En qué cambiarían nueve vidas con una subida del salario mínimo: “Pondría la calefacción”; “iría más al dentista”; “comería menos pollo”
Varios trabajadores que ingresan el sueldo más bajo posible explican cómo afrontan la subida de precios y reclaman una mejora de sus condiciones laborales
Para los que menos cobran una subida salarial marca una diferencia inmensa. En España hay 1.106.000 asalariados que ingresan entre 857 y 1.166 euros brutos al mes por trabajar a jornada completa. Es decir, ese millón largo de personas ingresa justo el salario mínimo (14.000 euros al año) o incluso menos. Muy cerca hay otro 1,4 millones de personas que gana por 40 horas semanales de trabajo el salario mínimo o, como mucho, 200 euros más. La situación es aún peor para otros 151.000 empleados que cobran menos de 857 euros.
Para estos trabajadores la inflación es un tsunami. Cuanto menor es el sueldo, mayor porción de él se destina a lo más básico, alimentación y energía. Es a lo que no se puede renunciar y lo que más ha subido de precio desde el comienzo de la crisis. Por ello toma cada vez más fuerza en el debate público la necesidad de que el Gobierno vuelva a aumentar el salario mínimo. Los sindicatos esperan que crezca un 10%, hasta los 1.100 euros brutos en 14 pagas en vez de los 1.000 actuales. En vísperas de que el Gobierno decida cuánto sube ese sueldo base, la OCDE ha irrumpido con una recomendación a los gobiernos de subirlo como fórmula para proteger a los más vulnerables. Eso sí, con acuerdo social.
La última actualización data de febrero de 2022 (aunque aplicó con efectos retroactivos desde enero). En noviembre, los precios crecieron un 6,8%, un golpe importante al poder adquisitivo de los más vulnerables. Nueve personas que lo han recibido en el mentón y que cobran en torno al salario mínimo explican a continuación qué cambiaría en su vida si aumentasen sus ingresos. Un incremento no modificaría radicalmente la vida de estas personas, pero sí aporta mejoras que, a corto o largo plazo, se notan. Varias prefieren no dar su nombre real o evitar algunos detalles que les identifiquen para no sufrir represalias.
Natali Flores, 29 años, Ávila. “Pasaría más tiempo con mis hijas”
Natali casi nunca para de trabajar. De 10.00 a 12.00 se dedica a la atención a domicilio para personas mayores. A las 13.30 empieza su jornada en un bar y termina en torno a las 21.30, pero a veces se alarga, sobre todo en fines de semana. “No tengo vida, me paso el día trabajando y ni así llego a fin de mes. Es muy frustrante”. Vive en un pueblo con sus dos hijas y su pareja, que trabaja a media jornada. “Pagamos 200 euros de alquiler por una casa vieja, pero nos cuesta muchísimo dinero calentarla. Toda la nómina se me va sin darme cuenta”. Antes vivía en Madrid, pero se ha mudado porque “allí, con los precios de los alquileres, estaríamos mucho peor”. “Si aumentase lo que gano”, continúa, “trabajaría menos horas para pasar más tiempo con mis hijas. Es que no las veo. Cuando llego a casa con suerte me da tiempo a leerles un cuento antes de que se duerman”, finaliza esta inmigrante procedente de Guatemala.
Carlos, 43 años, Badajoz. “Llevaría más a mi hijo al logopeda o al dentista”
Hace casi 10 años que Carlos (nombre ficticio) cobra lo mismo. “Antes era un sueldo medio normal, pero es que ahora no me da para nada”. Los sucesivos incrementos del salario mínimo han acabado alcanzando a los ingresos de este cocinero extremeño. “Estos meses están siendo muy duros, de vivir muy apretados. La hipoteca me va a subir unos 80 euros. Así no vives, malvives”, se lamenta. “Ni salgo un día con mi mujer y mi hijo. Si nosotros estamos así no me quiero imaginar los que no tienen trabajo y viven de subsidios”. Además de sus bajos ingresos, lo que le impide compartir momentos de ocio con su familia son sus horarios. “Tengo un turno partido, pero a veces echo 12 o 14 horas y no me las pagan. Cuando reclamas una subida de sueldo te dicen que está todo muy mal, que imposible. Pero yo veo el local lleno siempre y hemos subido los precios de la carta”. Si aumentasen sus ingresos llevaría más al dentista y al logopeda a su hijo: “Acudiríamos más a menudo. Es que cada vez que vamos es un palo que no siempre nos podemos permitir”.
