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Geopolítica
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Si Estados Unidos y China empatan, ¿qué pasa con la Unión Europea?

Bruselas, teniendo en cuenta los muy distintos grados de dependencia con Pekín, intenta encontrar un equilibrio que sea aceptable para todos sus miembros

Maravillas Delgado negocios
Maravillas Delgado

El Blanchard —uno de los Manuales más conocidos de Macroeconomía— incluía en su lista de ejercicios para estudiantes preguntas sobre cuándo igualaría China el Producto Interior Bruto (PIB) de Estados Unidos. Pese a sus actualizaciones, la respuesta siempre era la misma: en 2026. Se presuponía también que para mediados de este siglo el PIB chino sería un 50% superior al de EE.UU.

En 2014 el PIB de China ya superó al de Estados Unidos medido en paridad de poder de compra, es decir, teniendo en cuenta las diferencias en los niveles de precios entre los dos países. La pregunta es cuándo lo alcanzará al tipo de cambio corriente. La respuesta más común (Goldman Sachs) es que, cómo pronto, en 2035, mientras para otros (Capital Economics) se aproximará al 90% en 2030, para estancarse en ese nivel a partir de entonces.

Esta revisión a la baja de las expectativas plantea al menos tres preguntas: ¿Qué razones explican el frenazo de China? ¿Cómo se verá afectada la Unión Europea? ¿Qué consecuencias tendrá en el enfrentamiento por el liderazgo mundial?

En relación con la primera, se esgrimen dos razones: demografía y productividad. Respecto a la primera, la población en edad de trabajar en China se está reduciendo desde hace una década, y se espera que para mediados del siglo se haya reducido un 25%. Respecto a la productividad, hay varios factores que operan en su contra: tendrá que dedicar un porcentaje cada vez mayor de la inversión al cuidado de los ancianos; las enormes inversiones en infraestructuras muestran ya síntomas de rendimientos decrecientes; el boom inmobiliario se ha convertido en una amenaza para su sistema financiero; las tendencias autocráticas de Xi Jinping desincentivan la innovación doméstica, mientras que las tensiones geopolíticas favorecen el acortamiento de las cadenas de suministro, reduciendo, por tanto, la inversión extranjera. Por su parte, Estados Unidos persigue fortalecer su liderazgo —especialmente con la Inflation Reduction Act— en tecnologías críticas, frenando uno de los mecanismos en los que se basó su espectacular crecimiento desde Deng Xiaoping: la posibilidad de copiar de los mejores. Copiar es más barato que inventar, pero las restricciones de EE.UU. le obligarán a invertir mucho más en I+D, lo que comporta mayores riesgos de fracaso.

Actualmente, y con todas las incertidumbres —incluyendo una poco probable revolución social que implique libertades al estilo occidental— el consenso parece inclinarse a que ambos países se mantendrán en niveles similares durante décadas por lo que las tensiones continuarán. En este contexto ¿cómo debería reaccionar la UE?

Durante décadas la UE ha perseguido ampliar y profundizar los lazos comerciales con el gigante asiático y ahora se enfrenta al “decoupling” surgido de las tensiones entre China y Estados Unidos y las ambiciones imperiales de Putin. La presidenta de la CE, Ursula von der Layen, reconoció en marzo de este año que esta opción no era viable ni beneficiosa para la UE, y propuso sustituirlo por “de-risking”. Desde su perspectiva, la política de reducción de riesgos debería contemplar mejorar la competitividad y la resiliencia de la economía, especialmente la industria, utilizar mejor los instrumentos disponibles de política comercial, desarrollar nuevas herramientas defensivas para sectores críticos, aumentar la diversificación de los proveedores, reforzar la seguridad nacional, y fortalecer relaciones más estrechas con socios de todo el mundo.

Jake Sullivan, consejero de seguridad nacional de Biden, y Janet Yellen, secretaria del Tesoro, han hecho suyas la opción del “de-risking” frente al “decoupling” del partido republicano y de parte de la administración Biden (incluido el presidente). La reciente visita a Pekín de Anthony Blinken, secretario de Estado de EE.UU., y su entrevista inicialmente no programada con Xi Jinping, apuntan a que ambos países han terminado reconociendo que seguir tensionando las relaciones, al menos desde el punto de vista diplomático, no parece una buena idea.

Por su parte, los países de la UE -con muy distintos grados de dependencia de China- intentan encontrar un equilibrio que sea aceptable para todos sus miembros, lo que no será fácil. La decisión que finalmente tome dependerá crucialmente de Francia y Alemania, no solo por ser los países más grandes, sino también porque son, junto con Países Bajos, las economías más expuestas y por tanto las menos dispuestas a cortar los lazos comerciales. Por el contrario, España tiene una exposición baja, tanto en lo que respecta a las relaciones comerciales con China como a la dependencia energética de Rusia. Lo que termine ocurriendo será, sin duda, clave porque de ello dependerá la posición de liderazgo de la UE y de cada uno de sus países miembros.

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