Las aulas esperan a una mayor caída de la incidencia del coronavirus para poder dejar atrás las mascarillas
Los expertos coinciden en descartar que, con cerca del 80% de la población inmunizada, los colegios puedan convertirse en el foco de una nueva ola
La conveniencia o no de que los niños lleven mascarilla en clase es un asunto que apenas ha ocupado espacio en el grupo de WhatsApp de las familias de segundo de primaria del colegio público Les Bases, en Manresa (Barcelona). Pero para Lluís Calvet, padre de una alumna de siete años, sí es una “incoherencia”. “Hay reuniones familiares en interiores, bares abiertos y ahora el ocio nocturno… Igual es el momento de liberar también a los pequeños”, reflexiona este empleado de la banca de 44 años.
A principios de curso, Calvet mandó una carta al Departamento de Enseñanza exponiendo sus motivos para relajar medidas, como que la transmisibilidad es reducida en esas edades y que no hay datos que demuestren que en infantil (de tres a seis años, exentos de llevar mascarilla) se produzcan más contagios que en primaria (de seis a doce). “Mi hija lleva gafas, se le empañan y no ve bien, y le cuesta respirar, por no hablar de lo importante que es la comunicación no verbal”, señala.
En el camino que se abre tras lo peor de la pandemia, el uso de mascarillas en los centros educativos se perfila como una de las últimas grandes cuestiones a resolver en los próximos meses. El reto es saber cuándo y cómo hacerlo para evitar que se disparen los contagios entre el único grupo de población sin vacunar y que esto, en el peor escenario, cause una nueva ola. Sin que los niños más pequeños sean conscientes de ello, el rutinario gesto de cubrirse la boca con ellas se ha convertido en un simbólico pero importante obstáculo para el definitivo regreso hacia la normalidad.
Clara Prats, investigadora en Biología Computacional de la Universidad Politécnica de Cataluña (UPC), divide el problema en tres pasos consecutivos a tener en cuenta: la entrada del virus en los centros escolares, la transmisión que este alcance en su interior y la posibilidad de que los menores pasen a ser un foco de contagio hacia el resto de la población.
Sobre el primero, Prats explica que “el 70% de los alumnos se contagian fuera de los colegios, por lo que la variable más importante es lograr una incidencia baja entre la población”. Durante casi todo el curso pasado, la incidencia a 14 días se mantuvo por encima de los 200 casos por 100.000 habitantes, con dos meses durante la segunda y la tercera ola en los que superó los 500.
El descenso de contagios conseguido ahora gracias a las vacunas ha reducido este indicador a menos de 60 casos. Quique Bassat, epidemiólogo e investigador ICREA en el ISGlobal de Barcelona, considera que lo “conveniente” sería retirar las mascarillas de las aulas cuando el parámetro esté por debajo de los 25. “Una incidencia baja nos asegura pocos casos y contagios aunque los niños no estén vacunados”, añade.
España fue uno de los pocos países que, a pesar de las elevadas incidencias registradas, mantuvo las aulas abiertas durante todo el curso pasado, un logro que fue posible gracias a la suma de grupos burbuja, mascarillas, detección precoz de casos y cuarentenas. “Esto mantuvo un nivel de transmisión bajo en los colegios pese a la elevada incidencia en el exterior”, recuerda Prats.
Aunque los expertos admiten que resulta difícil saber en qué proporción contribuyó al éxito cada una de estas medidas por separado, estudios publicados en Estados Unidos muestran que los colegios que no exigen a sus alumnos llevar mascarilla tienen 3,5 veces más posibilidades de sufrir brotes que aquellos que sí lo hacen.
El hecho de que los niños contagien menos que los adultos también ayudó a mantener los niveles de transmisión bajos, un colchón sobre el que la irrupción de la variante delta extendía un manto de incertidumbre. “Los datos no muestran que estén aumentando los contagios en los colegios. No hay más clases confinadas ahora que hace un año. Es cierto que es más contagiosa, pero las medidas para evitar su propagación son las mismas y están volviendo a funcionar bien”, expone Bassat.
Los expertos coinciden en descartar que, con cerca del 80% de la población inmunizada, los colegios puedan convertirse en el foco de una nueva ola, incluso si con la retirada de las mascarillas se produce un aumento de casos en los centros. “Tenemos la ventaja que los brotes entre niños son pequeños y, con la vigilancia adecuada, será posible detectarlos y contenerlos a tiempo”, afirma Bassat.
