Bienvenidos a la (nueva) Edad del Cobre: por qué el metal rojo es objeto de deseo
Esta materia prima es clave en el desarrollo de la revolución verde y digital. La alta demanda, liderada por China, presiona a los países productores, que cruzan los dedos para evitar el desabastecimiento
El mundo tiene un gran corazón de cobre. Desde la década de 1960, cuando la industria electrónica comenzó su crecimiento, este elemento ha sido esencial para dar vida y forma a la economía. La creciente demanda de electricidad y la rápida expansión de la tecnología han impulsado su uso en innumerables aplicaciones, desde los antiguos cables telefónicos y los primeros electrodomésticos hasta equipos médicos avanzados, como los electrocardiógrafos. Su alta conductividad, maleabilidad, durabilidad y resistencia a la corrosión lo han convertido en un componente fundamental en la actual revolución tecnológica. Un ordenador de Apple, por ejemplo, contiene entre 200 y 300 gramos, un móvil de Samsung tiene entre 15 y 20 gramos, y un altavoz inteligente incluye entre 10 y 20 gramos de este versátil recurso, que se ha convertido en un mineral crítico —aquellos esenciales para la transición sostenible— en la UE, China, Canadá, Australia, la India y, desde hace un año, en EE UU.
“El cobre está en el centro de las innovaciones que alguna vez se consideraron ciencia ficción y que ahora son simplemente comunes: desde el telégrafo hasta los móviles y la inteligencia artificial”, afirma Juan Ignacio Díaz, presidente y consejero delegado de la Asociación Internacional del Cobre (ICA). En el planeta existen solo cuatro metales que poseen la mayor conductividad eléctrica entre los elementos naturales: plata, oro, aluminio y, por supuesto, el cobre. De este grupo, solo el primero supera las propiedades de transmisión eléctrica que tiene el mineral rojizo anaranjado. “Por razones económicas, no es viable el uso de un metal precioso [la plata] para aplicaciones de uso general”, explica Díaz. Ello hace que el cobre sea cada vez más relevante en un mundo que considera la electrificación como el motor de su progreso.
“Alrededor del 20% de la energía que utilizamos hoy en día es electricidad”, explica Luis Janeiro, experto en la Agencia Internacional de las Energías Renovables (Irena, por sus siglas en inglés). Para alcanzar los objetivos del Acuerdo de París, este porcentaje deberá crecer hasta un 51% para mediados de siglo, impulsado por la transición hacia fuentes de energía más limpias y la electrificación de sectores clave como el transporte y la industria. “El cobre, entonces, emerge como un material fundamental para expandir el sistema eléctrico”, agrega Janeiro. Por ello, su demanda no ha parado de crecer. Dos tercios de las tecnologías que se necesitan para que el mundo logre sus objetivos climáticos requieren cobre, según la consultora McKinsey. Las renovables necesitan entre cuatro y 12 veces más cobre que las plantas de energía que funcionan con combustibles fósiles. De manera similar, un vehículo eléctrico de pasajeros utiliza de tres a cuatro veces más cobre en comparación con un vehículo con motor de combustión interna del mismo tamaño. “Prácticamente, todas las tecnologías verdes requieren de cobre”, detalla Michael Widmer, jefe de Investigación de Metales en Bank of America (BofA).
Además de ser esencial para la transición energética, el cobre desempeña un papel crucial en la urbanización debido a sus propiedades físicas únicas: flexibilidad, conductividad térmica y resistencia. Su importancia también se extiende a la digitalización, ya que, por ejemplo, Nvidia ha decidido utilizar cables de cobre en lugar de fibra óptica para la transmisión de datos a corta distancia en centros de datos de inteligencia artificial. Asimismo, es esencial para el avance de las redes 5G y los dispositivos del internet de las cosas. “Es quizás el material más importante en esta transición”, asevera Kieran Tompkins, economista de materias primas en Capital Economics.
La economía global está hambrienta de este metal, pero saciar su apetito se perfila como un desafío cada vez más grande. El mundo engullirá este año unos 28 millones de toneladas métricas (MMt). Esta cifra superará los 31 millones en 2030 y sobrepasará los 50 millones a mediados de siglo. “La demanda ha crecido históricamente entre un 2% y un 2,5% anual durante los últimos 30 años, pero esperamos que repunte a un ritmo de entre un 2,5% y un 3% anual en los próximos 10 o 15 años, impulsado por el crecimiento del PIB, el aumento de la clase media y la transición energética”, explica Eduardo Mencarini, socio de McKinsey.
