Poner el tiempo de nuestro lado: por una revolución en la escuela, la universidad y el museo
Las instituciones educativas nos privan de los tiempos necesarios para que cada persona desarrolle su propio proceso de aprendizaje
Imaginemos un árbol cargado de melocotones. Estos melocotones crecen, maduran y después caen al suelo, cada uno a su tiempo. Ahora imaginemos que, tras haber caído, son recogidos el mismo día, a la misma hora, y que los meten a la misma temperatura en cámaras frigoríficas que fuerzan artificialmente el proceso para acceder (¡a tiempo!) a los canales de distribución sin que puedan completar su proceso de maduración individual.
Esta metáfora, aunque naturalista, puede representar cómo estamos gestionando el tiempo en nuestras vidas, condicionados por los dictados del neoliberalismo, lo que nos lleva a una infelicidad de fondo difícil de enunciar marcada, precisamente, por la necesidad de que el tiempo deba ser gestionado. En este modelo de gestión parece que quien va más rápido, quien es más productivo, impaciente y ansioso, quien tiene, paradójicamente, menos tiempo alcanza un mayor éxito, porque, como los melocotones artificialmente madurados, llegará antes al mercado y se venderá mejor. En cambio, quien tiene mucho tiempo, quien no se siente agobiado, agotado ni agitado, quien es capaz de poner el tiempo de su lado y vivir con bienestar, parece un vago, alguien perezoso que está instalado en el ocio y el confort.
Aprendemos a gestionar el tiempo de esta manera concreta en los contextos educativos, familias incluidas. La escuela, la universidad y el museo nos privan de los tiempos necesarios para que cada persona desarrolle su propio proceso de aprendizaje. Estas instituciones naturalizan un uso artificial que acaba por parecernos normal. Podríamos afirmar, retomando el concepto currículum nulo que acuñó Elliot Eisner (The Educational Imagination: On the Design and Evaluation of School Programs, MacMillan, 1994), que aprendemos más de lo que no nos enseñan que de aquello que nos enseñan, de manera que, ante la ausencia de tiempos calmos y tranquilos, aprendemos que las prisas y la ansiedad son lo que debe ser y que el tiempo ha de ser continuamente controlado y gestionado, sin dejar que fluya el transcurrir de los procesos.
Los tiempos estándares de los horarios escolares (clases de 45 minutos, con materias y profesores diferentes en la ESO, por ejemplo) o los reducidísimos que los públicos destinan a contemplar las obras de arte en los museos constituyen un sistema invisible de apoyo a la gestión neoliberal en las instituciones educativas y culturales. En lugar de potenciar la maduración de los procesos de aprendizaje, la escuela, la universidad y el museo estandarizan dichos procesos, de forma que los estudiantes y espectadores, como los melocotones refrigerados de la metáfora, experimentamos una inmadurez permanente que nos produce el malestar que nos atraviesa.
Contemplar una obra de arte o asistir a un proceso educativo formal son experiencias que necesitan que migremos de tiempos productivos a tiempos fecundos, de tiempos urgentes a tiempos emergentes, tal y como escribe Amador Fernández-Savater en Habitar y gobernar (Ned ediciones, 2020). La tiranía de lo rápido tampoco tiene que traducirse en la tiranía de lo lento, sino en la búsqueda del tiempo adecuado.
¿Cómo podemos poner el tiempo de nuestro lado? ¿Cómo dar al tiempo la forma que deseamos en vez de vivir tiempos gestionados por el capital? ¿Cómo hacer esto en la universidad, en la escuela y en el museo para transformar la tiranía que nos somete al estrés y a la supervivencia en una experiencia reconfortante que nos permita el buen vivir, la calma y la super-vivencia? En definitiva, ¿cómo pueden los contextos educativos acompañarnos a desaprender a gestionar el tiempo?
Dar a cada proceso el tiempo que necesita es una forma de combate. Para llevar esto a cabo el primer acto consiste en darse cuenta, en reflexionar sobre cómo utilizamos el tiempo y ser conscientes de su operatividad en nuestros cotidianos. Una vez que hemos dado este paso, las acciones que podemos diseñar e implementar son infinitas: alargar las experiencias de disfrute y trabajo con las obras de arte, establecer proyectos de larga duración en los museos y generar programas que fomenten la creación de vínculos estables frente a experiencias cosméticas de consumo. Desarticular las asignaturas, generar puentes entre disciplinas o potenciar procesos que estructuren las actividades escolares pueden ser otras.
Dar a cada proceso, sea el que sea (una tortilla, una relación, un paseo), los tiempos que necesita es una de las maneras posibles de combatir el neoliberalismo latente; es llevar a cabo la revolución más profunda, esa revolución pasiva que nombró Gramsci, y que supone en sí misma un elogio de la maduración natural de las cosas.
Esto es lo que ocurre con los melocotones del comienzo, esos que caen uno a uno, esos que han sabido poner el tiempo de su lado.
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