra. Las puertas, así decoradas, se mantienen prácticamente intactas hasta el curso siguiente, dando testimonio de una comunidad escolar que aprende y deja huella.

Mamen Castellanos, madre del centro: “Sólo puedo darle las gracias a la vida por aquel día que nos animamos a entrar por aquella cancela sin saber lo que íbamos a encontrar y gracias a todas las personas que están y han estado por haber hecho realidad otra forma de educar a nuestros hijos e hijas, desde el respeto, la actitud crítica, el compañerismo, la cooperación, la lucha por la igualdad de derechos... y, todo, desde una escuela pública”.

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