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Estados Unidos
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

‘Yo estoy bien, pero las cosas van fatal’

Vivimos en un mundo en el que lo que la gente cree seguramente tenga poco que ver con los hechos

Inflación Joe Biden USA EEUU
Un hombre compra alimentos en Walmart Supercenter en North Bergen, Nueva Jersey.Eduardo Munoz Alvarez (AP)
Paul Krugman

Si la candidatura del presidente Biden para la reelección fracasa, una razón básica para ello será la percepción generalizada de que la economía ha ido mal durante su mandato. En un sondeo tras otro, los estadounidenses califican la situación económica de muy mala y dan a Biden una aprobación muy baja por su gestión económica.

Lo extraño es que estas malas calificaciones persisten a pesar de que la economía, según cualquier indicador normal, ha ido extremadamente bien. De hecho, acabamos de pasar lo que Goldman Sachs denomina un “verano de aterrizaje suave”. La inflación se ha reducido en casi dos tercios desde su máximo en junio de 2022, y esto ha sucedido sin la recesión y las enormes pérdidas de empleo que, según muchos economistas insistían en afirmar, serían necesarias. Los salarios reales, sobre todo para los trabajadores no supervisores, son considerablemente más altos que antes de la pandemia.

Ah, y para corregir una idea falsa muy extendida: no, estas cifras no excluyen los precios de los alimentos y la energía. Es verdad que el Gobierno calcula la inflación “subyacente” excluyendo esos precios, pero solo con fines analíticos y políticos.

Entonces, ¿por qué se muestra la gente tan pesimista respecto a una economía que, según todos los indicadores tradicionales, va muy bien?

Cuando empecé a escribir sobre la desconexión entre las percepciones económicas de la opinión pública y lo que aparentaba ser la realidad económica, experimenté mucho rechazo, de dos tipos distintos.

En primer lugar, estaba el argumento de que había problemas económicos reales que justificaban el pesimismo de los ciudadanos. La gente odia realmente la inflación, aunque sus ingresos se mantengan, y hace un año los salarios reales seguían estando un tanto hundidos. Pero en este momento la inflación ha descendido considerablemente y los salarios reales han aumentado.

En segundo lugar, estaba el argumento de que, en efecto, el cliente siempre tiene razón: si la gente tiene la impresión de que le va mal, hay que averiguar por qué, no sermonearle diciéndole que debería sentirse mejor.

Pero lo curioso es que hay pruebas sólidas de que la gente no cree que le vaya mal personalmente. Por el contrario, tanto las encuestas como el comportamiento de los consumidores dan a entender que, aunque la mayoría de los estadounidenses piensan que les va bien, creen que la economía va mal, donde “la economía” presumiblemente significa otras personas.

Permítanme repasar algunas de estas pruebas.

La Reserva Federal realiza todos los años un estudio sobre el bienestar económico de los hogares. A finales de 2022, el 73% de las familias afirmaban que “al menos estaban bien financieramente”, un porcentaje inferior al del año anterior (presumiblemente debido al final de muchos programas de ayuda en respuesta a la pandemia), pero no significativamente por debajo del de 2019. Sin embargo, en 2019, la mitad de la población pensaba que la economía nacional estaba en una situación buena o excelente; en 2022 ese número se redujo a un mero 18%.

¿Sigue yéndole bien a la gente? Bueno, el gasto de los consumidores ha sido fuerte, lo que indica que las familias estadounidenses no están demasiado preocupadas por su situación financiera.

¿Y qué hay de la inflación? Según un sondeo reciente de The Wall Street Journal, el 74% de los estadounidenses afirma que la inflación ha ido por mal camino durante el último año, un resultado que choca sorprendentemente con los datos, que muestran una caída de la inflación. Pero, ¿realmente está padeciendo la gente el aumento de los precios?

Resulta que varias organizaciones entrevistan periódicamente a los consumidores para preguntarles cuánto prevén que aumentarán los precios, y esas expectativas han bajado mucho, lo que contradice por completo las afirmaciones de que la inflación está empeorando.

Y yo diría que las encuestas que no preguntan a las empresas sobre la economía nacional, sino sobre sus propios precios o costes, son todavía mejores.

La Federación Nacional de Empresas Independientes pregunta a los propietarios de pequeños negocios si han subido o bajado los precios durante los últimos tres meses. Hay más empresas que suben los precios que empresas que los bajan, pero la diferencia es mucho menor que el año pasado. El Banco de la Reserva Federal de Atlanta pregunta a los negocios cuánto prevén que aumentarán sus costes el próximo año y la respuesta media es un 2,5%, frente al 3,8% del año pasado.

De modo que, cuando a la gente no se le pregunta sobre la economía sino sobre su experiencia personal, lo que dice sobre la inflación guarda coherencia con los datos oficiales que muestran una rápida mejora.

La conclusión es que existe una desconexión real entre lo que dicen los estadounidenses sobre la economía y la realidad, no solo los datos oficiales, sino incluso su propia experiencia. Es ridículo negar que esta desconexión existe.

¿Cómo se explica la negatividad respecto a una buena economía? No cabe duda de que el partidismo es un factor: la valoración que hacen los republicanos de la economía actual coincide aproximadamente con la de junio de 1980, cuando el desempleo era el doble y la inflación cuatro veces más elevada que ahora. Más allá de eso, es posible que los acontecimientos de los últimos años — no solo la inflación y los tipos de interés más altos, sino también los trastornos que causó la covid en la vida de todos y quizá la sensación de que Estados Unidos está viniéndose abajo desde el punto de vista político — hayan engendrado amargura, una renuencia a reconocer las buenas noticias incluso cuando suceden.

Los funcionarios de la administración de Biden se esfuerzan ahora por vender sus logros económicos, como tiene que ser; si no lo hacen ellos, ¿quién va a hacerlo? ¿Pero cambiarán de opinión los ciudadanos? Nadie lo sabe. Vivimos en un mundo en el que lo que la gente cree seguramente tenga poco que ver con los hechos, incluidos los hechos de sus propias vidas.

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