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Bancos centrales
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Subir los tipos de interés es todo coste, sin beneficio

Que la Reserva Federal tenga un martillo no quiere decir que tenga que destruir la economía a martillazos

NEGOCIOS 08/01/23
Tomas Ondarra Galarza
Joseph E. Stiglitz

Es notable la inflexibilidad con que los bancos centrales están decididos a subir los tipos de interés. En nombre de controlar la inflación, están dispuestos a causar una recesión o a agravarla si se produjera por sí sola. Además, reconocen abiertamente que sus políticas provocarán sufrimiento, aunque no dicen que la peor parte se la llevará la gente pobre y marginada (y en Estados Unidos, las personas de color), no sus amigos en Wall Street.

Como muestra un nuevo informe del Instituto Roosevelt, del que soy coautor, cualquier beneficio derivado de la reducción adicional de la inflación como resultado de la subida de tipos de interés será mínimo en comparación con lo que es previsible en cualquier caso. Ya hay indicios de que la inflación se está calmando. Tal vez no tan rápido como esperaban los optimistas hace un año (antes de la invasión rusa de Ucrania), pero es un hecho que se está moderando, y por las mismas razones que en su momento detallaron los optimistas. Por ejemplo, predijeron que el encarecimiento de los automóviles iba a reducirse en cuanto se resolviera la escasez de semiconductores. Es lo que sucedió, y, de hecho, los inventarios de los fabricantes de coches están en aumento.

Los optimistas también esperaban que los precios del petróleo se redujeran, en vez de seguir aumentando; una vez más, es exactamente lo que sucedió. De hecho, el abaratamiento de las fuentes de energía renovables implica que el precio del petróleo a largo plazo caerá incluso por debajo del nivel actual. Es una pena que no nos hayamos movido antes hacia las renovables. Hubiéramos estado mucho mejor aislados de las variaciones de precios de los combustibles fósiles y seríamos mucho menos vulnerables a los caprichos de petrodictadores como el presidente ruso, Vladímir Putin, y el líder saudí, el belicista y asesino de periodistas príncipe heredero Mohamed bin Salmán (a quien todos llaman MBS). Hay que agradecer que ambos hombres hayan fracasado en el aparente intento de influir en las elecciones de medio mandato celebradas el pasado mes de noviembre en Estados Unidos, apelando a una notable reducción de la producción de petróleo a principios de octubre.

Hay otra razón más para el optimismo, y tiene que ver con los márgenes de beneficios empresariales (la diferencia entre precios y costes). Estos venían aumentando lentamente como consecuencia de la creciente monopolización de la economía estadounidense, pero desde el inicio de la crisis de la covid-19 se dispararon. Conforme la economía termine de salir de la pandemia (y, esperemos, de la guerra), es de prever que esos márgenes disminuyan, lo que moderará la inflación. Es verdad que los salarios llevan algún tiempo creciendo más rápido que antes de la pandemia, pero eso es bueno tras el inmenso aumento secular de la desigualdad que hubo, agravado por la reciente disminución del salario real (deflactado) de los trabajadores.

El informe del Instituto Roosevelt también refuta el argumento de que la inflación actual se debe a un exceso de gasto durante la pandemia y que para bajarla se necesita un largo periodo de alto desempleo. La inflación por demanda se da cuando la demanda agregada supera a la oferta agregada potencial. Pero, en general, no es lo que ha sucedido. En vez de eso, la pandemia dio lugar a numerosas restricciones sectoriales de la oferta y a desplazamientos de la demanda, que (en combinación con ajustes asimétricos) fueron los principales motores del aumento de precios.

Por ejemplo, hoy la población estadounidense es inferior a las proyecciones de antes de la pandemia. Las políticas de la era Trump para la covid-19 no sólo contribuyeron a la pérdida de más de un millón de personas en Estados Unidos (y esa es sólo la cifra oficial), sino que, además, la inmigración se redujo, por la presencia de nuevas restricciones y de un ambiente menos acogedor y más xenófobo. Lo que provocó el encarecimiento de los alquileres no fue que hubiera un gran aumento de la demanda de vivienda, sino más bien el hecho de que la difusión del teletrabajo provocó cambios en las preferencias (en particular, entre los trabajadores del conocimiento) respecto del lugar de residencia. Con la reubicación de numerosos profesionales, el coste de alquilar o comprar una vivienda aumentó en algunas áreas y disminuyó en otras. Pero el aumento en las primeras fue mayor que la disminución en las segundas; de modo que los desplazamientos de la demanda contribuyeron a las cifras generales de inflación.

Volvamos a la cuestión principal que nos ocupa. Tipos de interés más altos, ¿aumentarán la oferta de semiconductores para los autos, o la de petróleo (como si de algún modo fueran a convencer a MBS de producir más)? ¿Reducirán el precio de los alimentos (salvo por provocar una caída mundial de los ingresos de tal magnitud que la gente tenga que ajustar sus dietas)? Claro que no. Por el contrario, subir los tipos de interés dificultará todavía más movilizar inversiones que puedan aliviar las restricciones de la oferta. Y como muestran el informe del Instituto Roosevelt y otro anterior que escribí con Anton Korinek para la Brookings Institution, hay muchas otras formas en que la subida del precio del dinero puede agravar las presiones inflacionarias.

Es más probable controlar esta inflación con políticas fiscales bien dirigidas y otras medidas más puntuales que con políticas monetarias indiscriminadas y potencialmente contraproducentes. La respuesta apropiada al alto precio de los alimentos, por ejemplo, es revertir la vieja política de sostenimiento de precios agrícolas por la que se les paga a los agricultores para que no produzcan cuando habría que alentarlos a producir más.

Asimismo, la respuesta apropiada a los aumentos de precios derivados del poder de mercado excesivo es fiscalizar mejor las normas de defensa de la competencia; y la respuesta al encarecimiento de los alquileres para las familias pobres es alentar la inversión en nuevas viviendas, mientras que la subida de tipos tendrá justo el efecto contrario. Si hubiera escasez de mano de obra —un contexto en el que la señal típica es que aumente el salario real, todo lo contrario a lo que estamos viendo—, la respuesta debería incluir más provisión de guarderías, políticas proinmigratorias y medidas que refuercen el salario y mejoren las condiciones de trabajo.

Tras más de una década de tipos de interés exiguos, tiene sentido “normalizarlos”. Pero subir las tasas más de lo necesario en un intento quijotesco de controlar la inflación en poco tiempo, no sólo provocará sufrimiento ahora, sino que dejará cicatrices duraderas, sobre todo entre aquellas personas que tienen menos capacidad de soportar los efectos de políticas desacertadas como estas. En cambio, la mayoría de las respuestas fiscales y de otra índole descritas aquí generarían beneficios sociales a largo plazo, incluso si la inflación al final fuera menor que lo previsto. Es bien conocida la frase del psicólogo Abraham Maslow según la cual, “si lo único que tienes es un martillo, todos los problemas te parecen clavos”. Que la Reserva Federal de Estados Unidos tenga un martillo no quiere decir que tenga que salir a destruir la economía a martillazos.

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