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La paradoja de Spotify: vuela en Bolsa mientras despide a miles de empleados en un solo año

Una estructura de costes fuera de control y una competencia feroz oscurecen el futuro del gigante del ‘streaming’ musical, que no acaba de dar con la tecla en el modelo de negocio

Spotify
Web de Spotify vista en un teléfono inteligente.Gabby Jones ( BLOOMBERG )
Miguel Ángel García Vega

El logo de Spotify es verde, pero funde a negro. El capitalismo financiero apaga la luz en los contextos más insólitos. La compañía con sede en Estocolmo (Suecia) que domina el mercado del streaming musical —controla el 34,8% del negocio frente a gigantes como Youtube Music, Apple Music, Amazon Music, Tencent Music y NetEase—, ha subido este año en Bolsa el 124% y durante el tercer trimestre obtuvo 32 millones de euros de ingresos de explotación, contabilizó 574 millones de usuarios activos y las ventas totales crecieron a un ritmo interanual del 11% hasta 3.357 millones de euros, y, por lo tanto, debería viajar en Fórmula 1. Pues no. Regresa al negro. Despide a casi 1.600 trabajadores (sobre un total de 9.400). De hecho, ya echó en enero de este año al 6% de la plantilla y en junio a otro 2%. “El último recorte de personal [17%] le costará entre 130 y 145 millones de euros, y el próximo ejercicio se puede traducir en un ahorro de 300 millones”, prevé Tim Nollen, analista de la firma de Bolsa Macquarie, quien estima que concluya con unos ingresos anuales de 13.317 millones de dólares. La excusa para la empresa a la hora de sacar las tijeras es de manual: la subida de los tipos de interés ha aumentado los gastos de los créditos y se ha desacelerado la economía.

Algo falla en esa letra, quizá sea demasiado evidente. Un informe de Barclays propone un buen título a la canción. “Spotify necesita pensar más como una empresa de comunicación que como una firma tecnológica”. Es verdad que Amazon, Alphabet, Meta y Microsoft han despedido este ejercicio también a miles de personas para proteger los beneficios. Sin embargo, detrás, algo desafina cuando una compañía en ascenso prescinde tan rápido de miles de trabajadores. “Spotify sigue una tendencia favorable a largo plazo: mejora su plataforma, aprovecha un gran mercado de publicidad digital, amplía sus ofertas de audio y está rebajando la estructura de costes”, describe el analista Monness Brian White, de la casa Monnes, Crespi and Hardt. “Pero la competencia resulta feroz, los márgenes estrechos y los días más oscuros de esta crisis están por llegar”.

En los tiempos del precio del dinero cero, la compañía se comportó al igual que un nuevo Gran Gatsby en su inversión de podcast. Pagó 25 millones de dólares por sólo 12 capítulos del Príncipe Harry y la Duquesa de Sussex e igual de caras debieron salir las vivencias de Michelle y Barack Obama. También se volcó en los audiolibros. Era fácil crecer. Los días de vino y rosas siempre traen resaca y espinas. Ahora, los costes, son bastante más altos. Tanto, que el inversor activista californiano ValueAct adquirió en febrero una participación en Spotify y mostró su preocupación porque los gastos habían “explotado”.

