Abengoa, el ocaso del símbolo del desarrollo tecnológico en Andalucía
La negativa de la SEPI a aportar los 249 millones para su reestructuración abocan a la compañía a un futuro incierto
Hace poco más de una década, entrar a trabajar en Abengoa era el sueño cumplido para cualquier estudiante andaluz de Ingeniería recién graduado. “No solo era una de las empresas más punteras del sector, sino que además teníamos el referente de su consejero delegado [Manuel Sánchez-Ortega], que había comenzado como becario. Era una garantía de proyección profesional”, cuenta un extrabajador, que prefiere mantener el anonimato. Tres rescates financieros y un concurso de acreedores después, acompañados de innumerables reestructuraciones, ese orgullo permanece en la plantilla, pero es un activo insuficiente para mantener la ilusión por un proyecto que languidece irremisiblemente, ahogado en una deuda de 6.000 millones de euros que no mengua y un caos en la gestión acelerado por las guerras entre accionistas.
El halo de sus torres solares en Sanlúcar la Mayor, el emblema más claro de su pujanza, alumbra ahora un incierto futuro, después de que la Sociedad Estatal de Participaciones Industriales (SEPI) haya rechazado la última petición de ayuda en forma de 249 millones de euros. Clemente Fernández, el presidente de la matriz, Abengoa S. A., cree que a través del convenio de acreedores que debe presentarse el 1 de julio hay margen para salvar las unidades de negocio. Aunque la realidad es que la liquidación de la compañía y su venta troceada cada vez es más plausible si en septiembre los acreedores no aceptan el convenio.
Abengoa ha encarnado el símbolo del desarrollo industrial y tecnológico en Andalucía. Fue una anomalía en el erial empresarial de la comunidad. De fundarse en 1941 para fabricar contadores monofásicos de cinco amperios, que jamás llegaron al mercado en una España hundida en la posguerra, llegó a convertirse en una referencia mundial en el sector de renovables, mereciendo los halagos del presidente de EE UU, Barack Obama, que la definió como un ejemplo de “empresa verde” del futuro. Fue la primera firma andaluza en cotizar en el Ibex y poco antes de empezar su caída en picado, en 2013, también se estrenó en el Nasdaq.
La empresa no paraba de crecer: llegó a tener 653 sociedades en 80 países. Este crecimiento, sin embargo, se logró a costa de endeudarse por encima de sus posibilidades para costear su fuerte crecimiento en renovables en EE UU, China y la India. En 2014 la acción se desplomó casi el 50% en dos días, y Abengoa reconoció una deuda de 9.022 millones. Ese fue el inicio de una cuesta abajo que no solo ha traído tres rescates fallidos —2015, 2018 y 2020― que han cambiado su tradicional estructura accionarial, y un concurso de acreedores en su matriz, Abengoa S.A., sino que, además, se ha llevado por delante a más de la mitad de la plantilla.
Sus trabajadores, sumidos en el conformismo en alguna de las crisis más agudas de la compañía, han empezado a levantar la voz para defender la estabilidad de unos empleos que consideran que son lo último de lo que se preocupan los distintos presidentes que han ido pasando por la empresa en sus distintas reestructuraciones. “Todos hablan de los bonos, sus acciones y sus beneficios, pero ninguno de los puestos de trabajo”, se queja Laura Rodríguez, portavoz del comité de empresa y que lleva toda la semana encerrada en la sede de la SEPI para tratar de forzar el último rescate para Abengoa.
Ella ha sido uno de los rostros más visibles de las distintas manifestaciones que los casi 2.000 trabajadores que forman la plantilla de Sevilla —la más extensa de España, con alrededor de 3.000 empleados― han protagonizado frente a sus distintas sedes y en las calles de la capital hispalense desde que se declaró el concurso de acreedores, en febrero de 2021, para visibilizar la situación de angustia e incertidumbre en la que viven. Una protesta que ha estado presente en la campaña electoral, en la que han acudido a distintos actos de los partidos políticos, el último durante el cierre de campaña del PSOE, donde varios empleados interrumpieron el discurso del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, al grito de: “Abengoa, solución”. Solo la coalición de izquierdas, Por Andalucía, hacía referencia en su programa a la situación de la compañía.
