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ALEMANIA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un líder (Alemania) que no lidera (la UE)

Siempre es la penúltima en sumarse a las decisiones que roturan otros. Deslee el papel que su potencia le otorga en la dirección colegiada del bloque

El ministro alemán de Finanzas, Christian Lindner, este martes en Davos.
El ministro alemán de Finanzas, Christian Lindner, este martes en Davos.DPA vía Europa Press (DPA vía Europa Press)
Xavier Vidal-Folch

La adaptación de Alemania SA al entorno de guerra es brutal. Y lenta. Se comprende. Es todo su modelo nacional y de negocio lo que se ha desplomado con estrépito. Como ninguno.

“Deslocalizó su seguridad a EE UU, su crecimiento económico guiado por la exportación a China y sus necesidades energéticas a Rusia”, sintetizó la directora de cuestiones europeas en la Brookings, Constanze Stelzenmüller (FT, 7-12-2022).

Y ha roto casi del todo con el suministro ruso, lustra a sus ciudadanos en el ahorro energético, bracea por conservar el mercado chino, lanza un programa de armas por 100.000 millones de euros. Un respeto.

Pero ese respeto no oculta el modo lastimoso, de aliento a-europeo: arrastra los pies, opta de entrada por el pronto endogámico-nacionalista. Lo hizo al inicio de la covid (fronteras, vacunas), con las sanciones económicas al Kremlin, la renuncia a su suministro por oleoducto, la entrega de armas a Kiev... Y siempre es la penúltima en sumarse a las decisiones que roturan otros. Deslee el papel que su potencia le otorga en la dirección (colegiada) de la UE.

En energía le cuesta reorientar un pésimo modelo del que es responsable: el abastecimiento ruso entrañaba inseguridad potencial; la volvía colista en renovables; la aguda pero improvisada renuncia a la nuclear la sume en el carbón, y siguió apostando a un mercado eléctrico obsoleto... hasta que el ministro de Economía, Robert Habeck, respalda, este 17 de enero, la reforma auspiciada por España, desacoplando el gas del resto de energías.

¿Quizá porque sus potentes empresas tomaron velocidad en la carrera individualista por el gas licuado de Qatar y otros países y les costaba compartir la ventaja competitiva ya adquirida?

Su alta inflación —de hasta cuatro puntos más que la española— no supera a las bálticas, pero rearma el ordoliberalismo del Bundesbank. Y hasta de la quien solía ser más matizada consejera del BCE, Isabel Schnabel, inductora de “subir tipos de intereses probablemente hasta territorio restrictivo” (¡!), esa querencia por la deflarrecesión. Lo dice la voz de un país responsable de fraguar, casi en solitario, efectos de alzas salariales, de segunda ronda, de hasta el 7,5%, el triple que en España.

Y con desprecio a los eurobonos del NGEU, se ha opuesto hasta anteayer —ya lo dulcificará— a replicar la operación... eligiendo la financiación “nacional”, pues “la ventaja financiera que algunos esperaban” del endeudamiento común “ya no existe” (¿?), dijo el liberal ministro de Finanzas, Christian Lindner, para rechazarlo.

Así que se aventajó con sus faraónicos apoyos a su industria (y familias), hasta 300.000 millones. Ya ha generado el 53% de las ayudas de Estado de la UE, para enfrentarse ¿así, por su cuenta? al proteccionismo de EE UU. Y ahora, todos a correr y corregir esos desatinos individuales que fracturarían el mercado interior de los Veintisiete.

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