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El año que consumimos (mucha) menos energía

La demanda doméstica y empresarial de electricidad y gas cae con fuerza respecto a 2021. La de carburantes también es notablemente menor que en 2019, el último año comparable antes de la pandemia

Ignacio Fariza
Iluminación tenue en un establecimiento en Terrasa (Barcelona).
Iluminación tenue en un establecimiento en Terrasa (Barcelona).CRISTÓBAL CASTRO

La brutal escalada en el precio de los productos energéticos no solo ha traído consigo lo más evidente: un golpe sin precedentes para el bolsillo de los consumidores y una inédita reacción del Gobierno en forma de ayudas para capear el temporal. A pesar de que, al tratarse de un suministro básico, buena parte de la energía consumida no fluctúa en función de su precio, el reciente encarecimiento de esta ha provocado una reducción sobre el consumo de electricidad, gas natural y productos petrolíferos sin apenas precedentes.

La tendencia es especialmente acusada en el sector empresarial y, muy particularmente, en la industria. En ambos casos, la reacción a los precios ha sido instantánea: la subida ha conducido a una mayor eficiencia en los procesos, a una menor producción o —en un puñado de casos— a un cambio de combustible. En los hogares, la reacción ha sido menor, en gran medida porque las opciones también lo eran: a partir de un umbral, es difícil reducir el consumo de energía sin un cambio drástico de los hábitos.

A corto plazo, la continuidad de esta merma en el consumo de energía parece garantizada: hasta marzo, la comparación se establecerá con un periodo de 2022 en el que la guerra aún no había terminado de disparar los precios y no había llevado a las autoridades a acelerar en el despliegue de planes de ahorro. A partir de entonces, todo dependerá de lo que ocurra con los precios: si se prolonga la senda bajista de la electricidad, el gas y los carburantes de las últimas semanas y la economía no se resiente, las empresas volverán a consumir y los hogares tendrán un aliciente menos para la eficiencia. Si vuelven a subir, el incentivo para que los hogares reduzcan su consumo será menor y la industria volverá a renunciar a nuevos pedidos.

Electricidad

A menos de una semana de que termine el año, la demanda eléctrica acumula un descenso del 2,2% respecto a 2021, cuando el consumo todavía aún no había recuperado —ni de lejos— el nivel previo a la pandemia de coronavirus. Si se corrige por temperatura y laboralidad, dos determinantes fundamentales del consumo, la demanda de electricidad acumula un descenso interanual aún mayor: del 3,2% respecto a 2021, casi un punto más, según los últimos datos de Red Eléctrica de España (REE) consultados por este diario. La caída, además, ha ido a más con el paso de los meses, en especial desde el inicio de la guerra y tras el verano, cuando el Gobierno puso en marcha su primer plan de ahorro energético.

Este será el ejercicio de menor consumo desde 2020, cuando el confinamiento y la crisis económica provocada por la pandemia causaron un aterrizaje forzoso del consumo de luz (-5,5%). Aunque sin llegar a la caída interanual de entonces, la bajada en el consumo de electricidad provocada por el fuerte repunte de los precios rondará este 2022 el 7% respecto a los dos ejercicios en los que más electricidad se consumió en España (2008 y 2018).

Al margen de la crisis sanitaria, que provocó un ajuste sin precedentes en el consumo eléctrico, hay que remontarse a más de una década atrás para dar con una menor demanda que en 2022. Ni siquiera el paulatino avance de la electrificación —cada vez más coches, más calefacciones y más industrias apuestan por esta fuente de energía, en detrimento del gas natural y del gasóleo, un movimiento necesario para avanzar en la descarbonización de la economía— han sido suficientes para contrarrestar la tendencia, en la que el auge del autoconsumo en hogares y empresas también empieza a tener incidencia.

“La demanda reacciona poco frente a cambios limitados en el precio, pero sí lo hace frente a subidas drásticas”, explica Luis Atienza, expresidente de REE. “Hay una mayor concienciación y una mayor vigilancia de consumos superfluos, pequeñas decisiones que responden a una mayor concienciación y a los precios. Además, la demanda empresarial y, especialmente, la industrial, que es la que más ha caído, es mucho más elástica que la doméstica”. Los datos respaldan su análisis: las empresas de consumo medio y alto han reducido su demanda en un 5,2% en términos brutos y hasta en un 6,9% en términos corregidos por calendario y temperatura. En el caso específico de las manufacturas, el descenso es aún mayor: del 9,5% bruto y del 10,8% ajustado.

