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Comercio exterior
Tribuna
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Inversión y comercio en EE UU ante la presidencia española en la Unión Europea

España puede convertirse en el principal destino amigo para la inversión estadounidense en Europa en sectores estratégicos

Vista de la terminal de contenedores del Puerto de Barcelona.
Vista de la terminal de contenedores del Puerto de Barcelona.Alejandro Garcia (EFE)

Tal y como señala la edición de este año del informe Transatlantic Economy de los profesores Quinlan y Hamilton, de la universidad John Hopkins, patrocinado por AmChamEU y la US Chamber of Commerce, la economía transatlántica entre Estados Unidos y Europa es la más grande y rica del mundo. Genera casi seis billones de dólares anuales en ventas comerciales y emplea a más de 16 millones de trabajadores en empleos de alta calidad mutuamente “localizados” en ambos lados del Atlántico. Esta economía representa la mitad del consumo personal global y cerca de un tercio del PIB mundial en términos de poder adquisitivo.

Los vínculos son particularmente estrechos en la inversión extranjera directa, la inversión en cartera, el comercio y las ventas de filiales en bienes y servicios, la economía digital, la energía, la inversión en I+D, los flujos tecnológicos y las ventas de servicios intensivos en conocimiento. La inversión mutua empequeñece el comercio entre ambos bloques —que aun así representa más del 26% de las exportaciones y del 33% de las importaciones— y es la verdadera columna vertebral de la economía transatlántica, siendo Estados Unidos y Europa la principal fuente y destino de la inversión extranjera directa en el mundo. Juntos, representan el 65% de las salidas y el 64% del volumen de entradas de la inversión directa mundial.

Europa se ha visto enormemente beneficiada por este flujo de inversión y comercio que ha tenido un papel clave en la mejora de la competitividad de las empresas europeas, en la creación de clústeres sectoriales, que han beneficiado a las pequeñas y medianas empresas, y en la apertura de los mercados nacionales acrecentando la construcción del mercado interno europeo. Además, las empresas estadounidenses han establecido relaciones comerciales y de cooperación a largo plazo con sus socios europeos, lo que ha mejorado la eficiencia de las cadenas de suministro y ha fomentado la innovación.

Por otro lado, el mercado estadounidense, muy abierto y homogéneo, ha permitido a muchas empresas europeas ganar alcance verdaderamente global y tener acceso a capital y tecnología estadounidense. Sin embargo, en estos momentos de cambios bruscos en la economía global una ola de nacionalismo económico tanto en EE UU como en Europa puede estar gestándose con efectos nocivos para este flujo de inversión y comercio, que tanto valor ha aportado en el pasado. El mundo entero se está reordenando tras la pandemia, en medio de la guerra de Ucrania y en un estadio de recelo creciente entre los grandes bloques, que está empezando a impactar en la reconstrucción de las cadenas de valor.

Desde mi punto de vista, en España le estamos dedicando demasiado tiempo a polemizar sobre la elección de nueva sede social realizada libremente por una empresa española, y se nos escapa un análisis más profundo sobre el papel que podemos jugar en este nuevo paradigma. Los anuncios de inversiones estadounidenses, muchas de ellas extraordinarias, que vienen haciendo nuestros socios en los últimos meses no son fruto de casualidad. Tienen que ver con el posicionamiento geográfico de España —en Europa, pero lejos del conflicto con Rusia—; con nuestra estabilidad institucional, mucho mayor si la observamos desde fuera por comparación con otros países de nuestro entorno; con las capacidades de nuestros directivos; con una encomiable labor de venta internacional de nuestros gobernantes y diplomáticos; con nuestra relativa independencia energética; con el puente cultural con Latinoamerica y con nuestra presencia e influencia en el Mediterráneo.

Por todas estas razones, España puede convertirse en el principal destino amigo (friendshoring) para la inversión estadounidense en Europa en sectores estratégicos: semiconductores, centros de datos, computación cuántica, inteligencia artificial, producción de hidrógeno, electrificación, biomedicina, laboratorios de investigación, producción agroalimentaria de última generación, ciber seguridad, nuevos materiales y un larguísimo etcétera.

Esta apuesta por la atracción de inversión estadounidense de calidad no conviene por igual a todos los socios europeos. Otros países de la UE compiten con nosotros, no siempre de forma trasparente, por la preminencia europea de sus empresas nacionales. Empujar fuera de la ecuación a las empresas estadounidenses puede ser parte de una estrategia de otros grandes países europeos para consolidar el liderazgo de sus campeones nacionales en todo el territorio europeo, algo que, a España, un país importante, pero con poca capitalización y pocas grandes empresas, no le conviene en absoluto. Tampoco a la gran parte de los países europeos. Por otro lado, si entramos en una dinámica proteccionista, la inversión y el comercio de las empresas españolas en EE UU, que ha crecido extraordinariamente desde hace dos décadas, también se resentirá.

Desde la entidad que presido, creemos que la presidencia de España de la UE debería servir para afianzar el vínculo transatlántico, quizás recuperando, aunque sea parcialmente, la fallida negociación del Tratado de Libre Comercio e Inversión con EE UU, y alejarnos coordinadamente de los cantos de sirena de aquellas potencias (China y Rusia) que no comparten nuestros valores comunes, basados en la democracia, el estado de derecho y la libertad.

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