El desastre del techo de deuda en EE UU no ha terminado
El país está abocado a una revancha Biden-Trump y es probable que cualquier tregua dure poco
El acuerdo provisional que se ha alcanzado en Estados Unidos para elevar el techo de deuda no hará que el problema desaparezca. La pugna entre partidos por el tope de la deuda federal se ha convertido en una característica previsible de la vida política estadounidense. Y aunque algunos culpan a una norma mal concebida, su argumento no capta lo esencial.
El verdadero origen del problema es que, hoy en día, los políticos tienen pocos incentivos para llegar a acuerdos. En un entorno de distritos electorales manipulados y medios de comunicación tradicionales encasillados ideológicamente (engrandecidos por bots, algoritmos e incentivos económicos), la inestabilidad no hará sino empeorar en el futuro cercano. Eso podría implicar cierres de gobierno más frecuentes o más restricciones a la independencia de los bancos centrales. Con el expresidente estadounidense Donald Trump muy implicado en conseguir el regreso a la Casa Blanca después de las elecciones de 2024, quién sabe qué más.
La idea de que alcanzar el límite de deuda obligará a Estados Unidos a incumplir inmediatamente sus obligaciones es un mito. El Gobierno recauda con los impuestos dinero de sobra para pagar los intereses de la deuda, y el techo de endeudamiento no crea obstáculos para restructurar los préstamos cuando éstos venzan.
Lógicamente, el Gobierno no puede gastar más de lo que ingresa porque no tendría forma de hacerlo sin emitir deuda nueva. Por lo tanto, el Tesoro se vería obligado a tomar decisiones difíciles. Dado que nadie quiere tocar la Seguridad Social o Medicare, sería necesario retrasar o reducir los pagos de otras partidas, lo que posiblemente llevaría a un cierre parcial del Gobierno (y no sería la primera vez).
Nada obliga al Tesoro estadounidense a dejar de pagar la deuda estadounidense existente y sumir al sistema financiero mundial en el caos. Esto solo podría ocurrir si el estancamiento se prolongara hasta tal punto (¿meses?) que las presiones políticas simplemente estallaran.
Eso es lo que suele ocurrir en los mercados emergentes con problemas de deuda, donde el impago total se produce, por lo general, mucho antes de que la capacidad de pago sea realmente la limitación. Por supuesto, Estados Unidos, a diferencia de los mercados emergentes, donde las deudas suelen estar denominadas en moneda extranjera y la capacidad del Estado para recaudar impuestos está fuertemente restringida, puede emitir más deuda agitando una varita mágica, aunque gastar demasiado y demasiado rápido avivaría la inflación.
Algunas de las ideas que se han barajado para esquivar el techo de deuda son apropiaciones de poder muy arriesgadas que podrían producir efectos indeseados. Por ejemplo, invocar la Decimocuarta Enmienda corre el riesgo de ser anulado por el Tribunal Supremo. Y, mucho antes de que eso ocurriera, los republicanos del Congreso podrían negarse a aprobar los proyectos de ley de gastos básicos necesarios para mantener el Gobierno en funcionamiento. Acuñar una moneda de un billón de dólares y depositarla en la Reserva Federal para sortear el Congreso colocaría al banco central en una posición insostenible.
El debate nunca ha sido sobre la deuda; gira en torno al poder. No cabe duda de que si los republicanos ganan por mayoría en 2024 y acaban controlando la Cámara de Representantes, el Senado y la presidencia, querrán aprobar una gran rebaja de impuestos, lo que hará más pronunciada la trayectoria de la deuda. Y si los demócratas recuperan la Cámara de Representantes y mantienen la presidencia y el Senado, no hay duda de que querrán utilizar la financiación de la deuda para ampliar la huella del Gobierno.
Los conservadores creen que los déficits causados por los recortes fiscales no tienen importancia porque incentivan el trabajo y la iniciativa empresarial, generando así un crecimiento suficiente para devolver la deuda más adelante. Los economistas de izquierdas sostienen que, incluso sin esos incentivos, lo más probable es que el crecimiento supere a los pagos de intereses la mayor parte del tiempo, por lo que la carga de la deuda nunca se convierte en algo significativo de lo que haya que preocuparse.
La idea de ambas partes de que la deuda siempre es gratis con la condición de que se utilice de forma “correcta” es de una ingenuidad pasmosa. Los tipos de interés reales (ajustados a la inflación) cayeron bruscamente tras la crisis financiera de 2008-2009, se mantuvieron bajos durante la década siguiente y volvieron a caer bruscamente durante la pandemia. Pero ahora, los indicadores de expectativas sobre los tipos de interés reales, como los bonos del Estado a 10 años indexados a la inflación, son actualmente mucho más altos en todas las economías avanzadas que durante los años de la pandemia. Además, el mundo se ha vuelto más inestable, y es muy probable que muchos países occidentales tengan que aumentar el gasto en defensa, lo que ejercerá nuevas presiones sobre los presupuestos.
Si escuchamos a los analistas demócratas decirlo descaradamente, los republicanos tienen toda la culpa del último punto muerto. Y es cierto. Pero también es cierto que el presidente Joe Biden hizo campaña como centrista, y luego utilizó dos años con mayorías legislativas ajustadísimas para aprobar cambios generacionales en la política que prometen afectar al país durante años. Los republicanos quieren revisar algunos de estos cambios.
Los demócratas objetan que los republicanos intentan impedir que el Gobierno pida prestado para cubrir gastos que el Congreso ya ha aprobado. Eso son tonterías; el Gobierno siempre puede revisar sus planes de gasto a largo plazo. Pero un Gobierno eficaz debería ser capaz de encontrar formas de llegar a acuerdos de gasto a largo plazo que no estén sujetos a una reevaluación constante.
El último acuerdo logrado in extremis para elevar el techo de deuda estadounidense no es uno de esos acuerdos. Al contrario, con el país abocado a una revancha Biden-Trump el año que viene —una contienda que Trump podría ganar—, es probable que cualquier tregua dure poco.
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