Una ducha fría para que las Bolsas regresen al complicado mundo real
Las turbulencias en Japón y las dudas sobre la tecnología sacan a los mercados de la complacencia que les llevó a máximos obviando incertidumbres económicas, políticas y financieras
La corteza de euforia sobre la que los mercados han cabalgado el último año y pico se ha roto y, aunque la brecha no parece, a día de hoy, tener el potencial de desatar una catástrofe financiera a gran escala, tampoco se va a sellar tan fácilmente. Quizá lo extraordinario no sea tanto la inestabilidad de estos días, sino el exceso de confianza que precedía a las turbulencias. Los procesos de subidas y bajadas de tipos de interés, el precio del dinero, siempre son muy difíciles de digerir para los mercados, y más en episodios de alta inflación, donde los bancos centrales no pueden permitirse patinar.
Pese a ello, el mercado ha operado durante demasiado tiempo bajo una realidad paralela. El índice de volatilidad VIX, que mide lo que piden los inversores de Wall Street por protegerse de las caídas, ha cotizado durante meses en tasas históricamente bajas: solo comparables a los años 2015 a 2018, el periodo 2003-07 o los felices finales de los 90. Inversores particulares y profesionales se han lanzado en brazos de los activos de riesgo, pese a que la lista de peligros que penden sobre el mercado hoy (a diferencia de etapas anteriores) es casi interminable: recesión, inflación, guerras comerciales, guerras a secas, rupturas políticas…
¿Es posible que EE UU entre en recesión? Sí; la economía se está desacelerando, pero la recesión no es la opción más probable. ¿Es posible que la Reserva Federal haya errado al retrasar a septiembre las bajadas de tipos? También, y es una posibilidad más verosímil. Pero hace dos semanas el índice S&P 500, referencia de la Bolsa estadounidense, marcó máximo histórico, y esos riesgos ya estaban ahí.
El mercado se ha roto (en agosto) por dos de sus flancos más débiles, lo que explica la violencia de las caídas. La primera ruptura estaba en las quinielas. La euforia alrededor de la IA se tenía que enfriar en algún punto: a medida que las expectativas crecen, lo hace también el riesgo de que no se cumplan. El segundo frente es más espinoso: las operaciones de endeudamiento en yenes (divisa que cotiza con tipos de interés cercanos al 0%) para invertir en Europa o EE UU, donde los intereses son más jugosos. Estas apuestas se vuelven tóxicas si toca devolver el dinero en una moneda que sube, como ha ocurrido con el yen tras el alza de tipos de interés en Japón el día 31. El masivo volumen de esta operativa (los cálculos apuntan a un volumen de 20 billones de dólares, unas 15 veces el tamaño de la economía española) desató el desplome de la Bolsa de Tokio, con los inversores vendiendo activos nipones para limitar sus pérdidas.
El dato de empleo de EE UU del viernes, detonante de las caídas, está en esa fina línea que separa un aviso de una excusa. El terremoto ha sido un baño de realidad y posiblemente un punto de inflexión. Es difícil que los inversores vuelvan a la complacencia previa, y estarán más atentos a las tensiones que se acumulan bajo la superficie y menos a no perderse la última iteración de la euforia tech. Posiblemente (con los mercados nunca se sabe), las Bolsas estén algo más apegadas a un mundo cuya realidad que no está marcada por la estabilidad, la predictibilidad y el optimismo.
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