Cristina R., Alicante, 24 años, Alicante. “Intentaría independizarme”
Cristina R. trabaja en unos grandes almacenes que pagan “una miseria”. “Tengo un amigo en el McDonalds y amigas en Mercadona y todos cobran bastante mejor que yo”, protesta esta joven alicantina. Si mejorase su remuneración lo dedicaría a ahorrar para independizarse. “No me planteo salir del nido hasta que no tenga un sueldo mejor. Ves el precio de los alquileres y te dan ganas de llorar”. Combina su trabajo con sus estudios como docente, con los que en el futuro espera mejorar su situación. “Si los salarios no crecen, creo que viene una ola de muchas personas pasándolo muy mal. Me recuerda a lo que viví de pequeña [la Gran Recesión de 2008]. Y lo veo mal desde mi posición, desde la de una familia no me quiero imaginar”.
Iván M. Díaz, 29 años, Huelva. “Ahorraría para mejorar mi casa”
Iván no se plantea reclamar un aumento de sueldo. “Trabajo en un almacén de empaquetado a través de una empresa de trabajo temporal. Así es muy difícil exigir derechos”. Tiene la suerte de no tener que pagar ni alquiler ni hipoteca, ya que vive en un piso vacío de un familiar. “Gracias a ello antes podía ahorrar aunque ganase poco dinero, entre 150 y 200 euros todos los meses. Pero en cuanto la inflación empezó a subir a lo loco esto ha cambiado del todo. Ahora me dejo 100 euros de mis ahorros todos los meses”, explica este joven onubense. Una de las consecuencias de la inflación que más le duele es que ve menos a su familia, que vive en un pueblo a 45 kilómetros de la capital provincial. “Tengo un coche que tiene más años que Matusalén. Antes iba todas las semanas a mi pueblo para ver a mi familia, a mi abuela, pero ahora si acaso lo hago cada dos o tres semanas. No puedo pagar tanta gasolina”. Considera que para favorecer la situación de los trabajadores es más importante mejorar las condiciones laborales, reforzar la inspección y evitar que inflación incremente los márgenes de las empresas y no un incremento del salario mínimo. “Creo que si lo suben no cambiaría mucho mi vida, pero me ayudaría a ahorrar para mejorar la casa. La nevera es de hace 20 años y nos va a abandonar en cualquier momento”.
Amalia Quesada, 52 años, Granada. “Pondría la calefacción”
Amalia cree que el trabajo que ella y sus compañeras desarrollan en una residencia de ancianos no se corresponde con lo que se cobra en su sector. “Con lo que hemos pasado durante la pandemia no me parece normal lo poco que cobramos y con tan poco personal. Lo veo totalmente injusto y más ahora, que nos está subiendo todo y los incrementos de sueldo son testimoniales”. Vive en un pueblo de la provincia de Granada, lo que cree que le ayuda a combatir la inflación: “Quieras que no ahorras con los cuatro tomates o pepinos que coges del campo. Te compras unas botas y te las fían. Eso en una gran ciudad es más difícil hacerlo”. Si mejorase su sueldo, tiene muy claro a qué lo dedicaría: “Encendería la calefacción de mi casa, que al ser eléctrica me sale carísima. El año pasado no la encendí”.