Desequilibrio
El cambio de modelo económico absorberá un tercio de las necesidades futuras de este material, que no tiene sustituto para muchas de sus aplicaciones. En algunas ocasiones se utiliza el aluminio como reemplazo, pero reduce la conductibilidad a más de la mitad. Es por ello que diversos expertos anticipan una brecha crítica entre la oferta global y esta urgencia por hacerse cada vez con más cobre.
S&P Global afirma, por ejemplo, que la brecha se hará evidente a mediados de esta década y traerá consecuencias graves para la economía global y los esfuerzos climáticos. Según el escenario más negativo, el déficit podría llegar a rozar los 10 MMt en 2035, lo que representa una carencia del 20% en relación con las necesidades proyectadas. Según estos expertos, la demanda de cobre refinado superará a la oferta hasta 2035, creando una tormenta perfecta que podría desestabilizar las cadenas de suministro, evocando la crisis del petróleo del siglo XX. Los augurios de una escasez en el mercado se han avivado en los últimos años conforme avanza la transición energética y las metas hacia 2030 y 2050. Mientras algunos presagian déficits, otros vaticinan mayores proyectos mineros o una expansión de los ya existentes, principalmente en América Latina, de donde se extrae el 40% de la producción mundial de cobre, con Chile a la cabeza (con una cuota del 27% en la producción), seguido del Perú (10%) y México (3%). La participación de la zona en las reservas mundiales es en gran medida similar a su participación en su extracción.
A medida que se explotan los depósitos de cobre, extraer mineral de las minas se vuelve cada vez más complejo y costoso. Las empresas deben excavar a mayores profundidades, aumentando los gastos de maquinaria, mano de obra y energía. Además, los yacimientos más profundos suelen tener una menor concentración del metal, lo que requiere un mayor procesamiento (más gastos). Por ello, los países y regiones con mayor producción y demanda —por ejemplo, China, adonde va a parar el 50% de la producción mundial, EE UU y Europa— buscan nuevas fuentes y fomentan la inversión en proyectos mineros innovadores para asegurar un suministro constante. El cobre se obtiene de fuentes primarias, como minerales extraídos, y de fuentes secundarias, como la chatarra reciclada. Ambas producen material de igual calidad, ya que el metal puede reciclarse indefinidamente sin perder sus propiedades. Por ejemplo, alrededor de dos tercios del cobre producido desde 1900 todavía está circulando por el planeta.
La producción primaria utiliza métodos pirometalúrgicos —fundiendo los minerales de cobre en un horno para separar el metal del resto de la roca— e hidrometalúrgicos —sumergiendo el material en una solución química que disuelve el cobre—, mientras que la secundaria se basa en el reciclaje de chatarra nueva y vieja. Alrededor del 80% del cobre se usa sin alear, lo que facilita su reciclaje. En promedio, el 32% de la demanda mundial de cobre se satisface mediante el reciclaje: el 16% proviene de productos en desuso y el 16% de residuos de fabricación, de acuerdo con ICA. Pero, a pesar de ello, aún es necesario una gran cantidad de suministro primario para satisfacer la demanda del futuro.
Eduardo Mencarini dice que para cubrir las expectativas, entre los próximos 10 y 12 años se requerirán alrededor de 300.000 millones de dólares (275.000 millones de euros, al tipo de cambio actual) en inversiones para la explotación de nuevo material, así como para su reciclaje. Pero el desembolso de los recursos no avanza de la misma manera que los proyectos. “Actualmente, solo el 40% de ese capital necesario ha sido aprobado por las juntas directivas y tiene fuentes de financiación confirmadas, lo que plantea un desafío para la industria en términos de asegurar el suministro”, recuerda. Desde Irena aseguran que no existe gran preocupación por la oferta de cobre. De acuerdo con las estimaciones de este organismo, los recursos identificados que hay en el mundo suman aproximadamente 2.100 millones de toneladas, suficientes para cubrir durante 40 años la demanda esperada a partir de 2050. “A largo plazo, hay suficiente metal para la transición energética. Además, hay un gran potencial para reducir significativamente su uso a través de la innovación tecnológica”, destaca Luis Janeiro. Sin embargo, a corto y medio plazo, la producción puede que no esté acompasada con la demanda, lo que tendría un impacto en las metas hacia la descarbonización.
