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Guido Imbens, Nobel de Economía: “La renta básica universal no cambia sustancialmente el número de trabajadores”

Uno de sus estudios concluye que la mayoría de los afortunados con un premio de lotería no dejan de trabajar

Guido Imbens
Guido Imbens, premio Nobel de Ciencias Económicas, fotografiado en Madrid.Olmo Calvo
Lluís Pellicer

Guido Imbens (Geldrop, Países Bajos, 59 años) nunca va a olvidar la madrugada del 11 de octubre de 2021. A las 2.15 recibió una llamada desde Estocolmo con la noticia de que había sido premiado con el Nobel de Economía junto a David Card y Joshua Angrist. Ya no pudo pegar ojo. Ni él ni su familia. Un equipo de la Universidad de Stanford, donde ejerce de catedrático, llegó a su casa y grabó unos vídeos en el que cuenta a sus hijos en qué consiste su trabajo. Es decir, qué hay detrás del motivo por el que fue galardonado: sus “contribuciones metodológicas en el análisis de las relaciones causales”. Uno de esos estudios minimizaba, por ejemplo, el impacto de la renta básica universal en el mercado de trabajo después de estudiar el comportamiento de ciudadanos norteamericanos a los que les tocó la lotería.

Pregunta. Es decir, que si me toca la lotería cree que voy a seguir yendo a la redacción…

Respuesta. Sí, porque gran parte de lo que hace le da mucha satisfacción. A eso se añade que, a no ser que le tocase una gran cantidad, ese dinero no bastaría para cubrir todas sus necesidades para el resto de su vida. En mi estudio, constaté que los efectos de haber ganado la lotería son relativamente modestos.

P. ¿Y qué relación tiene eso con la renta básica universal?

R. Esos resultados me llevaron a concluir que una renta básica universal no cambiaría sustancialmente la cantidad de gente que trabajaría. Me explico: a la hora de estudiar las consecuencias de la renta básica universal, hay que ver si esta puede desmotivar a los empleados para trabajar. Es decir, queríamos saber si la gente que recibía esos ingresos garantizados seguiría trabajando o dejaría de hacerlo. Y lo que descubrimos es que habría alguna consecuencia, pero no muy grande, porque la fuerza de trabajo solo disminuiría en alrededor de entre el 6% y el 7%.

P. Así que es viable.

R. Lo es en el sentido de que no implica que todo el mundo deje de trabajar porque hay otras motivaciones. Una gran parte del debate siempre ha consistido en admitir que la renta básica universal sería buena desde el punto de vista de la desigualdad, pero en advertir de que crearía efectos desincentivadores para el trabajo. Y el estudio sugiere que esas consecuencias no son particularmente importantes.

P. ¿Es la econometría el laboratorio de las ciencias económicas?

R. Yo crecí en los Países Bajos y me motivó el trabajo de mi compatriota [Jan] Tinbergen, que asesoró a políticos intentando predecir las consecuencias de las actuaciones gubernamentales. Trató de evaluar los planes de las Administraciones de una forma sistemática y no partidista. Y lo hizo de una forma increíblemente efectiva, aportando credibilidad.

P. ¿Y esa tendencia para evaluar políticas públicas ha seguido?

R. Sí, sigue progresando. Las instituciones siguen buscando nuevas formas creíbles para evaluar las políticas. En los últimos 20 años ha habido mucha más experimentación para hallar los efectos causales de las nuevas políticas, que también se han apoyado en más estudios observacionales.

P. Aun así, los gobiernos se centran mucho en el impacto económico de sus políticas, pero no en los efectos causales. ¿Por qué son importantes?

R. Queremos distinguir la correlación de la causalidad. Y eso en economía a veces es complicado. Por ejemplo, si observamos el efecto de la educación sobre el mercado laboral en cuanto a salarios, ganan más quienes fueron a la universidad que quienes no fueron. Pero, por supuesto, la gente no decide ir a la universidad o no al alzar. Tal vez quienes van provienen de los grupos socioeconómicos más elevados, o tal vez son más inteligentes. Así que, si el Gobierno ahora quiere abaratar el acceso a la universidad, nos interesa saber cuánta gente más accedería a esa educación y, por lo tanto, tendría un mejor desempeño en el ámbito laboral.

