Otra quiebra bancaria previsible
Necesitamos una regulación más estricta para garantizar que todas las entidades financieras sean seguras
La carrera por retitar los depósitos del Silicon Valley Bank (SVB) —del cual depende casi la mitad de todas las start-ups tecnológicas respaldadas por capital de riesgo en Estados Unidos— es, en parte, la repetición de una historia familiar, pero es mucho más que eso. Una vez más, la política económica y la regulación financiera han demostrado ser inadecuadas.
La noticia sobre la segunda quiebra bancaria más importante en la historia de Estados Unidos se produjo a pocos días de que el presidente de la Reserva Federal (Fed), Jerome Powell, le asegurara al Congreso que la condición financiera de los bancos de Estados Unidos era sólida. Pero el timing no debería sorprender. Dados los incrementos importantes y acelerados de los tipos de interés que pergeñó Powell —probablemente, los más significativos desde las subidas de los tipos de interés del expresidente de la Fed Paul Volcker hace 40 años—, era previsible que los movimientos drásticos de los precios de los activos iban a generar problemas en alguna parte del sistema financiero.
Sin embargo, una vez más, Powell nos aseguró que no teníamos que preocuparnos —a pesar de la abundante experiencia histórica que indica que sí deberíamos preocuparnos—. Powell formó parte del equipo regulatorio del expresidente Donald Trump que trabajó para debilitar las regulaciones bancarias de Dodd-Frank implementadas después de la crisis financiera de 2008, para liberar a los bancos “más pequeños” de los estándares aplicados a los bancos más grandes y sistémicamente importantes. Para los estándares de Citibank, SVP es pequeño. Pero no es pequeño en la vida de millones de personas que dependen de él.
Powell dijo que las alzas constantes de los tipos de interés de la Fed resultarían dolorosas —no para él ni para muchos de sus amigos en el capital privado que, según se dice, planeaban enriquecerse a lo grande al comprar depósitos no garantizados en SVB a 50-60 centavos de dólar, antes de que el Gobierno dejara en claro que los depositantes estarían protegidos—. El peor sufrimiento estaría reservado para los miembros de grupos marginados y vulnerables, como los hombres no blancos jóvenes. Su tasa de desempleo, por lo general, es cuatro veces más alta que el promedio nacional, de manera que un incremento del 3,6% al 5% se traduce en el precio del dinero, en su caso, en un aumento de algo así como 15% a 20%. Powell, alegremente, vaticina esos aumentos del desempleo (argumentando, falsamente, que son necesarios para hacer bajar la tasa de inflación) sin ni siquiera un pedido de asistencia, ni tampoco una mención de los costos a largo plazo.
Hoy, como resultado de la apología despiadada —y totalmente innecesaria— del dolor que hace Powell, tenemos un nuevo conjunto de víctimas, y el sector y la región más dinámicos de Estados Unidos quedarán en suspenso. Los emprendedores de start-ups de Silicon Valley, muchos de ellos jóvenes, pensaban que el Gobierno estaba haciendo su trabajo, así que se centraron en la innovación, y no en controlar a diario el balance de su banco —cosa que, de todos modos, nunca podrían haber hecho—. (Sinceramiento total: mi hija, consejera delegada de una start-up de educación, es uno de esos emprendedores dinámicos afectados).
Si bien las nuevas tecnologías no han cambiado los elementos fundamentales de la banca, sí han aumentado el riesgo de pánico de los depositantes. Es mucho más fácil retirar fondos ahora que antes, y las redes sociales aceleran la propagación de rumores que pueden desatar una ola de retiros simultáneos (aunque, al parecer, SVB no respondió a los peticiones de retirada de dinero, lo que podría llegar a ser una pesadilla legal). Según se informa, la caída de SVB no se debió al tipo de malas prácticas crediticias que condujeron a la crisis de 2008 y que representan una falla esencial respecto del papel central que desempeñan los bancos en la asignación de créditos. Por el contrario, fue algo más prosaico: todos los bancos llevan a la práctica la “transformación de los vencimientos”, que permite hacer uso de depósitos de corto plazo para inversiones de largo plazo. SVB había comprado bonos de largo plazo y con eso expuso a la institución a riesgos cuando las curvas de rendimiento cambiaron drásticamente.