Menos yacimientos
Sobre todo en un entorno con una tendencia a la baja en nuevos desarrollos de cobre. Un reciente estudio de S&P Global indica que en la última década, a escala global, solo se han descubierto 14 depósitos (con más de 500.000 toneladas métricas), frente a los 75 que se encontraron en la década anterior. La firma estadounidense explica que la escasez de descubrimientos recientes de cobre se debe a que la industria se ha enfocado en ampliar depósitos y activos conocidos, en lugar de buscar nuevos yacimientos. En la década de 1990 y principios de los dos mil, entre el 50% y el 60% del presupuesto de exploración se destinaba a la búsqueda de nuevos depósitos. Sin embargo, actualmente la exploración en etapa inicial solo representa el 28% del gasto. “Lo más urgente es el mercado de concentrados [que se encarga de transformar el mineral extraído en una forma más pura y manejable para su posterior procesamiento], que estimamos que actualmente presenta déficit y que seguirá así durante los próximos cinco años”, según los expertos de S&P Global.
Llenar este vacío de suministro no será fácil ni mucho menos rápido. El tiempo promedio desde el descubrimiento hasta el inicio de la producción ha aumentado considerablemente. Para las minas que empezaron entre 2005 y 2009, el periodo de desarrollo fue de 12,7 años, en promedio. Sin embargo, para las que comenzaron a operar entre 2020 y 2023, este plazo se extendió a 17,9 años, en promedio. Dicho incremento se debe a una fase más prolongada de exploración, permisos y estudios, así como a un intervalo más largo entre el análisis de viabilidad del proyecto y el inicio. “Las minas de cobre son difíciles y caras de realizar, requieren precios altos para atraer a los inversionistas”, destaca Gustavo Lagos, profesor del Departamento de Ingeniería de Minería de la Universidad Católica de Chile.
Pero justo está sucediendo todo lo contrario. Los precios en el mercado han llegado en mayo de este año a un máximo histórico de casi 11.000 dólares por tonelada, debido a diversos factores: las fundiciones de China anunciaron un recorte coordinado de la oferta de entre un 5% y un 10%, lo que se sumó a una oleada de especuladores en el mercado, el cierre de Cobre Panamá y el anuncio de una reducción de la producción en Chile, el principal suministrador de cobre en el planeta, y en la mina de Ivanhoe Mines en el complejo de Kamoa-Kakula, en la República Democrática del Congo. El resultado combinado de estos hechos se suma a la frustrada opa de BHP, la mayor minera cotizada del mundo, sobre Anglo American por unos 36.000 millones de euros.
De la noche a la mañana
El movimiento alcista en el precio del cobre ha ocurrido de la noche a la mañana. La cotización ha subido desde un mínimo de aproximadamente 4.600 dólares por tonelada durante la pandemia hasta los niveles actuales (después de tocar máximos históricos la cotización ha enfilado la cuesta abajo y ahora está en 9.104 dólares). Y China tiene mucha culpa de ello. “Es, con mucha diferencia, la fuerza dominante en el mercado, pues fabrica múltiples productos con cobre, tanto para consumo interno como para exportación al resto del mundo”, dice Jonathan Barnes, experto de la consultora Project Blue.
La fuerza del gigante asiático ha sido fundamental en los primeros cinco meses de este año, cuando Pekín decidió elevar sus inventarios en el momento del año en que deberían estar disminuyendo rápidamente. El stock de este metal en los almacenes de la Bolsa de Futuros de Shanghái ha pasado de 30.000 toneladas a fines del año pasado a estar por encima de las 300.000 toneladas. “No es el mayor volumen de la historia, pero sí el más grande registrado para cualquier fecha a finales de mayo”, dicen los expertos de Bloomberg. En la economía altamente estacional de China, los inventarios suelen alcanzar su punto máximo en marzo y luego descienden a medida que las fábricas aumentan su actividad con vistas al verano. “Pekín ha importado y acumulado una gran cantidad de cobre en todas sus versiones”, añade el experto de Project Blue. Pero no lo ha utilizado, lo cual ha generado confusión entre los brókeres, que ven en este metal un índice que puede diagnosticar la salud de la economía global. Y es que estamos hablando, como se le conoce en la jerga, del “Doctor Cobre”. Un médico por cuyas manos pasa nuestro futuro verde y digital.
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