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Cuando la finca donde trabajas cada día está a 240 kilómetros de tu casa

Todas las mañanas salen al campo desde Lorca más de 10.000 jornaleros, a veces a localidades que se encuentran a tres horas de viaje. La semana pasada murieron tres de ellos en un accidente

Jornaleros de Lorca, en el interior de una furgoneta, el viernes de madrugada antes de salir al trabajo.
Jornaleros de Lorca, en el interior de una furgoneta, el viernes de madrugada antes de salir al trabajo.Alfonso Durán
Antonio Jiménez Barca

El conductor de la furgoneta percibió con terror que perdía el control del vehículo: “Vamos a estrellarnos”. Nadia Lahidia, 46 años y de origen marroquí, en el asiento delantero, lo oyó. La furgoneta, con nueve ocupantes, todos jornaleros de Lorca (Murcia), bailoteó un poco, se salió de la carretera, se estampó contra el quitamiedos, volcó y cayó después por un terraplén, arrastrándose a lo largo de unos 200 metros. La otra mujer que iba dentro, Chadia Madari, salió despedida no muy lejos de la autopista. Hamis Msimer, que viajaba en el asiento trasero, murió en el acto, lo mismo que otros dos compañeros. Los demás resultaron heridos, algunos graves. Nadia, con un fuerte golpe en la cabeza y otro en el brazo, quedó inconsciente. Era el viernes 21 de octubre a las siete de la tarde, comenzaba a anochecer. Un autobús, también lleno de jornaleros de Lorca, acertó a pasar por ahí en ese momento, cuando aún había luz suficiente para ver la furgoneta, y paró. Chadia, la mujer que había saltado de su asiento y que se encontraba tendida encima de unos matojos, al oír a un hombre acudir en su ayuda, le llamó, le cogió la mano y le pidió: “No te muevas de mi lado, porque creo que me voy a morir”. No murió: el jueves, junto con otros dos compañeros, Nadia fue dada de alta.

Los ocupantes de la furgoneta volvían desde Caravaca de la Cruz a Lorca (70 kilómetros) después de trabajar más de ocho horas recogiendo coliflores. El accidente ocurrió a una docena de kilómetros del lugar de partida, en el término municipal de La Almudena, a la salida de la curva. El conductor, que actualmente se encuentra ingresado en el hospital, grave, se puso a las seis y media de la mañana al volante en el viaje de ida y se volvió a poner en el de vuelta, después de recolectar coliflores a destajo. La causa del accidente aún no está clara. Pero Ángel Torregrosa, delegado de CC OO en la comarca, y Sabah Yacoubi, presidenta de la delegación en Murcia de la Asociación de Trabajadores e Inmigrantes Marroquíes (ATIM), conocedores del terreno que pisan, denuncian una práctica extendida entre los jornaleros de Lorca que consideran peligrosísima: el conductor que lleva la furgoneta, a veces para distancias mucho más largas que la de este accidente y que pueden superar los 200 kilómetros, trabaja también en el campo y luego, tan agotado y exhausto como el resto, se ocupa de devolver a todos a casa, muchas veces ya de noche. Juan Blázquez, secretario de Salud Laboral de CC OO en Murcia, denuncia que en lo que va de año han muerto seis personas (el doble que el año pasado) y han resultado heridas 66 en este tipo de accidentes. No es algo nuevo: en 2016 cinco jornaleros murieron y tres resultaron heridos al caerse la furgoneta en la que viajaban por un puente en la autovía hacia Águilas. Y en 2011, en el mismo Lorca, fallecieron 12 personas dentro de otra furgoneta al ser arrollada por un tren en un paso a nivel.

En su casa de Lorca, tumbada de lado, tapada por una manta, medio inconsciente, yace Nadia. Describe el accidente sin moverse, en voz muy baja. Recuerda el instante en que el conductor anunció que iban a estrellarse. Llegó a España hace dos años, con su hijo de 29 y su hija de 15, para acompañar a su marido, residente en Lorca desde hace más de 20. Los tres, el padre y los dos hijos, miran con miedo y tristeza hacia el rincón donde dormita Nadia. Hay muchas medicinas en la mesa, botellas de plástico de agua. El marido trabajó ese viernes en la misma finca que su mujer, recogió coliflores, a las mismas horas, aunque volvió en otro vehículo. Dice que le podía haber pasado lo mismo que a ella, que a los otros que murieron. Rebusca en una estantería de su casa y encuentra un cuaderno de espiral en el que en una hoja cuadriculada lleva apuntados con bolígrafo los euros ganados por él día a día en el campo en el último mes, trabajando a destajo con las coliflores: 53, 48, 55, 59, 67, 35… De media, unos 50-60 euros al día. Más o menos el sueldo de todos. Cuenta que tanto él como su mujer tienen contrato legal, que Nadia cobrará la baja, pero se queja de la injusticia que supone tener que trabajar en esas condiciones. Después mira hacia su hija, que en pijama, apoyada en la puerta, asegura en árabe que no le gusta España, que no le gusta el instituto, que no tiene amigas, que no sale mucho de casa y que quiere regresar a Marruecos. El padre comenta que tiene que volver pronto, tal vez la semana que viene, a trabajar de jornalero.