A diferencia de en los procesos industriales que consumen gas, los que requieren electricidad no tienen manera de sustituirla por otros tipos de energía: “La única forma es dejar de aceptar algunos pedidos; producir menos”, recuerda Atienza.

Gas natural

La demanda convencional de gas —hogares y empresas— se encamina a su menor nivel anual en dos décadas, según los datos del gestor técnico del sistema (Enagás). Los algo menos de 229 teravatios hora (TWh) que se consumirán este año son casi un 21% menos que el año pasado, una cifra inusualmente alta para una comparación anual. Además de a la mayor eficiencia obligada por los precios, la bajada también se puede achacar a la menor quema de gas para calefacciones —ha sido un año más cálido— y a la sustitución de combustible en la industria —típicamente, por diésel o fuelóleo—.

Donde sí ha aumentado, y mucho, el consumo de gas natural es en las centrales de ciclo combinado. Estas plantas, que queman el combustible fósil para obtener electricidad, han operado este año a pleno rendimiento. Tanto, que se han convertido en la principal fuente de energía en España por primera vez en una década, por delante de la eólica y la nuclear.

En buena medida, este aumento coyuntural en el consumo de gas para producir electricidad responde a dos factores que desaparecerán en los próximos meses: la sequía, que ha dejado fuera de juego a un buen número de centrales hidroeléctricas; y el aumento de las exportaciones a Francia por el parón nuclear y, en menor medida, por la excepción ibérica. Incluso con ese aumento en el gas usado por los ciclos combinados, solo uno de los cuatro últimos años (de nuevo 2020, marcado de principio a fin por la pandemia) se saldó con un menor consumo.

Carburantes

Al margen de los dos años en los que las restricciones a la movilidad redujeron drásticamente los desplazamientos de los españoles —y, consecuentemente, los repostajes—, 2022 va camino de ser el ejercicio de menor demanda de gasolina y gasóleo A desde 2016. Hasta octubre —el último mes para el que Corporación de Reservas Estratégicas de Productos Petrolíferos (Cores) tiene registros—, las estaciones de servicio dispensaron casi 1,8 millones de toneladas métricas de diésel, 454.000 de gasolina 95 y algo menos de 26.000 de gasolina 98. En total, 2,28 millones de toneladas de carburantes de automoción, un 4% menos que en el mismo periodo de 2019, el último año plenamente comparable.

“El consumo no solo no ha recuperado los niveles de 2019, sino que está volviendo a bajar tanto respecto a los meses anteriores como respecto al mismo mes del año pasado, cuando todavía había menor movilidad por la pandemia”, afirma Inés Cardenal, de la Asociación Española de Operadores de Productos Petrolíferos —la patronal del sector—, que lo achaca tanto a los altos precios como al menor crecimiento económico. “Los conductores están usando menos el coche y teniendo más cuidado en sus desplazamientos”. El abaratamiento del transporte público, con subvenciones estatales, autonómicas y municipales, también podría estar empujando a las familias a dejar el coche en casa y optar por alternativas más limpias y económicas.

Además de la escalada sinfín en los monolitos —los españoles nunca pagaron tanto por llenar el depósito de su coche como en 2022; el Gobierno nunca antes se había visto forzado a implementar una ayuda universal de 20 céntimos por litro para aliviar la inflación—, influyen otros factores. Aunque a un ritmo más lento que en otros grandes países europeos, el coche eléctrico empieza a abrirse paso en las ventas. También los híbridos enchufables, que no son la panacea, pero que también requieren menos combustible en su uso cotidiano. Además, a igualdad de condiciones (potencia, peso…) todos los vehículos nuevos, incluso los de combustión pura, consumen notablemente menos que los más antiguos, que van saliendo poco a poco del parque automovilístico.

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Sobre la firma

Ignacio Fariza
Es redactor de la sección de Economía de EL PAÍS. Ha trabajado en las delegaciones del diario en Bruselas y Ciudad de México. Estudió Económicas y Periodismo en la Universidad Carlos III, y el Máster de Periodismo de EL PAÍS y la Universidad Autónoma de Madrid.

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