Ciencia, innovación y autonomía estratégica
El de I+D+i no es un debate de adorno, es parte consustancial de cualquier estrategia para promover la prosperidad
De todos los puntos débiles que tiene la economía española, uno de los que más debieran preocuparnos es nuestro deficiente sistema de investigación, desarrollo tecnológico e innovación. Aunque no tenemos datos de 2023, el último barómetro de la innovación de la Comisión Europea sitúa a España como un país por debajo de la media de la UE, en el grupo de los denominados innovadores moderados. Desde que se ha iniciado este sistema de medición del desempeño de los ecosistemas innovadores en los países miembros, España no ha salido de ese grupo. Además, avanzamos más lentamente que el promedio europeo, lo que puede llevarnos a perder posiciones en el medio y largo plazo. De acuerdo con el Technology Tracker del Instituto de Política Estratégica de Australia, que sigue 44 tecnologías consideradas críticas, España no está en ninguna de ellas entre los cinco países mejor posicionados, y sólo en nueve se encuentra entre los 10 países mejor posicionados.
Lo que hace unos años podría ser motivo de preocupación o de reproche por sus implicaciones en términos comerciales y de empleo, se está convirtiendo, sobre todo a raíz de la crisis de la covid y la posterior guerra de Ucrania, en una amenaza estratégica: en un futuro marcado por el desarrollo tecnológico, ser dependiente en innovación equivale a ser dependiente económica y estratégicamente. El último informe de la OCDE sobre desarrollo tecnológico advierte sobre la creciente vinculación entre la tecnología y la seguridad nacional, de manera que la competencia internacional sobre tecnologías y recursos se convierte en un factor más de un mundo que se está fragmentando y donde la apuesta europea por la autonomía estratégica descansa en la generación de soberanía en tecnologías y materiales críticos. Así, las políticas científicas y tecnológicas son cada vez menos proclives a los intercambios internacionales, acrecentando de esta manera la dependencia de los países con peor desempeño.
No es el único vector de preocupación: la transición energética requiere de una notable inversión en innovación. De acuerdo con la Agencia Internacional de la Energía, hasta el 55% de la reducción de emisiones necesaria para alcanzar los objetivos climáticos dependen de tecnologías que todavía están en alguna fase de desarrollo.
En un contexto en el que el posicionamiento estratégico internacional y la necesaria transición climática descansan sobre la capacidad de las sociedades para innovar, el fomento de una política más ambiciosa en materia de innovación y de I+D debería ser una prioridad nacional de primer nivel. Esta prioridad no depende únicamente de los fondos, sino que depende también de la arquitectura del sistema de investigación, innovación y ciencia de nuestro país, sus capacidades internas, las facilidades para la investigación y la transferencia de sus resultados, y los incentivos existentes para la innovación empresarial y social.
La buena noticia es que sabemos cómo avanzar para mejorar nuestra posición. En 2021, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas publicó una serie de 14 volúmenes a modo de libros blancos sobre los retos de la investigación científica, en ámbitos como la inteligencia artificial, la energía limpia y eficiente, las biomedicinas o la genómica. Construidos a través de un esfuerzo colaborativo que ha implicado a más de 100 instituciones, los libros blancos son una agenda esencial para comprender cómo la investigación científica made in Spain puede mejorar las bases sobre las que se asientan nuestro desarrollo tecnológico y nuestra innovación aplicada. Y es urgente esta reflexión sobre cómo mejorar estas bases con un verdadero compromiso político para desplegar todo nuestro potencial científico y técnico. La hoja de ruta marcada por el CSIC, complementada con políticas de transferencia de conocimiento, el impulso a la innovación empresarial y la reforma de nuestro sistema de apoyo público a la I+D+i, podría mejorar nuestra capacidad de competir en igualdad de condiciones con nuestros socios, en un escenario internacional cada vez más complejo.
Este debate no puede ser un adorno a nuestra política económica. Es parte consustancial de cualquier estrategia para promover nuestra prosperidad. Si queremos autonomía estratégica en una economía dinámica, una de las mejores cosas que podemos hacer es fortalecer nuestro sistema de investigación, desarrollo e innovación.
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