La nueva tecnología también deja en papel mojado el viejo límite de 250.000 dólares para la garantía de depósitos federales: algunas empresas practican un arbitraje regulatorio al repartir sus fondos en una cantidad importante de bancos. Es una locura recompensarlas a expensas de quienes confiaban en que los reguladores hicieran su trabajo. ¿Qué dice esto de un país en donde a quienes trabajan mucho e introducen nuevos productos en el mercado que la gente quiere se los echa por la borda simplemente porque el sistema bancario los defrauda? Un sistema bancario seguro y sólido es un elemento sine qua non de una economía moderna y, sin embargo, la de Estados Unidos no inspira precisamente confianza.
Como tuiteó Barry Ritholtz, “De la misma manera que no hay ateos en las trincheras, tampoco hay liberales durante una crisis financiera”. Un grupo de radicales en contra las reglas y regulaciones gubernamentales de repente se convirtieron en defensores de un rescate gubernamental de SVB, de la misma manera que los financieros y los legisladores que pergeñaron la desregulación masiva que derivó en la crisis de 2008 reclamaban que se rescatara a quienes la habían provocado. (Lawrence Summers, que encabezó los partidarios de desregulación financiera como secretario del Tesoro de Estados Unidos en la presidencia de Bill Clinton, también exigió un rescate de SVB, algo muy curioso después de su postura firme en contra de ayudar a los estudiantes con sus cargas de deuda).
La respuesta ahora es la misma que hace 15 años. Los accionistas y bonistas, que se beneficiaron con el comportamiento arriesgado del banco, deberían asumir las consecuencias. Pero los depositantes de SVB —empresas y hogares que confiaron en que los reguladores hicieran su trabajo, que es lo que, una y otra vez, le repetían a la población que estaban haciendo— deberían cobrar en su totalidad, ya sea por encima o por debajo de la cantidad “garantizada” de 250.000 dólares.
De lo contrario, se le infligiría un daño de largo plazo a uno de los sectores económicos mas vibrantes de Estados Unidos; más allá de lo que uno piense de las grandes tecnológicas, la innovación debe continuar, inclusive en áreas como la tecnología verde y la educación. En términos más generales, no hacer nada enviaría un mensaje peligroso a la población: la única manera de estar seguros de que nuestro dinero está protegido es colocándolo en bancos sistémicamente importantes que son “demasiado grandes para quebrar”. Esto resultaría en una concentración de mercado aún mayor a la población y menos innovación a la población en el sistema financiero de Estados Unidos.
Después de un fin de semana angustiante para los potenciales afectados en todo el país, el Gobierno finalmente hizo lo correcto: garantizó que todos los depositantes van a cobrar en su totalidad, impidiendo una crisis bancaria que podría haber alterado la economía. Sin embargo, los acontecimientos dejaron claro que algo en el sistema no estaba funcionando bien.
Algunos dirán que rescatar a los depositantes de SVB conducirá a un “peligro moral”. Es una tontería. Los bonistas y accionistas de los bancos todavía están en riesgo si no supervisan a los directivos de manera apropiada. Se supone que los depositantes comunes y corrientes no gestionan el riesgo bancario, y deberían poder confiar en que nuestro sistema regulatorio garantice que, si una institución se hace llamar banco, tiene los recursos financieros para devolver lo que le entregaron.
SVB representa algo más que la quiebra de un solo banco. Es un hecho emblemático de las profundas lagunas en la implementación de las políticas tanto regulatorias como monetarias. Al igual que la crisis de 2008, era previsible y ya se había vaticinado. Esperemos que quienes ayudaron a crear este caos puedan desempeñar un papel constructivo a la hora de minimizar el daño y que, esta vez, todos nosotros —banqueros, inversores, legisladores y la población en general— finalmente aprendamos las lecciones correctas. Necesitamos una regulación más estricta, para garantizar que todos los bancos sean seguros. Todos los depósitos bancarios deberían estar garantizados. Y los costes deberían ser asumidos por quienes más se benefician: los individuos y las corporaciones adinerados, y quienes dependen más del sistema bancario, en base a depósitos, transacciones y otras métricas relevantes.
Han pasado más de 115 años desde el pánico de 1907, que condujo a la creación del Sistema de la Reserva Federal. Las nuevas tecnologías han hecho que los pánicos y las crisis bancarias sean más fáciles. Pero las consecuencias pueden ser aún más severas. Es hora de que nuestro marco político y regulatorio responda.
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