Sorprende que cuenten con tan escaso respaldo social o político las reivindicaciones de una empresa que ha representado un papel protagonista en la construcción de esa imagen moderna de Sevilla y de Andalucía, más allá del sol y la playa. “Lo peor es que está calando en el público que somos un pozo sin fondo de subvenciones. No somos nosotros, ha sido la gestión”, señalaba a este diario María Eugenia Alonso, directora del Departamento de Logística. “Como en estos últimos años se han pagado las nóminas, se ganaban proyectos e incluso se contrataba a empleados, daba la sensación de que se podía remontar, quizás por eso pudiera parecer que ha habido desapego, y porque siempre se acababa salvando”, explica Manuel Ponce, responsable de la Federación de Industria de UGT Andalucía.
Falta de empatía social
En esa falta de empatía tienen que ver, además de la rápida expansión internacional, las draconianas condiciones laborales impuestas por la dirección de la empresa, cuando fue asumida por Felipe y Javier Benjumea, los hijos del fundador. A la sede en Sevilla de Palmas Altas, sus empleados la rebautizaron como Palmatraz, porque no se les permitía salir a comer fuera, se les controlaban los turnos de entrada y salida, los puentes y las vacaciones y era casi era obligatorio hacer horas extra. Tampoco la dirección de Abengoa en ese momento, apegada a las élites de la ciudad, hizo nada por ganarse la simpatía de los sevillanos, pese a impulsar la Fundación Focus en el Hospital de los Venerables.
Y pese a que en los consejos asesores de la compañía, cuando estaba dirigida por Felipe Benjumea, han estado sentados exministros del PSOE y el PP, como Josep Borrell o Josep Piqué, en los momentos más trascendentales de la empresa, los gobiernos regionales y nacional también le han dado la espalda, reprochándose mutuamente no haber cumplido con sus compromisos. La Junta declinó en 2020 aportar los 20 millones de euros a los que se había comprometido con la empresa para garantizar la viabilidad del grupo, alegando que carecía de instrumentos legales para garantizar el encaje jurídico de esa operación. Una justificación influida por su similitud a las ayudas a los ERE, uno de los caballos de batalla del PP en Andalucía contra el PSOE. En la Junta sostienen que son conscientes del dilema moral y aunque se reconoce el indudable impacto en la cultura empresarial de Andalucía hay precedentes como Santana Motor, mantenida a costa de inyecciones ingentes de dinero público, que decantaron a la Administración andaluza a ponerse de perfil en los planes de salvación de la compañía, sostienen fuentes cercanas a la Consejería de Economía.
A esa falta de compromiso ha aludido la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, tras la declaración del concurso de acreedores y cuando en la campaña electoral andaluza se le ha preguntado por el rescate de Abengoa. Y el propio Gobierno de la Junta ha vuelto a poner la pelota en su tejado al asegurar que es el Estado el que tiene “la herramienta legal” para salvar a Abengoa, una herramienta de la que las comunidades carecen, insistió.
Nuevo concurso o liquidación
“En este proceso se ha hablado más de los dimes y diretes de los socios, de las demandas de ayudas múltiples y de las declaraciones de los políticos, pero falta lo substancial, los proyectos que están realizando, dónde son competitivos, de eso apenas se habla”, señala Francisco Ferraro, presidente del Observatorio Económico de Andalucía. “No entendemos por qué los gobiernos han visto riesgos cuando los trabajadores por la carga de trabajo eran optimistas”, explica Ponce.
Pese al baile de rescates y cifras, Abengoa sigue siendo un referente en su sector que carece de solvencia financiera, pero mantiene la técnica, como atestiguan los proyectos finalizados y terminados en Europa, Oriente Próximo, África y Sudamérica. “Abengoa factura más de 1.000 millones de euros anuales, con beneficios operativos (ebitda) positivos y superiores a los 160 millones”, recuerda el presidente de Abengoa S. A. “Va a salvarse, eso es mejor que cualquier liquidación”, ha explicado a EL PAÍS. Otros directivos de la compañía consultados creen que es muy difícil que en tan poco margen de tiempo los acreedores puedan llegar a un acuerdo y ven la liquidación como el menor de los males.
Abengoa sigue siendo una empresa estratégica que genera valor y fija talento. “Si me fuera al paro no encontraría nada similar en Sevilla ni en Andalucía”, reconocen todos los empleados entrevistados y atestiguan los que abandonaron el barco cuando veían que era muy difícil que se mantuviera a flote. Uno de sus directivos, que pide mantener el anonimato, ilustra la situación con esta imagen: “Somos Rafa Nadal, pero jugando sin zapatillas y con la raqueta rota”. Tras la negativa de la SEPI a aportar los 249 millones, habría que añadir al símil que el tenista tiene también los brazos o las piernas lesionados.
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