La ruinosa inversión saudí en Credit Suisse: 1.000 millones evaporados en solo cinco meses
El Saudi National Bank, la entidad más grande de Arabia Saudí, ha perdido el 80% del dinero que puso
Invertir en un banco que ha sobrevivido 167 años puede parecer una apuesta segura. Más aún si este tiene su sede en Zúrich, capital económica de Suiza, un país tan ligado a las finanzas como los estados del Golfo al petróleo, Alemania al automóvil, España al turismo o Taiwán a los chips. Así debieron creerlo los dueños del Saudi National Bank (SNB) el pasado otoño, cuando la entidad helvética, en plena crisis, lanzó una ampliación de capital de 4.000 millones de francos —una cantidad similar en euros—. Los saudíes acudieron veloces con un cheque de 1.400 millones que les convertía súbitamente en el accionista más importante con una participación del 9,88%. Sentían que habían cerrado un trato redondo: habían comprado a precio de saldo un trozo de un histórico banco suizo que probablemente había tocado fondo.
Los nuevos inquilinos árabes de Credit Suisse pagaron en noviembre 3,82 francos por acción, un 60% menos de lo que valía dos años antes, y muy lejos del pico de más de 80 francos de 2007, antes de la Gran Recesión, cuando todo era vino y rosas para la banca. Podían pensar, sin que fuera una tesis descabellada, que el castigo a la cotización tras más de una década de escándalos, inestabilidad en la cúpula, multas de los reguladores y malos resultados, debía estar próximo a terminar. En un entorno normal, tal vez se habrían salido con la suya y la jugada le hubiera salido rentable, pero el miércoles 8 de marzo un banco californiano desconocido para el gran público llamado Silicon Valley Bank hizo públicos sus problemas, y el 10 de marzo era intervenido por EE UU.
Los ojos del mercado iniciaron entonces la caza de brujas. ¿Quién podía tener problemas si la crisis de los bancos regionales estadounidenses se contagiaba a Europa? No hizo falta meditar demasiado para encontrar la respuesta. Credit Suisse, epicentro de todos los males, venía de sufrir una fuga de depósitos superior a los 100.000 millones solo en el último trimestre de 2022. Era la presa más sencilla. Y durante la semana pasada ya no tendría un solo día de sosiego.
Sus acciones estuvieron entre las más castigadas cuando los mercados europeos abrieron el lunes inmediatamente posterior a la quiebra del Silicon Valley Bank. El martes publicó su informe anual y en él reconocía “debilidades relevantes” en sus sistemas de control de la información financiera. Y el miércoles, una torpeza de comunicación histórica cometida por los propios saudíes terminó de quebrar la confianza. Cuando se le preguntó a Ammar Al Khudairy, presidente del SNB, si pondría más dinero en Credit Suisse, la contestación fue tajante. “Absolutamente no”.
Es difícil adivinar qué hubiera ocurrido si la respuesta hubiese sido otra. Pero sí sabemos qué desencadenó esa negativa: un ataque brutal de los mercados a un Credit Suisse indefenso y desvalido. Despojado de repente del escudo de su mayor inversor, las acciones cayeron un 24% al cierre, tras haber llegado a desplomarse más de un 30%. Credit Suisse estaba oficialmente en el punto de mira.
Los acontecimientos se sucedieron a una velocidad que pocos esperaban. El jueves el banco pidió 50.000 millones en préstamos al Banco Nacional de Suiza para apuntalar su liquidez. Pero el viernes, con las retiradas de depósitos acelerando a un ritmo de 10.000 millones diarios, las autoridades se convencieron de que ya no había modo de que continuara su camino en solitario: hacía falta un comprador. Las negociaciones del fin de semana culminaron con su venta el domingo a UBS, el mayor banco del país. No fue fácil que aceptara quedarse con una entidad al borde del precipicio, y por asumir ese riesgo exigió un fuerte descuento. Se lo dieron. Los saudíes opusieron resistencia, pero tenían las de perder: salir al mercado el lunes sin una solución cerrada habría sido un suicidio una vez se conoció que estaba a la venta con una fuerte rebaja, por lo que su posición negociadora era débil. El precio final, 0,76 francos suizos por acción. El Saudi National Bank acababa de perder el 80% de su inversión en apenas cinco meses. 1.000 millones evaporados, unos siete millones al día.
No han sido los únicos derrotados. La lista de damnificados es amplia, empezando por los dueños de 16.000 millones de euros en deuda de alto riesgo emitida por la entidad, que lo han perdido todo. Y por otros accionistas del Golfo también penalizados, como el Fondo Soberano de Qatar (propietario de casi el 7% de Credit Suisse), y la familia saudí Olayan (3%).
Harris Associates escapó justo a tiempo
Solo unas horas después de que se consumara esa notable pérdida, el Saudi National Bank —el banco más grande de Arabia Saudí— emitió un comunicado para minimizar el impacto de esa desastrosa inversión. Recordaban que representa menos del 0,5% de sus activos, y el 1,7% de la cartera de inversiones. Es decir, 1.000 millones volatilizados en cinco meses podían ser una pérdida dolorosa, pero sobrevivirían cómodamente sin siquiera tener que retocar un ápice su hoja de ruta. “Los cambios en la valoración de la inversión de SNB en Credit Suisse no tienen impacto en los planes de crecimiento de SNB, ni en la orientación prospectiva para 2023″, dice el texto, en el que recuerdan que cuentan con 945.000 millones de riyales en activos (233.000 millones de euros).
Hubo quien siguió el camino opuesto a los saudíes y escapó de Credit Suisse justo antes del vendaval que se llevó al banco por delante. El fondo estadounidense Harris Associates, con sede en Chicago, fue durante años el mayor accionista con el 10% de los títulos, pero en octubre, cuando se anunció la ampliación de capital, empezó a reducir su posición hasta dejarla en el 5% a final de año. Luego, en marzo, se conoció que se había desprendido de todo su paquete. Tuvieron razón al hacerlo. Ni siquiera nacer en 1856 te hace inmune a la fusión de un pánico bancario y una gestión ineficaz.
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