Derechos de autor

La empresa, en la voz de Daniel Ek, el multimillonario cofundador de Spotify y su consejero delegado, anunciaba un giro a partir de 2024 en su sistema de royalties que en principio debe suponer la redistribución de 1.000 millones de dólares en cinco años a los artistas emergentes y profesionales. Ek ha aprobado tres cambios, que ya sonaban en el sector. Las canciones necesitarán 1.000 escuchas anuales para cobrar derechos. Ciertos estilos de pistas de “ruido” como el ruido blanco o los sonidos para dormir deberán durar al menos dos minutos —antes eran unos 31 segundos— para ver dinero y cobrará una nueva tarifa a los sellos o distribuidores que consideren responsables de transmisiones artificiales (granjas de clics, en el argot) con el truco de engordar las reproducciones y los pagos. Spotify busca más ingresos en un mercado que crece al 11% anual. Además mantiene el objetivo de conseguir 600 millones de usuarios. “Por lo que la subida de los precios también será una salida”, apunta Diego Morín, analista de IG España. Esa es otra idea central. Los consumidores de música en streaming están dispuestos a absorber precios más elevados. Esta es la narrativa que defienden figuras de la industria como Robert Kyncl, consejero delegado de Warner Music, quien ha abogado porque las plataformas sean mucho más agresivas en lo que cobran. Pueden aumentar la monetización. Goldman Sachs calcula que solo el fenómeno de los súperfans podría generar unos ingresos de 4.400 millones de euros, aunque no detalla los tiempos. ¿Pero qué ocurrirá si los clientes lo rechazan o los artistas ven peligrar sus ganancias?

Existe nerviosismo entre los creadores. Esos ingresos, aunque parezcan bajos, que proporcionaban tener menos de 1.000 escuchas al año, pueden ser vitales para que los sellos pequeños cubran sus gastos y puedan seguir produciendo música. “Parece mucho más probable que Spotify se haya apoyado en las grandes discográficas, ya que este cambio aumentará el dinero que entra en sus arcas”, critica Amelia Fletcher, académica en la Universidad de East Anglia (Inglaterra). “Existe el riesgo real de que esto suponga la ruptura entre dos partes. Este año el límite son 1.000 streams, pero el que viene podrían ser 5.000 y luego 50.000. No podemos permitir que esto suceda”.

Pero ajeno al título del informe de Barclays, la tecnología continúa siendo su estribillo. Durante 2023, la presentación de los resultados de Spotify Wrapped fue un ejercicio de marketing masivo. Desde el fútbol del Barcelona a un concierto de presentación en Londres protagonizado por Sam Smith. ¿Qué es Wrapped? “Una experiencia personalizada” —según una nota de la compañía— donde los usuarios podrán conectar con sus artistas preferidos. E incluso las personas son clasificadas por sus hábitos. El “Alquimista” es quien pasa más tiempo creando su propia playlist (lista de canciones) y el “Robot” es aquel que se guía por el algoritmo. De fondo, un zumbido: la inmensa cantidad de datos que manejan y que los consumidores ceden gratis. Quizá monetizar debería ser un vinilo de dos caras.

Taylor Swift y la fábrica de dinero

¿Quién no quiere ser Taylor Swift? Personaje del año para la revista Time, joven, brillante en su profesión y multimillonaria. El compendio del éxito según los cánones occidentales. La artista —según los datos de Spotify— más escuchada del mundo con 26.000 millones de reproducciones este año. También una de las más ricas. Bloomberg le estima una fortuna de 1.100 millones de dólares (unos 1.000 millones de euros), su última gira (The Eras Tour) generó en Estados Unidos, según Forbes, 780 millones y el documental que recoge sus conciertos sumó 97 millones de dólares en ventas de entradas solo durante el fin de semana de su estreno. La cantante de los 12 premios Grammy tiene un patrimonio inmobiliario de 150 millones de dólares. Y, claro, la propuesta de Wrapped —interactuar con los ídolos— aprovecha el momento. “Hola, este es un mensaje especial de mi parte para ti, básicamente una nota de agradecimiento”, cuenta Swift en un vídeo subido a la plataforma. “Honestamente parece que has estado escuchando mucha de mi música este año. No importa que época fuera; estoy muy, muy agradecida de estar en tu Spotify Wrapped”. La estrella lanza un multimillonario beso al aire.


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Sobre la firma

Miguel Ángel García Vega
Lleva unos 25 años escribiendo en EL PAÍS, actualmente para Cultura, Negocios, El País Semanal, Retina, Suplementos Especiales e Ideas. Sus textos han sido republicados por La Nación (Argentina), La Tercera (Chile) o Le Monde (Francia). Ha recibido, entre otros, los premios AECOC, Accenture, Antonio Moreno Espejo (CNMV) y Ciudad de Badajoz.

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