Un grupo de jornaleros espera en Lorca a que aparezca su autocar o su furgoneta para salir a trabajar al campo.
Un grupo de jornaleros espera en Lorca a que aparezca su autocar o su furgoneta para salir a trabajar al campo. Alfonso Durán

Ocurre cada día. De lunes a sábado. A veces los domingos. A partir de las cuatro de la mañana los jornaleros de Lorca comienzan a desfilar por las calles vacías y oscuras de la ciudad en dirección a los puntos donde los autocares o las furgonetas irán a recogerlos. La inmensa mayoría son marroquíes, subsaharianos y ecuatorianos. También hay españoles, pero son los menos. Salen de casa silenciosamente, atontados del madrugón, con una mochila al hombro donde guardan la comida del día y las herramientas. Muchos llevan garrafas de agua mineral. Visten forros polares, pantalones de obra, botas, gorras y pañuelos, porque a pesar del cambio climático, a las cinco de la mañana en Lorca hace frío. Algunos cargan también neveras de plástico para conservar el agua y la comida porque en seis o siete horas quemará el sol en el campo. Muchas mujeres se ponen gorros de paja que parecen sacados de otra época. Hay madres que a esa hora transportan a sus hijos pequeños en el cochecito para dejarlos en otras casas a fin de que ellas puedan irse todo el día a trabajar. Hay quien reza postrado en el suelo del aparcamiento antes de montarse en el autocar. Hay tiendas y bazares abiertos a esa hora, a las cinco de la mañana, para atender esa riada de clientes que precisan bocadillos, agua, un último café. Los jornaleros se citan con sus autobuses o sus furgonetas la noche anterior. A cada uno les llega un mensaje de su jefe de cuadrilla emplazándoles en un lugar a una hora determinada. Cada día salen de Lorca (de unos 100.000 habitantes) entre 10.000 y 15.000 jornaleros, según las empresas que los contratan. Parte de una ciudad que se marcha a puñados en cientos de autobuses y de furgonetas y que vacía los barrios de inmigrantes durante toda la jornada. Es otra Lorca, la que no se ve por el día, y que regresará, escalonadamente, agotada, a partir de las cinco de la tarde.

Dos jornaleras, de origen marroquí, en Lorca, a las cinco de la madrugada, antes de salir a trabajar al campo.
Dos jornaleras, de origen marroquí, en Lorca, a las cinco de la madrugada, antes de salir a trabajar al campo. Alfonso Durán

Buena parte de toda esa muchedumbre madrugadora se reúne en el puente de San Diego, por el que discurre una avenida de cuatro carriles por sentido que desde las cuatro de la mañana hasta las siete se convierte en una locura de furgonetas y autocares con las luces de posición puestas. Fahd Oussous, vicepresidente de ATIM en Murcia, reclama que la policía vigile la zona cada mañana “porque un día va a haber un accidente aquí”.

El viernes pasado, había autocares que iban hasta Barrax, en Albacete (240 kilómetros) o hasta Guadix, en Granada (156 kilómetros) o hasta cerca de la Roda, en Albacete (243 kilómetros), entre otros. A estos viajes diarios de ida y vuelta hay que sumar las ocho horas de trabajo en la finca. Un jornalero de origen marroquí, que el viernes iba hasta Barrax, lo resumía todo mientras esperaba en el puente: “Aquí se sufre”.

Las empresas ponen los autocares y el conductor, que en este caso descansará al llegar al destino. También pagarán una hora de trabajo —6 euros— por estos desplazamientos de más de 100 kilómetros a cada jornalero. Pero solo una hora. Y no todas las empresas. Los que van en furgonetas, que según Ángel Torregrosa, de CCOO, cada vez son más numerosas, viajan en las mismas condiciones en las que viajaron los nueve trabajadores del accidente de Nadia, con el conductor convertido en un peón más. Torregrosa, viejo sindicalista del campo de Murcia, piensa un rato y asegura: “Hemos retrocedido. Estamos peor que en los años ochenta″.

Fatima Heiduna, viuda de uno de los fallecidos en el accidente de Caravaca, miraba el jueves 27 de octubre, en Lorca, a su hijo, Rayan Msimer.
Fatima Heiduna, viuda de uno de los fallecidos en el accidente de Caravaca, miraba el jueves 27 de octubre, en Lorca, a su hijo, Rayan Msimer. Alfonso Durán

A la hora de comer, en uno de esos barrios marroquíes de Lorca vacíos por el día, la viuda de Hamis Msimer, uno de los fallecidos en el accidente, recibe en su casa visitas de amigos y conocidos. Le aconsejan que acuda a un abogado, le recuerdan que tiene derecho a una pensión y a una indemnización porque su marido trabajaba de forma legal en España desde hacía más de 20 años. “Nunca faltó a trabajar en esos 20 años”, dice un amigo de la familia, que luego se enfada y propone de repente una manifestación o una huelga. “Pero los marroquíes, aunque somos musulmanes, tenemos más miedo al jefe que a Alá”, se contesta a sí mismo. La viuda tiene tres hijos: una es casi un bebé. Otro, Eyub, de 10 años, es inteligente y parece sereno, muy tranquilo. El mayor, Rayan, de 19 años, estudiante de mecánica, no dice nada, no habla. Le han aconsejado que visite a un psicólogo porque está al borde de la depresión: no concibe que su padre haya desaparecido de un día para otro, que haya muerto al volver de trabajar. En silencio, solo mira, con una mezcla de pena y de rabia, el último vídeo que su padre se grabó en el móvil, recuperado del dispositivo tras la muerte. La última imagen que Rayan posee de su padre es la de un hombre ocupado cargando palés.

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Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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