“Acabas con una insolación y ganas lo justo”: ser guía turístico en ciudades que se achicharran en verano
Trabajadores que recorren Córdoba, Sevilla o Toledo explican cómo es su empleo en julio y agosto. Varios denuncian la precariedad que sufren, con ingresos solo por propinas y como falsos autónomos
Francisco Rodríguez (33 años) espera a los turistas que han reservado su ruta a los pies de la Giralda de Sevilla. Su paseo por la ciudad, en el que desvela los secretos de la capital andaluza, dura unas dos horas. Los turnos que más disfruta son los de las 10.00 y las 20.00, también los más concurridos. “Además, salgo a las 17.00. Hay personas que les encaja mejor esa hora, por mucho que pegue el calor. Visitan la ciudad camino de la playa y les cuadra ese horario. Siempre que habilite el turno de las 17.00, a pleno sol, va a haber gente que lo va a elegir igualmente, así que no queda más remedio que dejarlo”, dice este guía turístico, siempre reconocible por su paraguas blanco. A esa hora es muy habitual que la temperatura en Sevilla supere los 40 grados.
El termómetro también se dispara en las horas centrales del día en Zaragoza, el sujeto de los recorridos turísticos de Félix Báguena, de 23 años: “Mi horario más duro es el de las 17.00. Me gustaría no hacerlo, pero baja tanto la afluencia de turistas que no puedo renunciar a ningún horario. Necesito salir a esa hora para compensar la caída respecto a la primavera. Ahora estoy recaudando en torno a la mitad”.
No solo es el calor. Estos profesionales soportan la precariedad asociada a esta actividad. Báguena y Rodríguez no tienen un sueldo fijo. Viven del dinero que aportan los turistas, que deciden ellos mismos al terminar los cada vez más comunes free tours (recorridos gratuitos). “Trabajar solo a comisión es muy inestable. Este año me lo he tomado para trabajar así, pero no creo que sea algo que puedas hacer mucho tiempo. No recomiendo esto a nadie a largo plazo. Yo lo hago porque no tengo cargas familiares”, indica Báguena. Rodríguez asegura estar contento con su trabajo, “es lo que me gusta hacer”, pero reconoce que “se vive mejor y más tranquilo con un sueldo fijo”. “Con este trabajo te conviertes en un contable, todos los meses haciendo números para ver si te cuadra, compensando una época floja con otra mejor”, añade. Estos dos guías promocionan sus servicios por cuenta propia en plataformas como GuruWalk, el polémico Airbnb de las visitas turísticas.
Noemí Martínez, guía en Córdoba de 34 años, ahora tiene un sueldo fijo que le paga una empresa y que cambia ligeramente en función de las propinas de los turistas. Pero antes trabajaba solo pendiente de ese último concepto. “Es durísimo. Hay días que llegas a tu casa después de andar a 40 grados, que por poco no te ha dado una insolación, y sacas lo justo para no haber perdido dinero con la ruta”. Esta licenciada en Historia asegura que no hizo la carrera “para estar tirada en la calle; es muy difícil conciliar, por ejemplo, una maternidad con este trabajo”. “Son muchas horas de pie, la espalda se resiente, te duelen los pies... Con 40 años tienes las articulaciones como una persona de 80″, añade.
La guía cordobesa también critica la “inestabilidad” del oficio: “Las empresas aprovechan mucho la afluencia o no de turismo. Llaman para picos concretos, como los puentes. Yo ahora estoy en una empresa estable, pero con otras te enteras de si trabajas el día antes. Es un trabajo muy mal pagado, con mucho pago en negro y muchos falsos autónomos”.
Después de las dos horas al sol, los guías terminan sus discursos invitando a los participantes a recompensar el esfuerzo que han hecho. Hablan de gratificación, propina o la voluntad. Usan muchos eufemismos para, en resumen, pedir que les paguen por su trabajo. “Es una situación tensa, a expensas de cómo te va a ir ese día. Hay gente que se porta muy bien, pero también te llevas sorpresas para mal. Al final unos se compensan con otros”, indica Rodríguez, que calcula que gana unos nueve euros por turista. “En verano, a veces tengo grupos de cuatro personas y otros de diez, depende”.
“Al principio estaba muy nerviosa en el momento del dinero, pero se te va pasando. Durante la propia ruta ya sabes cuánto te van a pagar, lo vas intuyendo por la actitud de los turistas”, añade Noemí Martínez. Báguena, desde Zaragoza, sufre por los bandazos a los que está sometido su trabajo: “Hay fines de semana en los que parece que vas a ganar un buen dinero, que tienes 40 reservas programadas y tú haces tus cábalas. Pero entonces se pone a llover y pierdes todo de golpe. En verano es aún peor, porque tienes grupos de menos de 10 personas cuando en primavera es normal llegar a 20. Y esos 10 es habitual que te anulen la ruta minutos antes porque se dan cuentan del calor que hace”.
El principal enemigo de estos trabajadores en verano es la temperatura. “Es lo peor de ser guía en Córdoba. Es que da igual que salgas por la mañana. A las 10.00 ya no puedes ni respirar, es horrible. Y por las noches piensas: ‘Mira qué bien, con el fresquito’. Pues no, porque el asfalto se ha calentado durante todo el día para darte el sofoco”, cuenta Martínez. Los dos monumentos más famosos de su ciudad son el mejor y el peor lugar al que llevar a los turistas: “Medina Azahara es sofocante hasta en mayo. Ahora es insoportable. Me conozco de memoria los puntos de sombra y ya sé dónde pararme para estar lo más protegida posible. En el otro lado está la Mezquita, que es un descanso”.
El frescor del interior de un templo también alivia a Alberto López (34), guía en Toledo. “Entrar en la Catedral siempre es un gusto. Hago todo lo posible para que esa visita coincida con las horas más calurosas”. López asegura que ha presenciado mareos de turistas por el calor durante los recorridos y los ha sufrido en primera persona. “El calor te marea. Te llevas un susto, pero no suele ir a más. Tomas un poco de agua y se te pasa”, añade. “He sufrido mareos trabajando, pero no es habitual. Le pasa sobre todo a personas mayores”, apostilla Francisco Colinas, guía cordobés de 36 años. “He llegado a cancelar algún turno por el calor extremo. Es horrible, pero peor es para el que está en un andamio”, comenta José María Chacón (24 años), de Zaragoza.
Uno de los problemas de este tipo de itinerarios turísticos en verano es que algunos clientes están “como amebas; el calor les aplatana”, dice Martínez. “Es normal, pero con esa temperatura no te preguntan casi nada. Así, nuestro trabajo es más difícil”, añade. “Parecerá raro que alguien venga a ver Toledo en verano, pero realmente no paramos. Viene bastante gente de ciudades de costa”, comenta López.
Estos guías turísticos consiguen la práctica totalidad de sus clientes por internet, lo que convierte sus valoraciones en un factor clave. El guía de Toledo recuerda con una mezcla de enfado y resignación una de las reseñas más “esperpénticas” que ha recibido: “Recuerdo una vez que nos pusieron: ‘La ruta estuvo muy bien, pero hacía mucho calor’. Y nos bajaron la nota por eso. Como si fueran mi culpa estas temperaturas”.
Este es el noveno capítulo de la serie ‘Verano precario’, que ofrece testimonios de trabajadores en los sectores tensionados o especialmente duros durante julio y agosto. Si quieres compartir tu testimonio puedes hacerlo en el correo esanchezh@grupoprisa.com.
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