P. ¿Eso significa que, una vez se han estudiado los efectos de una determinada política, esta puede darse por validada?

R. Sí y no. Tenemos una mejor evidencia de sus efectos causales. Pero estos siempre están sujetos a limitaciones del contexto en el que fueron estudiados. En medicina, esos efectos son más estables que en ciencias sociales. Pero la economía cambia, el contexto cambia, las interacciones humanas cambian y los efectos causales de varias intervenciones pueden cambiar también con el tiempo. Podemos tener un estudio, por ejemplo, elaborado en un contexto particular que concluya que subiendo el 10% del salario mínimo en un determinado lugar no hay consecuencias sobre el empleo. Y podemos estar muy seguros de que esa conclusión era correcta para ese contexto particular. Pero si la economía cambia y el desempleo es elevado, esa conclusión puede cambiar también.

P. Justamente David Card, otro de los premiados, sostuvo que el aumento del salario mínimo no tiene consecuencias sobre el empleo. En España ha habido un gran debate al respecto. ¿Qué opina?

R. En el contexto particular en el que Card y [Alan] Krueger estudiaron el impacto del salario mínimo, esas estimaciones eran válidas. En ese caso, un incremento de ese sueldo no cambiaba el empleo demasiado. Pero eso no significa que en un a economía diferente eso vaya a ser verdad también. Tal vez el salario mínimo es mayor o menor, la tasa de desempleo es distinta, las instituciones laborales también… No es lo mismo estudiar eso que comprobar si la aspirina va a funcionar en España y en Estados Unidos, porque la fisiología humana es muy similar. Las economías no, son distintas. E incluso dentro de un país esas conclusiones no tienen por qué permanecer necesariamente estables. Esas cosas necesitan seguir siendo estudiadas de forma continua. Y lo mismo ocurre con la renta básica universal.

P. En Cataluña se propuso poner sobre la mesa 40 millones de euros para hacer una prueba piloto sobre la renta básica. ¿Ese tipo de pruebas a cargo de la hacienda pública es útil?

R. Es difícil, porque parte de los efectos son a largo plazo. Si la gente cambia su comportamiento o no depende de si cree que esa política es permanente o temporal. Al contrario de lo que ocurre con los medicamentos no puedes hacer estudios doble ciego, porque la gente sabe que está siendo tratada de una forma particular y que está siendo observada. Lo que necesitas es una acumulación de pruebas, idealmente de diferentes estudios, para complementar las evidencias que te den las pruebas piloto.

P. ¿Cómo pueden las instituciones integrar esos métodos sin poner en riesgo la privacidad de los ciudadanos?

R. En el caso del estudio sobre qué harían los individuos si les tocase la lotería, accedimos a los datos de la Seguridad Social con una carta de consentimiento. Claramente, es una información muy sensible para obtener y muchos países tienen preocupaciones legítimas sobre privacidad. Para nosotros, es muy difícil establecer enlaces entre varias fuentes. Pero la posibilidad de hacerlo tendría un impacto increíble para las políticas sociales. Necesitamos poder hallar un equilibrio para poder explotar esos datos para mejorar las políticas.

P. Las grandes tecnológicas también tienen muchos datos de los ciudadanos. ¿Trabajan con ellas?

R. Sí. Vivo en Silicon Valley y tengo un acceso bastante fácil a esas compañías. Facebook, Google o Apple están a un golpe de bici de donde vivo. Hablo con gente de esas empresas y trabajan en cuestiones fascinantes. Hay un gran interés por colaborar, pero de nuevo, hay muchas preocupaciones sobre las cuestiones de privacidad.

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Sobre la firma

Lluís Pellicer
Es jefe de sección de Nacional de EL PAÍS. Antes fue jefe de Economía, corresponsal en Bruselas y redactor en Barcelona. Ha cubierto la crisis inmobiliaria de 2008, las reuniones del BCE y las cumbres del FMI. Licenciado en Periodismo por la Universitat Autònoma de Barcelona, ha cursado el programa de desarrollo directivo de IESE.

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