La nueva fiebre del oro se apodera de los inversores: “Llevo cuatro años comprando fuerte”
El metal precioso supera en rentabilidad a Bolsas y criptomonedas en lo que va de año, y su precio ha marcado máximos históricos esta semana. En tiempos de incertidumbre, su atractivo convence a grandes y pequeños patrimonios


Los buscadores de oro del siglo XXI no tienen que remover agua y tierra ni escarbar demasiado para dar con él: pueden encontrarlo en un local del madrileño barrio Salamanca, en una sucursal de la Diagonal de Barcelona, o en cualquier plataforma de inversión online, por citar solo algunos emplazamientos. Y lo pagan bien caro. O barato, según se mire. Nunca antes la onza de este metal precioso ha costado más que ahora, por encima de la cota de los 3.500 dólares, pero su revalorización no toca techo, y ya hay quien vaticina un futuro aún más deslumbrante, más allá de los 5.000 dólares, que haga parecer asequibles los niveles actuales. Sus compradores, bancos centrales, family offices, aseguradoras, y cada vez más, inversores particulares que buscan sacar rentabilidad a su dinero, llevan meses viendo engordar sus balances y cuentas corrientes gracias a un activo milenario cuya popularidad no envejece. Y continúan sacando la chequera.
“Es el refugio por excelencia, con una larga historia de preservar valor en tiempos de incertidumbre económica, inflación o volatilidad. Me permite diversificar y reducir el riesgo de mis inversiones. Ofrece una protección que acciones y bonos no pueden garantizar”, dice Guillermo, programador sevillano de 30 años que no quiere dar su apellido, uno de los que se ha subido a la ola.
Cuando empezó a invertir, en octubre de 2024, el oro suponía el 5% de su cartera, pero la fuerte subida de su cotización le ha hecho ganar peso frente al resto, y lo sitúa ya en el 8%. Su sistema tira de disciplina: cada mes entra en su cuenta de MyInvestor y pulsa el botón de comprar, un método muy popular conocido como DCA (Dollar-cost averaging) que al basarse en la periodicidad reduce el peligro de operar al precio equivocado, porque se van espaciando en múltiples adquisiciones en lugar de soltar el capital de una sola vez.
“Creo que el oro es el activo refugio del pasado/presente, y el bitcoin es el activo refugio del presente/futuro. Por eso invierto 200 euros al mes en oro y 100 en bitcoin”, dice otro pequeño inversor, bilbaíno de 40 años, empleado en el sector tecnológico, que prefiere no desvelar su identidad.
En lo que va de año, el oro ha repuntado más de un 35%. Ni las principales Bolsas, ni el bitcoin llegan a tanto. Ni siquiera el candente mercado inmobiliario español, donde casi todo vale más que ayer pero menos que mañana, se acerca a esos porcentajes de vértigo. ¿Por qué ahora? El economista Javier Santacruz lo explica así. “El oro se considera un activo refugio frente a dos escenarios: la inflación y las tensiones del sistema monetario. Aunque el pico de aumentos de precios ha quedado atrás, para muchos es una apuesta a que veremos un regreso de la inflación en los próximos años. Eso, unido a la situación en la Reserva Federal, lo han convertido en un activo atractivo”, sostiene.
El banco central estadounidense es un polvorín. Una de sus gobernadoras, Lisa Cook, llegó a recibir una carta de despido de Trump, al que está plantando cara. Y su presidente, Jerome Powell, lleva meses siendo objeto de una operación de acoso y derribo por parte de la Casa Blanca. Con su mandato próximo a expirar —acaba en mayo de 2026—, el mercado da por hecho que su sustituto, al que nombrará Trump, será un títere manejado por el republicano. Sin independencia, la credibilidad de la Fed quedaría en entredicho. Y el dólar, como ya está sucediendo, paga los platos rotos.
Esa depreciación beneficia al oro, que suele tener una correlación negativa con el billete verde: cuanto más fuerte está uno, más débil el otro. En el verano de 2022, cuando un dólar llegó a valer más que un euro, el oro pasó por un mal momento. Desde entonces, ha duplicado su precio.