Melani Baños, 24 años, Almería. “Compraría menos pollo y arroz y más ternera”
Los expertos en finanzas señalan que para que un presupuesto familiar sea sostenible, la hipoteca o el alquiler debe suponer como mucho un tercio del total. A Melani su piso en Almería le consume más de la mitad. “Pago 600 euros de alquiler. Y de factura de la luz me venían unos 30 euros y hace poco fueron 160. Es imposible vivir así”, dice esta camarera. Para cuadrar las cuentas ha cambiado su dieta: “Si me subiesen el sueldo volvería a comprar ternera y pescado, más productos frescos. Ahora tiro de pollo o de arroz con tomate y salchichas. El día 5 ya es como si fuera fin de mes”. Le gustaría ser madre, pero con sus ingresos lo considera “inviable”. Con vistas al futuro y para que la maternidad sí sea posible está estudiando para cambiar de profesión: “Me estoy preparando para ser auxiliar de enfermería. Estudio por la mañana y luego me paso la tarde y la noche trabajando. Y así todos los días”. “Con un sueldo tan bajo como el mío no te puedes plantear ahorrar para un coche, para una casa, para desarrollar una vida. Para nada”, finaliza.
Raquel, 28 años, Ourense. “Intentaría dejar de compartir piso”
“Soy del País Vasco, pero he venido a vivir a Galicia porque allí es inviable vivir de alquiler. Te piden 800 euros por cualquier piso. Los 1.000 euros que gano cunden más aquí”, explica Raquel (nombre ficticio), camarera en Ourense. “Vine porque me salió trabajo y comparto piso con un amigo, pero si cobrase más intentaría vivir sola”, añade, antes de quejarse por su historial de remuneraciones: “He trabajado de camarera o de peluquera y siempre he estado entre los 900 y los 1.000. Y en verano he estado trabajando 12 horas al día que se suponía, que me compensarían en invierno. Ni las estoy recuperando ni las cobré en su momento. La hostelería no compensa”. No va a pedir un aumento porque tiene un contrato temporal: “Me renuevan cada tres meses. Si lo pido quizá no me vuelvan a renovar”. “El salario mínimo tiene que subir ya”, finaliza.
Mariola García, 49 años, Murcia. “Dejaría de mirar cada céntimo y cada oferta”
“Yo me daría con un canto en los dientes si el salario me sube como para no ir mirando con lupa los precios. Es una cuenta de la vieja interminable. Me gustaría dejar de mirar cada céntimo y cada oferta”, explica Mariola, dependienta en unos grandes almacenes y madre soltera. El subidón de los precios le ha obligado a pedir ayuda a sus padres: “Cada dos por tres te quedas pensando: ¿Este mes llego o no llego? Gracias a Dios tengo a mis padres en vida, que con su pensión ayudan. Me da mucha vergüenza con los casi 50 años que tengo, pero si alguna vez necesito tirar de ellos lo hago”. Asegura que estos meses están siendo “malos, muy malos”, dice esta vecina de Molina de Segura (Murcia).
Manuel, 47 años, Albacete. “Me daría algún capricho como comprar chocolate en el supermercado”
Manuel (nombre ficticio) trabaja en un almacén de Albacete. “El sueldo es innegociable, al igual que el esfuerzo. Trabajamos con muchísima presión. Si no te gusta te dicen que te vayas, que hay mucha gente esperando a entrar. Llevo dos años en la empresa y no para entrar y salir gente porque en cuanto encuentran algo un poquito mejor se marchan. Su modelo es explotar al trabajador”, explica. A sus 47 años ha vuelto a la vivienda de su madre porque rechaza las dos opciones que maneja: “O pago 600 euros de alquiler o a mi edad comparto piso con personas que no conozco. Eso ya lo he hecho. Con mi edad es algo que no entra en mi cabeza”. Si sus ingresos mejorasen se daría “algún capricho” de vez en cuando. “Como una tableta de chocolate, que ya casi nunca compro. O intentaría poder hacer algún viaje alguna vez”. “Cuando vas con lo justo”, continúa, “los imprevistos te descuadran todo. Es un sinvivir”.
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