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TCI, el gran incordio en los consejos de administración del Ibex

El fondo británico ha forzado giros impensables en compañías españolas, fiel a una estrategia que huye de la diplomacia corporativa

Junta accionistas Ferrovial
El consejero delegado de Ferrovial, Ignacio Madridejos, junto al presidente de la compañía, Rafael del Pino, en la última junta de accionistas celebrada en Madrid.Pablo Monge Fernandez
María Fernández

La pesca del curricán es una modalidad que consiste en lanzar el cebo y arrastrarlo para simular que se trata de un pequeño pez en movimiento. Eso atrae el interés de los verdaderos peces, que acaban mordiendo el anzuelo. Quizá no sea una analogía perfecta, pero vale para describir la estrategia del empresario Chris Hohn, fundador del fondo The Children’s Investment Fund (TCI), en sus inversiones en España, donde cosecha enormes beneficios tras forzar virajes casi impensables en muchas compañías de las que después, poco a poco, va retrocediendo para materializar las ganancias.

El episodio más reciente es el impulso al conocido traslado de Ferrovial a Países Bajos, desde donde la constructora española espera sacar un mejor partido a su presencia en Estados Unidos consiguiendo una cotización más directa en la Bolsa norteamericana. Esta semana, presumiblemente, TCI también dará un paso más en Cellnex, donde el fondo es el primer accionista con un 9,38%. “Creemos que Cellnex es una gran empresa, pero en nuestra opinión no puede alcanzar todo su potencial porque se ve frenado por un gobierno corporativo deficiente”, así empezaba la carta que el 23 de marzo enviaba Chris Hohn a la empresa de infraestructuras de telecomunicación catalana.

Exigía entonces destituir al presidente, Bertrand Kan, cosa que poco después sucedió, y puede que ahora coloque como consejero dominical a Johathan Amouyal, uno de los socios del fondo, lo que despejaría el camino para lograr que Cellnex tenga un nuevo consejero delegado cuando se materialice, en junio, la salida del actual, Tobías Martínez (el italiano Marco Patuano suena como su favorito). Tras este volantazo, el fondo británico buscaría frenar el apalancamiento de la empresa, que en los últimos siete años ha invertido en compras 35.000 millones, con 15.000 millones en ampliaciones de capital. Ahora que los tipos de interés aprietan, TCI pide todo lo contrario: reducir deuda, lograr el grado de inversión (la empresa lo perdió por su gran pasivo), mejorar el dividendo y crecer de forma orgánica.

Detrás de esta y otras acciones está, según ha reconocido el propio Hohn en varias entrevistas, la necesidad de meter algo de miedo en las empresas que no hacen sus deberes. Un activismo precedido, según la información pública de TCI, de “una investigación fundamental profunda, tras la que se involucra constructivamente y adopta un horizonte a largo plazo”. El propio Hohn, que el año pasado recibió dividendos récord por las ganancias de la empresa, ha insistido en foros empresariales en que los inversores activistas como él tienen un arma poderosa votando y compartiendo las resoluciones que van tomando. Por ejemplo las relativas al cumplimiento de objetivos climáticos.

“Hablar no es suficiente, necesitamos acciones, tenemos que mandar el mensaje de que tenemos objetivos claros, necesitamos que se vean las consecuencias de no cumplir con lo pactado, las empresas tienen que saber que perderán su negocio si no hacen nada”, mencionó hace dos años en un debate organizado por Follow This, un lobby que presiona a la industria petrolera europea y norteamericana desde las juntas de accionistas para que adopten enfoques sostenibles. En ese mismo foro habló de la hipocresía corporativa y mandó al infierno a los consejeros delegados que hacen ese lavado de cara verde llamado greenwhashing.