Lo mismo solía suceder entre las Bolsas y el oro. Cuando las primeras sufrían turbulencias, el segundo se fortalecía por su condición de refugio del dinero miedoso que huía del riesgo. Y al contrario. Pero con las Bolsas rondando máximos y el oro también simultáneamente, esa conexión está cambiando. “La aparente paradoja oro-bolsas responde a narrativas compatibles: las Bolsas suben por expectativas de recortes de la Fed, mientras el oro se beneficia del dólar débil y la incertidumbre por los aranceles de Trump”, analiza Judith Arnal, investigadora principal del Real Instituto Elcano y CEPS.
Todos esos problemas son música para los oídos de quienes están sacando provecho de la situación gracias al metal precioso. “Estamos ante el tercer gran ciclo alcista de la historia del oro”, proclama solemne Gustavo Martínez, experto en bolsa y asesor patrimonial que lleva más de una década comprándolo en los mercados. “En los últimos cuatro años he invertido bastante más fuerte”, relata convencido. Su tesis es que los grandes déficits nacionales en que incurren los Estados alimentan las deudas de los países, devaluando las monedas de curso legal (fiat). El oro, en su opinión, ofrece inmunidad ante esa continua pérdida de valor del euro, el dólar y el resto de divisas en que la gente recibe sus salarios, de un poder adquisitivo menguante.
Es por eso que Martínez, como otros acérrimos defensores del oro como inversión y reserva de valor, niegan que la vivienda y otros productos básicos se hayan encarecido, y prefieren decir que son las monedas las que se han devaluado por la inflación, recordando que respecto al oro las casas valen menos que antaño.
¿Físico o digital?
Uno de los dilemas a los que se enfrentan quienes buscan exposición al oro es el modo de hacerlo. Se pueden comprar acciones de empresas mineras, que están multiplicando sus beneficios conforme crece el precio de lo que extraen. Los títulos de la canadiense Barrick Mining Corporation, por ejemplo, ganan un 70% este 2025, aupados por el buen hacer de sus minas en Argentina, Chile, Coste de Marfil o el Congo. Y otras como las estadounidenses Newmont Corporation y Gold Fields, o la sudafricana Anglogold Ashanti están obteniendo suculentas revalorizaciones.
También se puede, a través de una cuenta online en cualquier entidad financiera, invertir en ETFs que replican en tiempo real el precio del oro. Con la comodidad de poder vender y comprar de forma instantánea desde casa. Y por último, es posible acudir a una sucursal y salir de ella con monedas o lingotes. Incluso que te los envíen en un paquete que solo te entregarán en persona enseñando un documento de identidad.
En ese negocio, el de vender el oro que se puede tocar, está el suizo Giulio Buoncore, de 53 años, director de la sucursal en Madrid de Degussa, siglas de Refinería Alemana de Oro y Plata, una de las mayores empresas de compraventa de metales preciosos de Europa. Situada en la madrileña calle Velázquez, a tiro de piedra del parque del Retiro y del Hotel Wellington, donde este viernes la habitación más barata superaba los 500 euros, el local recibe un lento pero constante goteo de clientes que se asoman a sus urnas para escrutar monedas y lingotes.
“Estamos notando que viene más gente. Hay mucho interés tanto de clientes que entran por la calle como de family offices [vehículos de inversión que gestionan el patrimonio de familias acaudaladas] y personas de alto patrimonio a los que contactamos nosotros”, afirma. El oro que venden lo traen de fundiciones suizas, aunque por motivos de seguridad prefieren no desvelar la cantidad que almacenan. Llegan a tener pedidos que rondan los tres o cuatro millones de euros, pero el perfil del cliente es diverso. El de la calle compra lingotes de 10 gramos, 20 y hasta una onza, que son 31,10 gramos, mientras los más adinerados y las instituciones empiezan desde lingotes de 100 o 150 gramos hasta el kilo, el más grande que comercializan.

Esos 1.000 gramos se acercan hoy a los 100.000 euros de precio, por lo que meterlo bajo el colchón entraña sus riesgos. El establecimiento ofrece guardarlo en cajas de seguridad, aunque también los bancos disponen de ese servicio.
