El financiero marcado dos veces por la muerte que asegura a millones de personas por cinco euros
Tras forjarse en Wall Street, Eduardo della Maggiora fundó en 2018 la aseguradora chilena Betterfly, valorada en más de 1.000 millones de euros
Un infarto súbito. Un coche. La carretera atraviesa Santiago de Chile. El conductor, 44 años, pierde el conocimiento. A su lado va su mujer. Detrás, su hijo, Eduardo della Maggiora, de 16 años. Le acaban de recoger de las pistas de tenis. Es 1996. Sueña con ser profesional. El deterioro cognitivo del padre, ingeniero en IBM, dura tres años. Cae la noche oscura. Muere. La familia (Eduardo es el mayor de dos hermanos) siente el dolor de la ausencia y la preocupación económica. El partido de tenis finaliza. Desaparece el mundo de su juventud. Accede a los estudios de Ingeniería Civil Industrial en la Universidad Católica de Chile. Es el primero de la clase. Concluye con 23 años, y trabajar deja de ser un deporte. Ficha por el banco JP Morgan. Cinco años en Santiago. Cinco años en Nueva York. Su geografía son las fusiones y adquisiciones alrededor de las aseguradoras. “Era 2014 y vivía el sueño americano, soltero, trabajando en la inmensa metrópoli”, recuerda el banquero. Pero, justo, 15 años después de la muerte de su padre, suena el teléfono en la ciudad del milagro dorado. Su madre padece una leucemia muy agresiva. Escucha un pronóstico de vida: cuatro meses. Debe regresar a Santiago.
Contra toda lógica médica, la madre sobrevive. La experiencia de la muerte le cambia. Quizá pensó —con ese pesimismo profundo de Ortega y Gasset— que todo hombre nace muerto. Abandona la banca y viaja a Tanzania en 2014 como profesor voluntario de inglés y matemáticas. Allí narra lo previsible. Una comida al día (maicena y agua) para sus alumnos. Son niños bajo ese cielo sólido y mísero de la malnutrición. “Entonces era un ogro. Tenía 35 años y pesaba 15 kilos más”, admite. Hoy es fibroso, pelo oscuro, barba de tres días, cerca del 1,85, un emprendedor, de 41 años, de belleza de actor de cine negro. Crea dos firmas sociales (PIC Parks, una plataforma para preservar áreas verdes en el mundo, y otra, Change Heroes, dedicada a construir colegios en crowdfunding) que terminan fracasando. “Toda una enseñanza”, reconoce. Decide hacer deporte, perder peso, llevar una vida sana. Un día (en toda existencia de un emprendedor ocurre esa revelación), subiendo en bicicleta Farellones, una montaña próxima a Santiago, pensó: “¡Qué ganas de que estos kilos que estoy perdiendo los pudiese convertir en comida para esos niños a los que enseñé en África! ¡Qué ganas de que las calorías del deporte las pudiera transformar en calorías de comida! Así de loca fue la idea”, narra.
Esta experiencia que abraza la vida y la muerte es el origen de la empresa emergente Betterfly. Fundada por Eduardo (consejero delegado) y su hermano Cristóbal (ex JP Morgan) en 2018. El nombre vuela con el efecto mariposa. Pequeños cambios provocan grandes impactos. La plataforma trabaja bajo tres pilares: el propósito social, el bienestar individual y la protección financiera. Funciona al “modo” Netflix. Las empresas pagan una tarifa plana (unos cinco euros por trabajador) y ofrecen telemedicina, ayuda psicológica, asesoramiento financiero, herramientas para mejorar la calidad de la existencia, pero, sobre todo, un seguro de vida a sus empleados. En América Latina uno de cada 13 niños, menores de 16 años, pierde a su padre. Y el 90% de esas familias carece de este tipo de cobertura vital. Betterfly es el tercer unicornio (una compañía valorada en más de 1.000 millones de dólares) chileno junto con Cornershop (adquirido por Uber) y NotCo. En una región donde hay unos 40 ejemplares. El 60% vive en Brasil.
Desde 2018 han ido levantando —según el argot financiero— distintas rondas de capital. Empezó por Silicon Valley. Tuvo éxito. Pese a la pandemia, en febrero de este año cerraron una línea de financiación —serie C— liderada por Glade Brook Capital Partners y con la participación de Greycroft Partners, Mundi Ventures, Lightrock, QED Investors y DST Global Partners. En total, invirtieron en la insurtech (firma de seguros y tecnología) 125 millones de dólares (unos 123 millones de euros, al cambio actual). Era ya un unicornio. Aunque los dos hermanos siguen controlando la empresa. Y, también, la cinematográfica narrativa.
4.000 empresas
Eduardo logró cerrar esta ronda en una caravana varada en una playa chilena, donde pasó el confinamiento, junto a sus dos hijos mellizos de tres años, Mia y Max, y su mujer. “Lo hice con una simple conexión a internet y un teléfono móvil”, resume. “El mundo financiero es global”. Lecciones aprendidas en las páginas de JP Morgan. Porque los números son los esperables de una empresa que en solo cuatro años ya es una criatura mítica. La plataforma —acorde con la firma— cuenta con 4.000 empresas (Santander, Coca-Cola, Samsung, pero también pymes), más de 600 trabajadores de 17 nacionalidades y la mitad del equipo son ingenieras. Desde luego, Betterfly pierde dinero. Aunque este ejercicio espera que Chile entre ya en números azules. Ahora crecen y crecen. Colombia, Ecuador, Argentina, Brasil, Perú, Portugal. “El sueño es salir a Bolsa. Sin embargo, aún quedan un par de años para tomar esa decisión. Si pisar el parqué nos permite proteger a unos 100 millones de personas en 2025, lo haremos. La magia de nuestro modelo es que es for impact, pero también for profit [por beneficios]”.
Acaban de abrir negocio en España a través de la compra de Flexoh. Una firma ligada a las retribuciones flexibles. Han adelantado un año la llegada prevista —inicialmente— en 2023. Primero, con la idea de tener lo más pronto posible un grupo de 25 personas, y segundo, “entrar con el pie derecho”. Apoyarse en un equipo local. Esta es la razón por la que en julio, cuando las aceras son incandescentes, Eduardo della Maggiora acuda al conversatorio de la Secretaría General Iberoamericana (Segib) de Madrid. Al día siguiente vuela a Miami. Allí vive. “Se ha convertido en un verdadero hub tecnológico”, subraya el emprendedor. Nace un nuevo unicornio en América Latina. Al igual que todas las criaturas mágicas son frágiles y galopan contra el tiempo. La meta queda lejos y alcanzarla no es cruzar la calle como una melodía. Exige afinar cada paso.
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