En este escenario, consolidar la tendencia a la baja de la incidencia en España se perfila como el factor más importante para hacer posible la retirada de las mascarillas en los colegios. “Hace falta esperar dos o tres semanas más para ver que el regreso a la actividad educativa y laboral no cambie la tendencia. El año pasado lo hizo, pero entonces aún no contábamos con las vacunas”, recuerda Prats.
La incidencia de la covid entre los menores de 12 años, pese a los temores, ha seguido descendiendo desde el inicio del curso. Este viernes era de 102 casos por 100.000 habitantes, 25 menos que hace dos semanas. “Es un dato importante porque ahora se hacen muchas más pruebas a este grupo que durante las vacaciones. Cada positivo en una clase lleva a hacer pruebas a todos los miembros del grupo burbuja y esto permite detectar casos asintomáticos que en las vacaciones pasaban desapercibidos”, constatan los expertos.
Prats también ve posible relajar más adelante otras medidas, como las cuarentenas: “Estudios en el Reino Unido han mostrado que con un test diario a los alumnos se consigue el mismo efecto que con la cuarentena, así que los niños que den negativo podrían seguir yendo a clase”. Una medida más molesta para el menor por la toma de muestras pero que evita el gran impacto familiar, educativo y social que acarrean los 10 días sin poder salir de casa.
Santiago Moreno, jefe de enfermedades infecciosas del Hospital Ramón y Cajal (Madrid), propone esperar a la aprobación de las vacunas para niños antes de retirar las mascarillas. “Se deben mantener hasta que estemos seguros de que los beneficios de retirarlas son mayores que los riesgos que puedan causar. Es verdad que a veces pueden resultar molestas, pero no causan ningún perjuicio. En cambio, nos arriesgamos a que aumente mucho la transmisión del virus entre ellos y en algunos casos contagien a personas vulnerables cuya vida puede ponerse en riesgo”, describe.
La espera al momento en dejar atrás los cubrebocas se está haciendo larga para la mayoría de familias. El cansancio pandémico y las molestias que llevarla conlleva hacen que familias y centros educativos esperen la noticia con ganas. Durante todo este tiempo, y aunque las quejas han sido frecuentes, en España no ha cuajado ningún movimiento fuerte contra su uso en los centros educativos.
A Lluís Calvet, la respuesta que Enseñanza dio a sus peticiones —le dijeron que es competencia de Sanidad y que lo transmitirían a ese departamento— no le satisfizo, pero nunca se ha planteado que su hija deje de ir a la escuela. Desde que arrancó el curso, en España se han registrado cinco casos de absentismo por ese motivo: dos en Baleares, dos en Extremadura y uno en Andalucía. Los cuatro primeros se solucionaron gracias a la mediación de los centros, y el último está en proceso.
La Consejería de Educación de Baleares explica que la única forma de acceder a un centro educativo sin mascarilla es con un certificado médico que certifique la imposibilidad de llevarla. “En caso de que la familia se niegue a llevar a su hijo a clase, se abre el protocolo de absentismo, se avisa a la Policía y si la negativa persiste, se informa a la Fiscalía”, señala.
En la Federación de directivos de centros públicos de infantil y primaria —con más de 7.000 asociados de seis comunidades autónomas— las quejas por el uso de las mascarillas no han figurado en ningún debate este curso. Vicent Mañés, presidente de la organización, destaca que a todos les gustaría que desapareciesen, pero que “priman los criterios sanitarios”. En su centro, en Valencia, todos los docentes se han costeado un pequeño altavoz que va conectado a un micrófono sujeto en una diadema (unos 15 euros).
“Nos dejamos la voz, las mascarillas transparentes no acaban de estar homologadas y en esas edades es esencial que los alumnos nos vean vocalizar”, cuenta. En su caso es todavía más grave: “Soy profesor de inglés, tienen que ver cómo emito determinados fonemas”. Pese a los inconvenientes, tienen otras prioridades. “Sí hemos discutido sobre si lo fondos covid europeos deberían haber sido finalistas para obligar a todas las autonomías a mantener al profesorado de apoyo”, añade.
En la asociación nacional de familiares de alumnos mayoritaria (CEAPA), su presidenta, Leticia Cardenal, traslada que aunque el deseo de que se retiren en primaria es compartido por la mayoría de progenitores, prima la precaución y la confianza en las autoridades sanitarias. La misma posición mantienen desde la línea educativa del sindicato UGT.
Otras organizaciones regionales, como la catalana AFFAC, tienen una actitud más combativa. “Hemos solicitado a Enseñanza que revise la medida, igual que van a hacer países vecinos como Francia [la ha anunciado para este próximo lunes], se sabe que la incidencia en los niños es muy baja y es más una medida de cara a la galería”, dice Lidón Gasull, la portavoz.
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