La Agencia Internacional de la Energía marca distancias con la crisis de 1973 pero avisa del riesgo en Oriente Próximo
El brazo energético de la OCDE destaca que las renovables suponen una alternativa, aunque los combustibles fósiles seguirán siendo mayoritarios
Cinco décadas justas después el paralelismo es tentador, pero 2023 no es —ni remotamente— 1973. La Agencia Internacional de la Energía (AIE) ha aprovechado este martes la publicación de su principal informe anual para marcar distancias entre la actual coyuntura energética —difícil, sí, pero manejable— y la que se vivió aquel año de infausto recuerdo para Occidente, cuando otra guerra árabe-israelí (la del Yom Kipur) llevó a los países petroleros de la región a aprobar un embargo que abrió la caja de los truenos en el mercado del crudo.
“Hay paralelismos entre entonces y hoy, pero también hay diferencias clave: el sistema energético mundial ha cambiado considerablemente desde principios de los setenta”, enfatiza el jefe del brazo energético de la OCDE, Fatih Birol. El organismo reconoce, no obstante, que la situación en Israel es un foco de “incertidumbre” y un “recordatorio del peligro” que se ciñe sobre el mercado energético: “Más de un año después de la invasión rusa, los combates continuados en Ucrania vienen ahora acompañados de un conflicto prolongado en Oriente Próximo”.
La superposición de dos episodios bélicos de grandes proporciones y final incierto —entre Rusia y Ucrania, y entre Israel y Hamás— ha hecho revivir viejos temores en el petróleo y el gas, un mundo en el que el nerviosismo se reproduce particularmente rápido. Pero en la era del catastrofismo, una mirada fría es la mejor vacuna posible: “Estamos mucho mejor preparados que hace 50 años; sabemos lo que tenemos que hacer y a dónde debemos ir”.
A la vez, el organismo reconoce que “los desafíos son mucho más amplios y más complejos”. Una referencia explícita al cambio climático, que tiene origen en los propios combustibles fósiles, y a la multiplicidad de mercados en los que se está produciendo la sacudida de precios, tras más de dos años de montaña rusa en los mercados del gas y la electricidad. “Lo que podremos aprender de la respuesta que se dio a aquel shock es la necesidad de coordinación y coordinación entre países: una amalgama de esfuerzos individuales se quedará corta”, avisa.
Más allá de las obvias diferencias de alcance del conflicto (la actual guerra entre Israel y Hamás no afecta a ningún gran exportador de petróleo y gas, y no hay ni la más remota sospecha de un embargo a gran escala), el gran contraste entre hoy y 1973 estriba en la propia composición de la matriz energética: aunque los combustibles fósiles siguen suponiendo alrededor de las tres cuartas partes de la energía primaria que se consume cada día en el mundo, hay una senda posible —y muy prometedora— completamente independiente del gas, el petróleo y el carbón: las renovables. “La solar, la eólica, la eficiencia, el coche eléctrico... Todas estas tecnologías están bien establecidas. (...) El despliegue de la energía limpia está siendo más rápido de lo que mucha gente cree”, sentencia el máximo responsable la AIE.
El envés sigue siendo la todavía altísima dependencia global de los combustibles fósiles. Tras varias décadas rondando el 80%, la suma de petróleo, gas y carbón bajará hasta alrededor del 73%. Una mejora “importante”, según los técnicos del ente con sede en París, pero claramente insuficiente para la lucha contra el cambio climático y para evitar que los importadores netos de crudo (la Unión Europea, China, India y Japón, sobre todo) sigan en manos de un puñado de grandes exportadores, con Arabia Saudí y Rusia a la cabeza. “Aunque la demanda de combustibles fósiles ha sido fuerte en los últimos años, hay señales de un cambio de dirección”, confía.
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