El propio TCI logró un cambio fundamental en Aena, a la que forzó a adoptar un ambicioso Plan de Acción Climática que incluye el objetivo de generar toda su energía a partir de fuentes renovables para 2026. “Fue un hito, nadie esperaba un plan de ese calado porque no era obligatorio”, recuerda Juan Prieto, fundador de Corporance, el primer asesor nacional de voto (proxy advisor). En 2019, un diario británico destapó que Hohn era uno de los financiadores de Extinction Rebellion, que había llevado a cabo varias acciones en protesta por la contaminación de compañías aéreas en el Reino Unido. Actualmente financia Say On Climate, una ONG que exige a las empresas planes creíbles a cinco años vista para llegar a reducir a cero las emisiones.

Destruir valor

Borja Miranda, responsable de fusiones, adquisiciones y activismo en Morrow Sodali, describe que los inversores activistas ya no responden tanto a la imagen de unos actores despiadados en busca de rentabilidad inmediata. Y cree que TCI sustancia ese cambio de tendencia, de un enfoque que busca llevar el activismo hacia posiciones más sostenibles. “En EE UU el principal argumento de las compañías contra los accionistas activistas era que buscaban destruir valor. Pero se ha demostrado que estas acciones producen evoluciones positivas, esa creencia de que van a obtener valor a corto y destruirlo a largo ha perdido argumentos”. Incluso por pura supervivencia: los activistas que entran para desguazar compañías y llevarse los dividendos nunca serán apoyados por los propietarios que tengan vocación de permanencia. En Aena, después de ese cambio, TCI redujo posiciones desde más del 9% al actual 6,3%.

Pero sus presiones no siempre buscan loables objetivos universales. En Airbus ha protagonizado una de las últimas peleas, intentando disuadirla de que tome una participación minoritaria en la firma de big data Evidian: “Es una empresa de baja calidad y muy apalancada, con 60.000 empleados, que opera en un entorno extremadamente mercado competitivo. Sería un activo ilíquido y en dificultades, un capital varado y supondría un uso extremadamente ineficiente de los fondos de los accionistas”, protestó TCI en una comunicación al gigante aeronáutico hace un par de meses. La operación fue desestimada. En Alphabet (Google) afeó que el plan para echar a la calle a 12.000 personas era poco ambicioso: “El equipo gestor necesita ir más allá”, sentenció el fondo con la intención de que, al menos, la matriz del famoso buscador recorte los 30.000 empleos que llegó a ganar en los nueve primeros meses de 2022.

Hitos sonados de sus presiones han sido la dimisión del consejero delegado de Deutsche Börse por negarse a abandonar el plan de fusión con London Stock Exchage o el desguace del banco holandés ABN Amro. En Volkswagen batalló contra los salarios de los directivos en 2016. En la mayoría de los casos, eso sí, la empresa que gestiona 44.000 millones de euros en activos sale ganando. En España sus participaciones valen 1.000 millones más que hace tres meses. El activismo, como la técnica del curricán, tiene premio.

Acción benéfica desde las Islas Caimán

TCI, que opera desde 2003, extrae sus siglas de la fundación filantrópica a la que van a parar parte de sus beneficios y que ayuda a los niños en situación de pobreza en países de vías de desarrollo. 
La empresa con sede en Londres donde el actual primer ministro, Rishi Sunak, trabajó hasta el 2009, se declara “un inversor oportunista que invierte de vez en cuando en transformaciones corporativas y situaciones especiales”. Con sede en el exclusivo barrio de Mayfair, es en última instancia propiedad de una matriz domicilada en Islas Caimán. Además de invertir en grandes compañías con ingresos recurrentes, TCI tiene una potente rama de negocio inmobiliario desde 2014. Sus inversiones se centran en otorgar primeras hipotecas y préstamos garantizados sobre activos de alta calidad en ubicaciones privilegiadas de grandes ciudades de EE UU y Europa. 


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Sobre la firma

María Fernández
Redactora del diario EL PAÍS desde 2008. Ha trabajado en la delegación de Galicia, en Nacional y actualmente en la sección de Economía, dentro del suplemento NEGOCIOS. Ha sido durante cinco años profesora de narrativas digitales del Máster que imparte el periódico en colaboración con la UAM y tiene formación de posgrado en economía.

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