Los compradores de oro pueden revender el oro a Degussa cuando quieran, ya sea porque necesitan liquidez para comprar una vivienda, porque han ganado suficiente dinero y quieren hacer caja, o por cualquier otra razón. Como sucede con los cambios de divisas o la venta de acciones, el precio suele ser algo inferior al de mercado, porque está sujeto al impuesto de transmisiones patrimoniales y a los costes de transacción habituales. Eso sí, el dinero no tarda en transferirse: el pago se efectúa en un máximo de 24 horas.
Ventajas e inconvenientes
¿Por qué hay quien prefiere el oro físico? “Es independiente del sistema bancario, si llega una crisis financiera muy gorda, mucha gente prefiere la seguridad de lo físico”, argumenta Buoncore. A favor juega también que los lingotes de más de dos gramos están exentos de IVA, algo que por ejemplo no ocurre con la plata, otro metal en auge.
El momento actual no se entiende sin echar la vista atrás. En 1971, el entonces presidente estadounidense, Richard Nixon, puso fin a la convertibilidad fija del oro, que durante décadas se cambió a 35 dólares la onza. “La reliquia bárbara”, denominó al oro en 1924 el economista británico John Maynard Keynes, que aborrecía la rigidez del patrón oro. Su desaparición permitió que su precio fluctuase libremente con las fuerzas de la oferta y la demanda, lo cual desató incertidumbres. “El oro no devenga interés y, salvo que su precio suba, no proporciona rentabilidad económica”, decía en 1979 un estudio de la Morgan Guaranty Trust Company, antecedente del actual JPMorgan, que dibujaba un porvenir oscuro para este metal.
Medio siglo después, esas predicciones agoreras se han demostrado erróneas. Hoy vale 100 veces más que en los tiempos del patrón oro. E incluso los bancos centrales lo acaparan. El BCE contaba a cierre de 2024 con 40.900 millones de euros en oro, 10.500 millones más que un año antes, debido a su aumento de precio en el mercado. Y otros muchos acumulan reservas en oro. ¿Por qué lo compran? Judith Arnal, de Elcano, ve tres razones. “Primero, por motivos geopolíticos: la congelación de activos del banco central de Rusia ha sido una llamada de atención, y muchos países emergentes acumulan oro como seguro frente a sanciones financieras. Segundo, porque es un activo de reserva tradicional que aporta diversificación frente al dólar y otras divisas. Y tercero, porque tras el pico inflacionista reciente, lo ven como una forma de estabilizar sus reservas”.
Con su precio disparado, una pregunta lógica es si la corrección está cerca o hay margen para que siga subiendo. El banco de inversión estadounidense Goldman Sachs señaló esta semana que no descarta que la onza llegue a los 5.000 dólares, es decir, un 40% más arriba, si la desconfianza hacia la deuda estadounidense por las interferencias de Trump en la Fed empuja a los inversores a trasladar al oro una mínima parte de lo que invierten en bonos. Solo haría falta que movieran el 1% para que eso sucediera.
Gustavo Martínez va más allá. Y recurre a la historia para defender que el potencial del oro no se ha agotado aún. “En el primer ciclo alcista multiplicó su precio por 20, en el segundo por siete, y en este apenas llevamos un por dos”, compara.
El oro no suele ser la posición principal en las carteras de los inversores. Tiende a representar una porción más pequeña que las acciones y los bonos, y la irrupción del bitcoin ha aumentado la competencia, con muchos de sus seguidores proclamándolo como una especie de oro digital. Pero este activo tan tradicional, que lleva siglos convertido en objeto de atracción, está ganando peso. Javier Santacruz lo compara con la vivienda, otro bien físico. “Tiene una historia milenaria como depósito de valor y medio de cambio. Se trata de un metal que cumple con unas características físicas y químicas estables a lo largo del tiempo. Todas las transformaciones que se hagan en oro, ya sean lingotes o monedas, no pierden masa. Y esa es una cualidad que no tiene ningún otro elemento de la naturaleza”.
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