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Argentina
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Los riesgos del dogmatismo ideológico en la política económica

El caso argentino bajo Javier Milei representa la manifestación más reciente de esta problemática

La política económica eficaz requiere un equilibrio delicado entre principios teóricos sólidos y pragmatismo empírico. Cuando este equilibrio se rompe en favor del dogmatismo ideológico, los resultados suelen ser devastadores, independientemente de la orientación política del experimento. La historia económica mundial está plagada de episodios donde gobiernos, convencidos de la superioridad intrínseca de sus marcos conceptuales, han implementado políticas que terminaron destruyendo los objetivos que pretendían alcanzar.

Esta tendencia no es exclusiva de una corriente ideológica particular. Los experimentos socialistas de planificación central en Europa Oriental o de China demostraron los límites de la ingeniería social dirigista, mientras que las políticas de austeridad extrema implementadas en Grecia ilustraron cómo la aplicación inflexible de principios ortodoxos puede profundizar las recesiones. En América Latina, tanto los experimentos heterodoxos de los años ochenta como los programas de ajuste estructural posteriores revelaron que la rigidez conceptual constituye el factor común detrás de muchos fracasos de política económica.

El caso argentino bajo Javier Milei representa la manifestación más reciente de esta problemática. Cuando Milei asumió la presidencia en diciembre de 2023, Argentina enfrentaba condiciones ideales para un experimento radical: inflación superior al 160% anual, déficit fiscal crónico y reservas internacionales netas negativas. Sin embargo, aunque en 2024 las medidas aplicadas correspondían a un programa ortodoxo, errores no forzados a partir de la primavera de 2025, motivados por conceptos teóricos resultantes de una visión heterodoxa y libertaria, chocó rápidamente con las complejidades institucionales y sociales del país.

Los gobiernos llegan al poder con diagnósticos aparentemente claros y soluciones teóricamente elegantes, pero pronto descubren que la realidad económica no se ajusta a los modelos abstractos. Este fenómeno no se limita a experimentos libertarios: los intentos de aplicar políticas keynesianas ortodoxas durante la crisis de los años setenta, o la implementación mecánica del Consenso de Washington en los noventa, demostraron patrones similares de desajuste entre teoría y práctica.

El problema fundamental radica en la confusión entre tener principios económicos sólidos y ser prisionero de marcos ideológicos inflexibles. Las convicciones sobre la importancia de la disciplina fiscal y la estabilidad monetaria pueden ser guías indispensables para una política exitosa. Sin embargo, cuando estas convicciones se transforman en dogmas que ignoran la evidencia empírica y desprecian la gestión prudente del riesgo, tienden a cegar a los responsables políticos, conduciéndolos hacia decisiones contraproducentes.

La literatura académica respalda esta perspectiva. Un trabajo de Palazzo, Rapetti y Waldman en 2025 sobre 46 programas implementados en 13 países latinoamericanos entre 1970 y 2020 encontró que solo el 26% logra una estabilización duradera. Los elementos que distinguen a los programas exitosos no radican en la originalidad ideológica de sus formuladores, sino en la coherencia técnica de su implementación y, crucialmente, la capacidad de mantener flexibilidad pragmática ante las señales de la realidad económica.

En el caso argentino, esta flexibilidad se ha visto comprometida por la necesidad política de mantener coherencia discursiva con las promesas electorales. Medidas como la insistencia en eliminar los controles de capital o la resistencia a utilizar instrumentos monetarios convencionales, despreciando modelos consolidados en la experiencia, reflejan esta preferencia por la pureza de una teoría abstracta sobre la eficacia práctica. Esta rigidez ha llevado al gobierno a implementar políticas que ningún alumno de cualquier escuela de economía seria habría recomendado, subordinando la racionalidad económica a creencias basadas en el ego de sus formuladores.

El experimento argentino también subraya los riesgos de las expectativas excesivas sobre la capacidad transformadora de la política económica. Los votantes, agotados por décadas de crisis, otorgaron un mandato extraordinario a un programa que prometía soluciones definitivas a problemas estructurales complejos. Esta dinámica genera presiones políticas que incentivan el radicalismo sobre el pragmatismo, creando un círculo vicioso donde los gobiernos se ven obligados a profundizar políticas ineficaces para mantener credibilidad ante sus bases electorales.

El caso argentino no invalida necesariamente las ideas de libre mercado. Los errores han sido en otra dimensión. Lo que demuestra, sin embargo, es la importancia de distinguir entre la validez teórica de un modelo y las condiciones necesarias para su implementación exitosa. Ninguna teoría económica puede sustituir la difícil tarea de gobernar con pragmatismo y un profundo conocimiento de la sociedad que se pretende transformar. Y menos aquellas ajenas a la evidencia empírica. Mientras, otro demagogo le ofrece una tabla de salvación. Veremos.

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